Durante toda mi vida he elegido unos compañeros, una profesión y unas amigas y amigos que no han hecho más que reforzar mi idea de que yo vivo en igualdad, de que todas estas fechas conmemorativas no hacen más que marcar una diferencia que no debería existir, una estrategia política, una actitud hembrista, una celebración que no hace más que confirmarnos que existe un problema de género, un abismo entre ambos sexos, un problema sobre hombres y mujeres y no social, un caramelito que estamos aceptando para estarnos calladas y callados cuando el problema no es de la mujer (por lo cual no es nuestra lucha ni nuestra responsabilidad como mujeres) sino de la sociedad al completo. He vivido muchísimos años sin sentirme parte activa de este problema, creyendo que aunque el escalón existiera yo había conseguido construir mi mundo para no sentirme en inferioridad de condiciones. Empatizaba con otras mujeres que si se sentían así, pero me solidarizaba como puede hacerlo una trabajadora con una parada: sabiendo que la responsabilidad no recaía únicamente sobre mis hombros de mujer.
No me parecía justo, por ejemplo, que el día internacional de la mujer trabajadora (1911) hubiera sido cambiado tres años después al día internacional de la mujer, porque mujer es una palabra demasiado genérica para sentirme identificada, y cuestiones como el terrorismo de género, los roles que las mujeres seguimos heredando, la desventaja laboral, los salarios más bajos, y otras tantas cuestiones tan diferentes entre sí, además de requerir más de 24 horas, no pueden englobarse dentro del día internacional de la mujer, y no merecen (al no ser algo intrínseco a nosotras) llevar nuestro nombre, ya que nos afectan a todas y todos. Siempre reivindiqué el día internacional de la trabajadora, donde consideraba que no se había avanzado tanto como en otros ámbitos, y nombre con el que sí me sentía identificada.
Pero hace 10 minutos esa sensación de falsa seguridad se ha roto, aquí, en la sala de espera de la unidad de corta estancia del pabellón Makua del hospital de Basurto. Y me ha empezado a entrar una mala ostia que no me tengo al darme cuenta de que las que hemos venido a acompañar, a cuidar y a consolar a mi amama somos mi madre y yo, y que quienes vamos a asear y dar de comer a mi aitite de ahora en adelante, somos nosotras. Y que mi amama, la persona que me ha enseñado a ser fuerte e independiente, la persona que siempre ha presumido de feminista y tan moderna, la persona que siempre ha fardado de ser la primera mujer en su autoescuela y que esta orgullosísima de haber sido quien bailaba el aurresku en Karrantza en contra de todos los puristas, la persona que me repite una y otra vez que no me ate a nadie y que sea libre, la persona que yo he tomado como ejemplo... ayer, viendo que ya se le hacía físicamente imposible seguir asistiendo a su marido (cosa que el pobre no haría por ella), fue a mí y a su hija a quienes nos enseñó a limpiar un culo, porque "a nosotras se nos da mejor". Parece ser que sus hijos varones han nacido con una deficiencia genética que les impide limpiar el culo de su padre.
Y he empezado a mirar a mi alrededor y en esta minúscula sala hay dos hombres esperando una cama libre y siete mujeres acompañándolos.
Y he empezado a pensar que me gustaría que Ana Mato fuera declarada culpable de fraude. No por mi posicionamiento libertario, ni por sed de venganza, sino por todo lo contrario. A las mujeres (tampoco a las ministras de igualdad) ni siquiera nos dejan la opción de ser corruptas, somos tan tontas que tienen que serlo nuestros mariditos por nosotras.
Y he empezado a pensar que la madre de mi amiga Leire ha cuidado de su suegra en un pueblo que no es el suyo aun habiéndose divorciado hace veinte años.
Y he empezado a pensar en el capullo que me pasó el virus del papiloma humano y en a cuántas más se lo habrá contagiado después de haberle avisado.
Y he empezado a pensar en la nueva ola de anuncios de detergente donde las mujeres son de nuevo, como hace veinte años, amas de casa ignorantes sin ningún interés más en la vida que tener la casa limpia.
Y he empezado a pensar en Telecinco y su representación femenina.
Y he empezado a pensar en la televisión y su representación femenina.
Y he empezado a pensar que en realidad el ocho de marzo ya ni siquiera es llamado día internacional de la mujer ya que en el año 1977 la ONU lo declaró como día internacional por los derechos de la mujer y la paz internacional. Ya no entraban más consignas en un solo día.
Y he empezado a pensar que ojala no hubiera hecho falta pedir a una mujer que escribiera un texto relacionado con el 8 de marzo. No solamente porque las ofendidas por toda esta brutalidad machista no seamos únicamente las mujeres, ni porque en un mundo con esta batalla ganada el texto de un hombre tendría el mismo valor y connotación, sino porque me gustaría que estos días no fueran necesarios.
Pero lo que más miedo me ha dado ha sido darme cuenta de que al terminar este texto me he quedado mirando a los médicos (sólo a los de bata blanca, por supuesto), fantaseando con pegar un braguetazo... Vivir en gananciales, dejar de pensar y asumir mi condición de mujer, tener la casa bien limpia, firmar papeles sin leerlos, sin entenderlos incluso y poder, algún día, limpiarle el culo sin esperar que a él le hubieran educado para saber limpiármelo a mí.