24/05/2022

LO CONFIESO... HE PINCHADO TELÉFONOS

Escrito por Enrique Hoz

Así es, lo confieso, he escuchado conversaciones telefónicas, no sé si comprometedoras de algo, sin autorización judicial ni mandatado por el CNI. Todo fue a iniciativa propia.

Corría el final de los ochenta del pasado siglo y el que escribe esto, es decir, yo, fui llamado por el centro de FP en el que cursé mis estudios de electrónica para realizar un cursillo de dos semanas y posteriormente entrar a trabajar en una empresa aplicando lo aprendido en el cursillo que, todo hay que decirlo, fue bastante acelerado.

La empresa, no importa el nombre, del sector de las telecomunicaciones actuaba como subcontrata de Teléfonica (hoy Movistar) y nuestra labor consistía en modernizar y/o digitalizar ciertas partes analógicas de las centrales de Teléfonica.

Aunque no sea del todo exacta esta descripción, imaginad una planta de una central llena de filas de armarios de unos tres metros de altura y cada armario repleto de cajones desde abajo hasta arriba. Todos los cajones idénticos, compuestos por una serie de circuitos electrónicos responsables de establecer y mantener una comunicación entre dos teléfonos. Cada cajón disponía de un piloto luminoso que se encendía cuando sus circuitos estaban ocupados por una llamada y, al mismo tiempo, junto al piloto se encontraba una entrada de jack para poder conectar unos auriculares.

Una vez modificados los circuitos del cajón correspondiente, se colocaba en su lugar del armario del que había sido extraído y se probaba con una simulación de llamada dentro de una línea interna de la propia central. Para ello era necesario aislar el cajón. A veces, no te dabas cuenta de que no lo habías aislado y el cajón era ocupado por una llamada real y, claro, ya que tenías los auriculares puestos y conectados al jack... qué vas a hacer... escuchar e incluso en algún caso intervenir, siempre desde una perspectiva humorística. Ahora no lo sé, pero en aquel entonces era así de fácil escuchar una conversación telefónica ajena desde la sección en la que yo trabajaba.

Ya que cuento esto, añado, aunque suponga desviarme un momento del tema, que meses después de comenzar mi trabajo en esa empresa, me entregaron un Diploma del INEM acreditativo del cursillo que había recibido para trabajar en la subcontrata de Telefónica. Según se podía leer en la cartulina, había participado con aprovechamiento en el curso de Técnico en Instalaciones de Sistemas de Comunicación (tonto de mí, y yo sin saberlo), cuya duración llegaba a las 300 horas (en realidad, apenas fueron 80) y con un temario especificado supuestamente impartido que después de leerlo me sentía capacitado para diseñar y construir una nave con la que llegar a Marte en un par de horas. Resumiendo, un ejemplo de algo que no se impartió realmente cuyo coste acabaría en algún bolsillo agradecido.

A lo que iba. Un don nadie como yo disponía de un acceso fácil para escuchar conversaciones telefónicas, sin más eh, que nadie pretenda mezclarme en alguna trama conspirativa por una simple travesura.

Eso es lo más cerca que he estado del espionaje, siendo esto último bastante más sofisticado y mitificado aunque, si se analiza con un mínimo de rigor, no va más allá que los paparazzi y los programas de telebasura. Se puede afirmar sin ningún rubor que el espionaje no deja de ser más que la institucionalización del cotilleo, algo así como pegar el ojo en la mirilla para estar al tanto de lo que se cuece en los pasillos de cualquier estamento.

En estas últimas semanas las noticias relacionadas con la institucionalización del cotilleo forman parte del día a día. Las cloacas del Estado han dejado la puerta abierta y el hedor ha llegado hasta los olfatos menos sensibles.

Pinchar un teléfono sin autorización judicial es un delito grave (no me jodáis, no lo relacionéis con mi travesura). Por lo visto, un sistema informático israelí llamado Pegasus que, en teoría, solo pueden comprar los Estados ha llegado a “infectar” los móviles de diferentes cargos políticos y activistas, así, cual catarillo de una mañana gélida. Todo ello de manera ilegal ya que no consta la existencia de autorización judicial. Claro, hay que dar imagen de firmeza ante semejante tropelía y qué mejor que destituir a la Directora del CNI que para más curiosidades de este escenario guerrero se llama Paz. Vaya, vaya, al final va a resultar que el Estado Bananero Español no es democrático.

Creo que el CNI se podía emplear para gestiones mucho más interesantes como entrar en los entresijos de Eurovisión, descubrir con antelación cómo va a discurrir la votación y hacerla pública con suficiente antelación para evitarnos el bombardeo patriotero que hemos sufrido en esta última edición o, mejor, avisarnos con mucho más margen para poder digerir la buena nueva de la vuelta del Emérito y, por supuesto, mantener el acrónimo (CNI) pero abriendo el abanico para que esa “I” se desvíe de la Inteligencia y abrace más a la Imbecilidad, a la Idiotez, a la Ignorancia, a la Incultura, así, de esta manera, entre las varias opciones propuestas podemos elegir libremente porque en eso consiste la democracia... o no.