29/05/2013

Deseos

Escrito por Meltxor Guerrero

Lanzar palabras al viento y que el viento las recoja, las arrastre y las esparza por las cuatro esquinas de este mundo que se devora a sí mismo sin remedio y se desmorona entre los gemidos de aquellos que ni vemos ni oímos, aquellos que, inservibles hoy, han sido arrojados a un lado del camino. Palabras que vibren de revuelta y de esperanza, que abran los ojos a los que no quieren ver y hagan oír a los que se niegan a escuchar, que exalten los ánimos y calienten los corazones, que embriaguen las mentes de deseos y alegrías, que despierten a ese otro yo que lleva tanto tiempo aletargado y que se niega a aceptar la barbarie que nos domina, que se revuelve contra la acumulación como única forma de vida y la miseria como única forma de muerte. Palabras surgidas del pensamiento, palabras transformadas en hechos… teoría y praxis, praxis y teoría, dos orillas de un mismo río que se desborda y arrolla con sus aguas los diques que los miserables que nos gobiernan tratan de poner a nuestros sueños.

Degustar ideas de aquí y de allá, de ayer y de hoy, de hoy y de mañana, paladearlas, masticarlas, deglutirlas y vomitarlas sin compasión en la cara de los satisfechos, de los orgullosos que nos miran con desprecio, de los estúpidos que todo creen saberlo y que nada saben y nada nunca sabrán, de los cretinos que sólo llegan hasta donde llega su cartera, de los matones con placa y de los matones sin ella, de los siervos de sus amos y de los amos de sus siervos, de los lacayos que escriben al dictado y de aquellos que les dictan, de los que nos observan con una media sonrisa desde las alturas sin darse cuenta que, desde ahí arriba, la caída será aún más dolorosa.

Cerrar las manos con rabia y que se conviertan en puños crispados que golpeen con furia a la bestia que convierte nuestra existencia en una mera repetición de actos vacíos, en un caminar hacia la nada más ridícula, en una simple tuerca de una maquinaria inmensa cuya única finalidad es utilizarnos mientras seamos útiles o desecharnos cuando dejemos de serlo. Golpear, sí, golpear y no dejar de hacerlo, golpear una y otra vez como ellos no han dejado de hacerlo. Devolver golpe por golpe, humillación por humillación, y que sean ellos los que pongan la otra mejilla, porque nosotros ya estamos hartos de hacerlo.

Dejar de ser pasivos espectadores de un espectáculo que nos idiotiza, paralizándonos y convirtiéndonos en sumisos siervos de insaciables mercaderes que todo lo miden según el tamaño de sus bolsillos y convertirnos de nuevo en actores de nuestra propia vida, en los sujetos activos que fuimos cuando tejíamos el mañana con nuestras propias manos y los poderosos del mundo temblaban a nuestro paso.

Que los sindicatos vuelvan a ser una contundente herramienta de lucha, una unión entre iguales que, hombro con hombro, ni claudican ni se venden por las migajas que les arroja el sistema. Que esas agencias pseudo estatales de resolución de conflictos que hoy en día se llaman sindicatos y todo su ejército de liberados con sus banderitas de plástico y sus siglas que ya nada significan sean barridos a un rincón de la memoria de lo que nunca debió ser aquello que, lamentablemente, un día fue.

Que la huelga general sea de nuevo huelga y sea de nuevo general, la herramienta de lucha más contundente y más devaluada de la clase obrera. Sólo así podremos detener en seco esta barbarie que corre desbocada hacia ninguna parte porque, sencillamente, nos negamos a trabajar echando más carbón en una caldera que está a punto de estallar. Si quieren reventar, que lo hagan ellos, pero que no cuenten ni con nuestra complicidad ni con nuestro asentimiento.

Recuperar los contrastes intensos, los blancos y negros, las luces y sombras… porque los grises llevan décadas diluyéndonos en la nada. Que se abran los infiernos que ellos mismos han creado y afloren los demonios que tratan de mantener ocultos bajo gruesas capas de silencio e hipocresía. Revolución, Revolución… cuántos, tras de ti han corrido, y qué pocos te han alcanzado. Una palabra, un sueño… y seguir, seguir corriendo.

Y que retumben de nuevo nuestras pisadas en el fango de la historia y que la nostalgia por un pasado que ya nunca volverá se convierta en motor de un mundo por venir.

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