14/05/2021

Sigamos desasosegando

Escrito por H. V. Alonso

El mes que viene, el día 18 de junio, se cumplen once años de la muerte de José Saramago y en noviembre del año que viene, 100 años de su nacimiento. Todo lo que alguna vez he leído o escuchado de él toca una tecla en mi interior. Nunca antes me había sentido tan en sintonía con lo que otro ser humano pensaba y expresaba. Descubrir sus libros fue una especie de punto de inflexión para mí porque hallé, tras indagar en el pensamiento del autor, a un hombre lúcido, inteligente, humilde, solidario, consecuente, comprometido y supongo que muchas más cosas que sintetizan todo aquello que no soy pero que aspiro a ser, a modo de utopía humana inconquistable, como lo son todas.

A menudo, ante una situación de crisis, me pregunto a mí misma ¿qué haría Saramago en esta situación? Lo que sucede es que suelo tranquilizarme porque me hace parar y comportarme, y sentir que puedo ser mejor persona cuando elijo actuar siendo benevolente conmigo misma y con los demás, y no ser indiferente al dolor de las personas que me rodean. Si me mido con él siempre salgo perdiendo, indudablemente, pero siento que es una acertada vara de medir.

No he leído todos sus libros. Todavía no. Espero y deseo poder ir haciéndolo en los años venideros, y lo haré saboreando cada página. Me da pena que se me acaben, la verdad… Atesoro los títulos que me quedan por leer como algo de incalculable valor y no tengo prisa.

Saramago no creía en Dios; era ateo. Estaba convencido de que las religiones jamás habían servido para acercar a los seres humanos, sino para todo lo contrario; para dividirlos, para separarlos, para instigar guerras, es decir, para infligir sufrimiento. Muy a menudo hablaba y escribía, sirviéndose de la razón (algo cada vez más escaso, por cierto), acerca de la necesidad de sacar la religión y a la iglesia de los gobiernos y de las instituciones; era dolorosamente consciente del poder levantado en torno a ese Dios que nos condiciona cada metro cuadrado del contexto en el que vivimos.

No puedo dejar de mencionar aquí El Evangelio según Jesucristo, la obra que lo llevó a vivir a Lanzarote. Es mi preferido hasta la fecha. El 'Evangelio’ de Saramago fue publicado siete años antes de recibir el premio Nobel en 1998 y es una invención de la vida de Jesucristo, el evangelio sobre su figura y la de las personas esenciales que formaron parte de su vida; un relato que desafía la versión ‘oficial’ que hemos recibido de la Biblia y que nos presenta a un Jesús más humano y seguramente más realista. El libro es incisivo, no deja títere con cabeza y contiene magnificas reflexiones llenas ironía, veracidad, sensibilidad y consideraciones sobre las mujeres, sobre la pobreza, sobre el bien y el mal… . Tres citas del Evangelio.

“La vida de los pobres ya en aquellos tiempos era difícil y Dios no podía atenderlo todo.”

“Y Dios dio orden a la peste y murieron setenta mil hombres del pueblo, sin contar mujeres y niños que, como de costumbre, no fueron registrados”.

“Si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos, así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el verdugo.”

El libro provocó una polémica jamás conocida en el ámbito literario portugués y el gobierno, presidido por el conservador y católico Aníbal Cavaco Silva, con la ayuda de su entonces subsecretario de Estado de Cultura, vetó la candidatura del Evangelio al prestigioso premio Literario Europeo. Las excusas fueron las mismas que se esgrimen en otras religiones cuando dictan sus edictos religiosos o fetuas: blasfemar y herir u ofender los sentimientos religiosos de las personas. Ahí es nada.

No fueron los únicos que se sintieron airados; cuando Saramago murió, el diario oficial de la Santa Sede, L'Osservatore Romano, carente de gracia y nobleza, le dedicó unas palabras que de por sí deberían hacernos amarlo más. Aquí va un extracto: "[…] uncida como estuvo siempre su mente por una desestabilizadora banalización de lo sagrado y por un materialismo libertario que cuanto más avanzaba en los años más se radicalizaba, Saramago no dejó nunca de sostener una simplificación teológica inquietante: si Dios está en el origen de todo, él es la causa de todo efecto y el efecto de toda causa".

Saramago reivindicaba la bondad. Reiteraba lo injusto del modelo social según el cual se rigen nuestras sociedades; la cosificación del ser humano, la explotación y la humillación de las personas y la imposibilidad de poder vivir una vida plena y feliz eran cuestiones que le preocupaban enormemente y defendía la capacidad revolucionaria que tenemos todos y todas para transformar nuestra realidad y transformarnos a nosotr@s mism@s. Siempre defendió, ante todo, la dignidad humana. Manifestaba que debemos negarnos a aceptar las cosas como son porque "esto nos lleva directamente al suicidio" y apelaba a la responsabilidad colectiva según la cual cada un@ de nosotr@s es responsable de tod@s l@s demás. Criticó de una manera feroz el hecho de que durante siglos la mitad de la humanidad haya sido condenada a vivir subordinada y humillada. Nos recordó que este espejismo de democracia no es más que un conjunto de ritos, de gestos repetidos mecánicamente que solo sirven para cambiar gobiernos, no para alterar el poder, es decir, que vivimos en una plutocracia. Se posicionó en contra de la globalización porque a su entender no hace más que añadir “miseria a la miseria, hambre al hambre, explotación a la explotación”, y nos recordó que el sindicalismo está domesticado, gran triunfo del sistema capitalista, mientras intentan hacernos creer que somos libres.

Podría seguir, pero creo que ya solo me queda animaros a leer a Saramago si aún no lo habéis hecho, tanto sus libros como su pensamiento, sus entrevistas y todo lo que caiga en vuestras manos. Ya me contaréis.