Escapa a mis pretensiones de “opinador” el acotar, definir y graduar los distintos tipos de violencia que se dan en el espacio social. Multitud de ensayos ideológica y científicamente mejor cimentados de lo que puedan estar estos renglones abordan el tema desde diferentes prismas. Advertidas quedáis de que las cuatro ideas que me bullen en la cabeza en el momento en que escribo estas letras no dan para un artículo merecedor de ser referido en trabajos posteriores que aborden esta temática con un mínimo de rigor.
La primera idea-fuerza que me surge es el de la autocensura como política represiva. En este nuestro Reino de España son capaces de enchironar músicos, titiriteros, escritores, periodistas y un largo etcétera de perfiles bajo diferentes acusaciones, relacionadas todas con la violencia y sus inherentes discursos simbólicos. Procuraremos no ponérselo fácil, pero intentando minimizar la pérdida de punch autoinducida por la autocensura.
15.000 policías y 50 inspectores de trabajo para toda la CAV. El dato es revelador. El código penal vigente, catalogado como “solo para robagallinas” según uno de los honorables padres de la constitución española no es más que la sanción práctica de un régimen basado en la desigualdad de clase. Instrumentos como la inspección de trabajo que posibilitan al poder discursos basados en el consenso y la paz social no sirven de nada sin autoorganización popular y obrera que los dejen en evidencia. La desorbitada desproporción entre los recursos humanos y materiales destinados a las fuerzas policiales y militares por un lado y los consagrados al cumplimiento del pacto social por parte del capital por otro nos dejan claro que este sistema y su justicia son como los perros de cortijo que solo ladran a la gente de bien: jornaleros, gitanos, mendigos y pobres en general.
Entre las diversas definiciones del concepto de estado (con minúsculas por favor) encontramos un mínimo común denominador. El estado es quien se auto arroga (con éxito) el monopolio de la violencia sancionada como legítima. Ningún otro grupo armado es capaz de emularlo con éxito. Solo él es capaz de mantener en nómina colectivos armados que patrullen impunemente uniformados por la calle. El estado es violencia institucionalizada. La violencia es el estado negando su existencia.
Hay expresiones de violencia (porque haberlas, haylas) que no llegan al rango de estatales por la falta de éxito en garantizarse el monopolio de su legitimidad. Durante la primavera del año pasado y al calor de la progresiva involución del régimen del 78, se llegaron a eliminar contenidos memorialistas de diversas páginas municipales de la CAV. La directora del instituto Gogora osó decir que no se puede justificar ningún tipo de violencia, refiriéndose exclusivamente (cómo no) a militantes antifranquistas que combatieron el franquismo en sus postrimerías. Los arcos cronológicos que desde las instituciones se han establecido para crear un cortafuegos artificial entre combatientes antifascistas de primera y última hora demostraban así su razón de ser, de forma que posibilitaban que un Saseta pasara el corte y un Txikia no. Los miembros de unidades militares obreras que armas en mano se enfrentaron a la rebelión militar fascista del 36 y pretendieron construir una nueva sociedad basada en valores de libertad e igualdad tuvieron a bien combatir simultáneamente y en numerosas ocasiones codo con codo con otras unidades militares también antifascistas pero tremendamente conservadoras y partidarias de la defensa a ultranza del privilegio de clase. Me estoy refiriendo, lo habréis adivinado ya, al PNV. Esta circunstancial alianza (y solo ella) es la que permite hacer memoria histórica públicamente a organizaciones como la CNT, sin que ello suponga sufrir represión. La evocación de estas expresiones de violencia por parte de organizaciones clase que no tuvieron un final exitoso (adviértase que la guerra se perdió) son de momento toleradas, no sin cierto afán asimilador, presentista y difuminador. El ejemplo más palpable y doliente es la pretendida, continuada y machacona confusión que se fomenta desde las instituciones públicas entre el Euzko Gudarostea del PNV y el Euzkadiko Gudarostea que engrosaron cuantas fuerzas antifascistas había en Euskal Herriak.
Abrupto y violento auguro también el final de este artículo por cuanto ya he excedido el número de caracteres recomendado por el equipo de CNT Sindikatua. Creo que habré de darle continuidad al tema con una segunda entrega, advertidas quedáis.
En cualquier caso, no quisiera terminar sin daros una recomendación de orden práctico y dialéctico. Cuando os intenten enfangar con preguntas trampa del tipo “¿Condena usted la violencia?” “¿Apoyaría usted la consecución de unos objetivos políticos logrados violentamente?”... , respondedles con otra pregunta: “¿Cuántos de los y las currelas presentes estarían dispuestos a prescindir de aquellos derechos (y solo aquellos) que se hayan logrado a través de expresiones violentas?” La audiencia con conciencia de clase sabe que todos los derechos que aún le amparan responden a ese perfil. Punto pelota.