Escrito por Gonzalo Mañes.
Mediaba el año 1962, cuando Benjamin Britten dio a conocer su Réquiem de Guerra, con ocasión de la apertura de la catedral de Conventry, parcialmente destruida durante la Segunda Guerra Mundial por los bombardeos de la aviación alemana.
La obra alterna la misa latina por los muertos con los poemas de un jovencísimo soldado inglés, de veinticinco años, caído en las trincheras de la Primera, que sería el preludio del horror que seguiría pocos años después. Sus versos garabateados en el frente, entre el resplandor de los obuses, y en el cortísimo tiempo que la vida le concedió observar, ver morir y matar, y soñar despierto, están impregnados y destilan desesperación, belleza también y toda la grotesca y trágica inutilidad de una carnicería que abrevaría los surcos de media Europa.
“Su voz resuena, al través de la música, y llega hasta nosotros:
«¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido todos!». Tanteando
torpemente
nos pusimos las máscaras a tiempo.
Pero hubo uno que gritaba todavía
y se agitaba como un hombre en llamas.
A través del visor y de la niebla verde,
como hundido en el mar, vi que se ahogaba.
Aún veo en mis sueños, impotente,
cómo me pide auxilio preso de su agonía.
Si tú también pudieras, en tus sueños,
caminar tras el carro adonde lo arrojamos
y ver cómo sus ojos se marchitan,
ver su rostro caído, como un demonio hastiado;
si pudieras oír con cada sacudida
cómo sale la sangre de su pulmón enfermo,
obscena como el cáncer, amarga como el vómito
de incurables heridas en lenguas inocentes,
amigo, no dirías entusiasta
a los muchachos sedientos de una ansiosa gloria
esa vieja mentira: Dulce et decorum est
pro patria mori.1
Un Réquiem compuesto para gritar, entre los muros reventados de una iglesia, un nunca más sordo y atronador a la vez y que pretendió reunir y de alguna manera, con la ingenuidad propia de un artista y de otra época, reconciliar a los beligerantes. Y así fueron invitados a intervenir, por la Alemania vencida, el barítono Dietrich Fischer Dieskau. Por Inglaterra, el tenor Peter Pears, compañero del compositor y por la URSS, la soprano Galina Pávlovna Vishnévskaya que, finalmente, no pudo asistir por serle denegado, por Stalin mismo, su desplazamiento.
Música en memoria de todos los muertos, de los caídos en todos los frentes, despanzurrados por la guerra industrial que se había impuesto desde la primera. Guerra de obuses, de trincheras, de lodazales, de frío, de gases. Guerra de terror y de destrucción, como todas las guerras. Conflictos que de nada sirvieron, más allá de sembrar los surcos de la tierra de sangre y de carne desgarrada, agonizante.
Recuerdo, era un niño, que en una aldea pérdida de la Rioja, cerca de Cenicero, una señora, para mí una anciana sin edad, envuelta en un sempiterno luto, me narró, en una noche de verano que el azar me hizo pernoctar en su casa de adobe, cómo durante la Guerra Civil, siendo niña, había escuchado, aterrorizada y bien escondida, los gritos de los soldados caídos, agonizando, pidiendo que los matasen porque no podían más con el dolor insoportable que les devoraba…noches de agonía, de martirio que la memoria de aquella mujeruca arrugada, enlutada, con una mirada sin edad, atesoraba y me regalaba sin saber bien qué me estaba entregando…
Y sin embargo…la guerra ha vuelto, aunque en realidad nunca se fue del todo y así en los arrabales del imperio, la violencia y la sinrazón de los cañones llevaba desde siempre escribiendo las existencias de esos pueblos martirizados, expoliados, vendidos…Pero hoy ya está en nuestras puertas, muy cerca, en esa Ucrania que tanto padeció bajo Stalin, y luego durante la II GM…decenas de miles caen, en ambos bandos, mutilados, abrasados por ingenios industriales cada más perversos y eficaces…la guerra se ha enseñoreado de una parte de Europa, porque de Europa se trata y lo más alarmante, la guerra se ha deslizado en las conversaciones y se habla de ella como si fuese una justa medieval o un partido de fútbol, con equipos vencederos, con campeones de liga, y se habla de ella como de una vieja amiga, añorada, esperada…No, en esta, como en todas las otras, el único vencedor, será la muerte, la mutilación, el dolor insoportable, la miseria, el hambre. En las fronteras de Ucrania dicen que desde hace meses, se agolpan los traficantes de seres humanos para desviar mujeres y niños a las redes de prostitución de la opulenta Europa.
No, en esta como en todas, el hedor de los cadáveres en descomposición, los cuerpos martirizados, serán los únicos y orgullosos vencedores, el único triunfo que podrán exhibir…y quizá, quizá algún día, un músico con talento componga un nuevo réquiem, en memoria, no de los muertos, que son ya innombrables, como las arenas del desierto, sino de nosotros, pobres humanos, los vivos que seguimos aún, en nuestras palabras, en nuestras conciencias, en nuestros pensamientos, en nuestras decisiones, justificando la guerra, añorándola…¿Es que nunca aprenderemos?:
1 Dulce y honorable es morir por la patria (Horacio)