¿Es posible vivir sin gobiernos? Esta pregunta —sencilla en su formulación, pero que desata un universo argumental a poco que se escarba entre sus raíces— ha ocupado las luchas y debates de multitud de obreros, filósofos, intelectuales y políticos en los siglos XIX y gran parte del XX, en los tiempos en que la sociedad, llamémosle “civil” —aunque no existe ninguna otra- parecía buscar con ahínco y desesperación las respuestas sobre su propio destino. En cambio ahora, ya en el siglo XXI, los únicos que parecen hacerse esa pregunta de forma global y con un interés político claro son las empresas multinacionales, que necesitan por un lado, librarse de las trabas –por llamarlas de alguna manera— impuestas por los gobiernos nacionales o locales y por otro, absorber el negocio de los —pocos— servicios públicos que aún quedan en manos de los estados