Con ello, Félix pretendía rescatar del olvido a todos los antifascistas que lucharon contra la sublevación militar de 1936 y, posteriormente, contra el régimen franquista. Él quería recordar así a los miles de fusilados y represaliados que fueron sometidos a brutales sufrimientos en cárceles y campos de concentración de España, Francia y Alemania, en base a una política criminal genocida que perseguía aniquilar todo aquello que aspirase a la libertad y al progreso social. Félix reivindicó siempre, con particular afecto, a los compañeros anarquistas y anarcosindicalistas, que llevaron la peor parte en la represión.
Félix Padín nació el 9 de julio de 1916 en Bilbao, en el seno de una familia numerosa y pobre. Comenzó a trabajar muy joven y con 14 años se afilió a la CNT, donde ya militaban varios de sus hermanos mayores. Pronto se comprometió con el ideal anarquista, formando parte de las Juventudes Libertarias. Su labor allí fue múltiple (propaganda, cultura, naturismo, esperanto…) y, entre otros cargos, fue vocal del Sindicato de la Construcción de Bilbao, encargado de prensa de las JJ.LL. y uno de los responsables de propaganda del Comité Regional del Norte. Además, formó parte de un grupo de acción que actuó en huelgas, sabotajes, en la liberación de un preso anarquista y en el acopio de armas y explosivos que se emplearían más tarde para frenar la sublevación militar de julio de 1936. Fue detenido, por primera vez, en 1934 por su participación en el movimiento revolucionario de octubre de ese año.
En los primeros días del alzamiento fascista, Félix participó con varias decenas de compañeros y compañeras en la columna de milicianos de Otxandiano. Posteriormente formó parte de los batallones confederales “Isaac Puente” y “Durruti” (donde llegó a ser teniente), interviniendo en refriegas sangrientas como las de Txabolapea, Albertia o la ofensiva de Villarreal.
Fue hecho prisionero en junio de 1937 y pasó seis años en las cárceles de Arrigorriaga, Galdakao, Gasteiz, Murgia, en el campo de concentración de Miranda de Ebro (en tres ocasiones distintas) y en diferentes batallones disciplinarios y de trabajadores. Por ello le tocó cavar trincheras -a veces bajo el fuego republicano- y construir pistas y carreteras por tierras de Guadalajara, de Lérida, del Pirineo navarro, de Salamanca y Gipuzkoa. Al disolver Franco los batallones de trabajadores, fue enviado a una unidad militar a Galicia, donde sería finalmente liberado en junio de 1943.
Volvió a la lucha y participó en la huelga de mayo de 1947, siendo, una vez más, detenido. En 1954, y por razones de trabajo, se estableció definitivamente en Miranda de Ebro, donde, tras caer la dictadura, reactivó su militancia en la CNT, y donde ha permanecido hasta su muerte.
Sus últimos años de vida y de militancia confederal los ha dedicado a la recuperación de la Memoria Histórica: en recuerdo de los fusilados, a favor de la exhumación de las miles de víctimas del franquismo que yacen en las cunetas y fosas comunes, al esclarecimiento de la verdad y a la reparación moral de las víctimas y de sus familiares. Su fortaleza física y su longevidad le han permitido representar y dar voz también a los hombres y mujeres que lucharon y sufrieron por el ideal anarquista y que, con el paso de los años, han ido muriendo.
Así, ha participado en numerosos actos como los que recuerdan cada año las penalidades de los prisioneros del campo de concentración de Miranda de Ebro, ciudad que le homenajeó en 2002. El 18 de junio de 2006 asistió al homenaje institucional celebrado en Artxanda en recuerdo de todos los republicanos que lucharon en la guerra civil y durante el franquismo. Acudió a actos como el que rememoró su estancia como trabajador forzado en un batallón disciplinario en el Pirineo navarro, o el dedicado en 2012 a la reparación moral de los prisioneros en el campo de concentración de Orduña. Hace apenas cuatro meses recibió un reconocimiento del Parlamento Vasco por su reclusión como prisionero en 1937 en la que hoy es sede de esta institución. Por otra parte, le podemos ver como testigo en varios documentales sobre los campos de concentración y los batallones disciplinarios de trabajadores, tales como “Rejas de la memoria” (de Manuel Palacios, 2004) y “Desafectos. Esclavos de Franco en el Pirineo” (2007).
La desaparición de este hombre idealista, comprometido con el progreso social, la libertad y la justicia hasta el último día de su vida, nos duele profundamente. Su vida fue larga y fructífera; que también lo sea su memoria.