03/10/2021

Malos tiempos para la hechicería

Escrito por Fernando García Regidor

Los resultados del último barómetro del CIS no traen buenas noticias para la religión católica. Según el estudio, en el Estado español ya hay más ateos, agnósticos y no creyentes que católicos practicantes. Un tercio de descreídos ante un 22% de católicos comprometidos con la práctica de su fe.
En la franja de edad de 18 a 34 años el asunto se dispara hasta un 60% de jóvenes que afirman no tener ningún tipo de sentimiento religioso.

Resulta interesante el dato de que dos tercios de la población se considera católica, pero no hace absolutamente nada que lo demuestre. No van a misa, no rezan, no se confiesan, no comulgan, no ayunan, se masturban, abortan, se divorcian, fornican hembra con varón, hembra con hembra y varón con varón, etc. Es decir: aunque no lo saben, no son católicos. Sólo son personas bautizadas cuando eran bebés que se mantienen dentro del club solo de manera figurativa, para evitar el conflicto que supondría romper unas inercias familiares y sociales que se consideran intocables.

Esto es un poco parecido a ese clásico postvacacional de apuntarse al gimnasio para después no pisarlo ni por despiste. Sólo sirve para engañarse a uno mismo.

La diferencia está en que ese gimnasio al que no vas, te lo pagas tú, pero esos curas a los que no haces ni caso, los pagamos entre todos. Muy caros, por cierto.

El Estado español destina todos los años más de 11.000 millones de euros de manera directa a financiar a la Iglesia, a lo que hay que sumar los 301 millones que recibió por la famosa casilla del IRPF en el último ejercicio. De la otra casilla, la de los "fines sociales", también se sacan un buen pellizco, ya que muchas de las organizaciones a las que se destinan esos dineros forman parte de la estructura de la Iglesia católica. Sumemos a todo esto la exoneración de pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), los sueldos de los profesores de religión en la enseñanza pública y una larga lista de jugosos etcéteras.

La tan cacareada representación social de la Iglesia se viene abajo de manera imparable y ya no hay excusas para mantener acuerdos anacrónicos como el famoso Concordato con la Santa Sede, firmado por Franco en 1953 y en el que el dictador se aseguraba su participación en el nombramiento de obispos, al tiempo que cubría a la Iglesia de privilegios legales, políticos, económicos y fiscales.

La broma ya ha durado demasiado. Estamos acabando el año 2021 y seguimos aceptando como normal que se dé trato de privilegio a una banda de hechiceros que dicen creer en seres mágicos. Los respetamos, los mantenemos y hasta les permitimos enseñar sus chifladuras en las escuelas públicas.

Podrían haber demostrado su agradecimiento consiguiendo que su Hombre del Espacio acabase con la peste del COVID-19, o que detuviera la erupción del volcán de La Palma, o las inundaciones de Lepe, pero nada, ni eso.
Ya es hora de que se emancipen y empiecen a buscarse la vida ellos solos, que ya son mayorcitos.

Mientras conseguimos esto, habrá que trabajar desde la razón y la ciencia para que esas personas que abandonan las religiones no caigan en las redes de nuevas hechicerías, como el reiki, la homeopatía, la astrología, la acupuntura, la osteopatía y demás brujerías absurdas que, por ahora, no mantenemos con dinero público, pero al tiempo, que como dijo uno: "cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras".

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