De niño era socio del Club Recreativo del Colegio Salesiano en el que estudiaba. En él se realizaban numerosas actividades de aspecto lúdico y la mayoría de los domingos del curso escolar teníamos sesión de cine. Recuerdo que un día se proyectó una película cuyo argumento iba en la onda de la archiconocida “Tiburón”, con la diferencia de que, en esta ocasión, le habían asignado el papel de bicho malo a un oso. Se titulaba “Grizzly”. Por aquel entonces yo estaba acostumbrado a la candidez del oso Yogui y sus andanzas en el parque de Yellowstone, así que, de repente, tener en la pantalla a un oso descomunal emitiendo sonidos guturales al mismo tiempo que repartía guantazos me hizo regresar a casa un poco…, bastante temeroso. La verdad es que me cagaba de miedo pero no lo digo así porque, dado mi exquisito refinamiento, me parece una expresión muy burda.
Al llegar al hogar ¡dulce hogar! me encontré con que no había nadie en casa. ¿Osos a mi? ¡ja!. Entré con paso firme, tan gallito o más que el Capitán Trueno. El más leve ruido fue suficiente para que mi falsa altanería se desmoronase de un suspiro. Comencé a ver salir osos por todas partes, armarios, cajones, pucheros… y, presa del pánico, opté por pensar con las piernas. A la carrera llegué a la cocina, no sé cómo conseguí acertar a dar el interruptor de la luz y, antes de que se encendiese la fluorescente, avancé hacia el balcón más rápido que Ben Johnson cuando se ponía jarto de esteroides. Allí me quedé hasta que llegaron mis padres. ¿Por qué en el balcón? Supongo que instintivamente decidí que antes de ser devorado por un oso prefería saltar al vacío. Pasé un mal rato. Ver aquel oso erguido sobre sus patas traseras que de un zarpazo lo mismo arrancaba cabezas que dejaba los cuerpos como un traje de mil rayas, me resultó difícil de digerir. Aunque no siempre usaba este sistema de aniquilación. También utilizaba el recurso de abalanzarse sobre sus víctimas y abrazarlas con tal presión que no paraba hasta que les juntaba el pecho con la espalda. Todo un abrazo.
Los seres humanos necesitamos el contacto para nuestro bienestar físico y moral. Una forma de contacto es el abrazo. Existen infinidad de motivos para abrazar: hace que uno se acepte mejor a sí mismo y se sienta mejor aceptado por los demás; es un instinto, una respuesta natural a los sentimientos de afecto, compasión, alegría; alivia el dolor, la depresión, la ansiedad; ahuyenta la soledad, aquieta los miedos, abre la puerta a los sentimientos, fortalece la autoestima, retrasa el envejecimiento, rebaja las tensiones, combate el insomnio, es ayuda mutua, no contamina, es portátil, es una alternativa a las adicciones (más vale abrazo que cigarro, alcohol o yo qué sé), tiene efectos beneficiosos de larga duración (aún después de la separación)... Yo he llegado incluso a abrazarme a una farola. La culpa la tuvo algo frío que tomé.
Los abrazos también pueden ser usados de manera metafórica. El pasado 29 de Marzo las organizaciones sindicales abrazamos una huelga de 24 horas, tan necesaria como la propia continuidad que debiera tener. Ya que una de las características instintivas del abrazo es la respuesta natural a cierto tipo de sentimientos, me permito el lujo de afirmar que, por instinto, cualquier trabajador con un mínimo de conciencia de clase debía participar en esa huelga. Y no me quedo ahí. El abrazo debía de ser de tal magnitud que la continuidad con más días de huelga tenía que ser una realidad incuestionable.
Cuando escribo este texto, primeros coletazos del mes de Junio, tengo la sensación de que la huelga, por seguir exprimiendo la metáfora, ha sufrido la presión asfixiante del abrazo del oso. No es la primera vez y, mientras la clase trabajadora de por aquí esté más entretenida con las emociones enfermizas y teledirigidas del Petronor Club de Fútbol, tampoco será la última.
Unos pocos días antes del 1º de Mayo leí en un diario un artículo firmado por Adolfo Muñoz “Txiki”, Secretario General del Sindicato ELA. Le escojo como referencia ya que ELA es el Sindicato de mayor afiliación de esta zona geográfica y, merced al circo de las Elecciones Sindicales, se le asigna una representatividad muy por encima del resto de organizaciones. El artículo en cuestión llevaba por título “Si pensáis distinto, no hagáis lo mismo”. En él lanza sus dardos contra la clase política que insiste en políticas fracasadas, que crean más desempleo y empobrecimiento social, mientras rinden servidumbre al poder económico y a la Banca. Entresaco unas frases del texto: (…) Es imprescindible, en nuestra opinión, quebrar esa docilidad política y abrir una crisis política real. Solo así tiene futuro lo social. (…)El éxito de la huelga hay que traducirlo en fortalecimiento organizativo y en consolidar una alianza sindical y social que comparta propuesta y calendario de movilización, sin dar ninguna cobertura al poder político y económico que aplica los recortes. (…)
El 25 de Mayo, en la web de ELA se inserta una noticia titulada “Empeora la reforma laboral para empobrecer a la clase trabajadora”. Dicha noticia hace alusión a que el día anterior se ha aprobado en el Congreso de los Diputados un texto de la reforma laboral, que se ha enviado al Senado, empeorando sustancialmente el que dio lugar a la huelga del 29 de Marzo. Habla de los retrocesos que suponen las enmiendas aprobadas y finaliza insistiendo ELA en la necesidad de hacer frente a la reforma a través de la organización en las empresas y la movilización.
Como hablar es gratis (bueno, no lo diré muy alto porque lo mismo los Peperos nos plantan a los demás un impuesto por darle al pico), ahí quedan las palabras tanto del propio Secretario General de ELA como las de su Sindicato. Palabras huecas que no se traducen en unas movilizaciones que tengan una relación proporcionada a la dura crítica que hacen en sus escritos. La CNT ha propuesto desde el mismo 29 de Marzo continuar con más días de huelga, y no quiero responsabilizar sólo a ELA de esta vergonzosa quietud puesto que el resto de Sindicatos “grandes”, LAB, CCOO y UGT tampoco están por la labor.
Con este tipo de abrazos de oso se ha educado al currela ideal para que a la hora de trabajar diga nosotros y a la hora de cobrar diga ellos, para que aprenda que más valen consignas que conciencias, obediencias que libertades, fe ciega que responsabilidades.
Llegará el día en el que esta situación adquiera el efecto bumerán, y los que ahora sufrimos las consecuencias de tanto abrazo estrangulador tengamos la suficiente capacidad para hacer que quienes no quieren abrazar con sentimientos fraternales de clase trabajadora no tengan más remedio que escapar aterrorizados a sus balcones. De ellos, y nada más que de ellos, dependerá que salten al vacío o no.