16/05/2024

SI HAY BATUCADAS NO ES MI REVOLUCIÓN

Escrito por Fernando García Regidor

“La protesta de desarrolló en tono festivo”. Es la frase que más temo leer o escuchar en los medios de comunicación cuando hacen la crónica de una movilización. Es la prueba inequívoca de que el acto reivindicativo no ha preocupado en absoluto a las personas que deberían haberse sentido presionadas por él. Bailes, narices de payaso, flores, globos, pelucas de colores y batucadas. Complementos todos que transforman cualquier reivindicación en un acto inofensivo a ojos de a quienes deberían preocupar.

Si los policías antidisturbios sonríen a tu paso e incluso siguen con el pie el ritmo de la música de tu protesta, puedes tener la seguridad de que te has equivocado a la hora de plantearla.

Pero centrémonos en el caso más sangrante de todos, que no es otro que el de las batucadas. Unos pasacalles de percusión carnavalera, importados de Brasil y con raíces africanas, que tienen por costumbre actuar en espacios y contextos no solo de fiesta, sino también de reivindicación y lucha. Y es aquí donde empiezan los roces.

Hace unos días estalló una fuerte polémica en redes sociales por un vídeo de un grupo de personas bailando al ritmo de una batucada durante una protesta contra el genocidio israelí en Gaza. La imagen de aquella gente moviendo las caderas alegremente contra la masacre nos dejó a muchos atónitos.

Las batucadas, tienen la característica de ocupar toda la calle, silenciar las consignas con su atronadora tamborrada, vaciar de contenido la protesta, diluir sus mensajes y convertir a los manifestantes en meros espectadores de su show. Si hay batucada, no hay nada más. Se convierten en el único centro de atención. Ni hablar se puede en su presencia. Y eso está un poco feo.

Me decía hace poco una persona que a ella le encantan las batucadas. Claro, le dije, eso es muy respetable, pero es que a mí, por ejemplo, me encantan las bandas de cartón, con sus turutas embutidas en esos grotescos y coloridos instrumentos improvisados. Me parecen la mar de divertidas, pero no me haría ninguna gracia verlas en una protesta contra un genocidio, los asesinatos de mujeres o las muertes en los puestos de trabajo, porque veo bastante evidente que ese no es su lugar.

Seguro que a estas alturas ya habrá alguien pensando en Emma Goldman y su famosa frase “si no puedo bailar, no es mi revolución”. Pues lo siento mucho, pero la buena de Emma, que fue una mujer de armas tomar, en el más literal sentido de la expresión, jamás pronunció esa frase. Y a quien me demuestre lo contrario, le regalo toda la discografía de Carlinhos Brown, para que atormente a sus vecinos.

Capítulo aparte merecería la cuestión de la apropiación cultural que supone introducir las batucadas en contextos de lucha occidentales. Algo que supongo que se entendería mucho mejor si hubiese grupos de personas de Bilbao, Valladolid, Madrid o Vilafranca del Penedès interpretando danzas nupciales sioux en sus manifestaciones contra los desahucios.

Las protestas no son espacios festivos. Son contextos de lucha en los que se trata de manifestar enérgicamente nuestro rechazo a cosas terribles o donde se pelea por conseguir derechos que consideramos irrenunciables. Y no existen las batucadas combativas, como no existe la tuna combativa o el baile de los pajaritos combativo. Su espacio, si es que lo tiene en nuestro entorno, debe quedar circunscrito a las celebraciones festivas.

Hay algo especialmente preocupante. Y es que todas las personas que van con sus batucadas a las manifestaciones saben que su actividad es muy polémica y genera un fuerte rechazo entre mucha gente que participa en las protestas. Pero aún sabiendo esto, insisten en imponer a todo el mundo su espectáculo, porque para ellas, su lucimiento personal es más importante que la propia movilización. Esto es muestra de un narcisismo sonrojante.

Así que, parafraseando a Emma Goldman, cerraré esto con su famosa frase: “si hay batucadas, no es mi revolución”, que es tan apócrifa como la otra del baile que le encalomaron, pero a mí me hace más gracia.

Me voy a hacer una camiseta con ella. O una tote bag, ya veré.