24/03/2022

Juegos de guerra

Escrito por H. V. Alonso

No sé mucho de historia, lo admito, y no es un campo en el que suela meterme. Sin embargo, en ocasiones, he tenido que hacerlo por diferentes cuestiones y casi siempre me he topado con hechos fascinantes; fascinantes en el sentido de increíbles, sorprendentes, de algo que me cuesta llegar a asimilar del todo.

El Tratado de Tordesillas (1494) fue un acuerdo por el cual la Corona de Castilla y la de Portugal se repartieron el mundo. Dicho así suena inverosímil, pero básicamente eso es lo que hicieron; trazaron una línea de polo a polo, y Portugal se quedó con el hemisferio oriental, mientras que Castilla hizo lo propio con el hemisferio occidental.

En 1885, unos cuantos siglos más tarde, en la Conferencia de Berlín, Europa de repartió el continente africano. Así, como quien parte y reparte una tarta. ¡Y vaya tarta! El canciller alemán Otto von Bismarck fue el maestro de ceremonias. El objetivo era simple; regular la conquista y colonización del continente. Bueno, y otra cosa no menos importante para los bienhechores europeos… Iban a civilizar África al mismo tiempo. Europa y su eterno complejo de salvador blanco.

Y ahí, un poquito antes, nos encontramos con la denominada Guerra del Opio, conflicto político, comercial y bélico entre China y Gran Bretaña. Siempre me ha pasmado y sobrecogido lo que los seres humanos somos capaces de hacer por pura codicia, y este es un caso más. En realidad, hubo dos guerras del opio. En ambos casos fueron los Británicos los que salieron victoriosos. La primera tuvo lugar entre 1839 y 1842. China había intentado siempre controlar el flujo de productos importados mediante una política proteccionista. Los Británicos compraban sobre todo productos lacados, seda, porcelana y té (había una demanda brutal en Gran Bretaña) y pagaban con moneda de plata. Este intercambio de productos por plata era crucial para el Imperio Chino ya que la ese elemento constituía su base monetaria. China, ansiosa por controlar las mercancías que llegaban del extranjero y por asegurarse de que los impuestos y aranceles eran pagados religiosamente, estableció el Sistema de Cantón (1757), según el cual se decidió cerrar al comercio occidental todos los puertos de China a excepción del puerto de Cantón. El imperio del sol naciente esperaba así posiconar la balanza de pagos a su favor ya que la demanda de té y seda por parte de Europa no dejaba de aumentar. Las restricciones tuvieron éxito y así se mantuvieron durante años.

Sin embargo, un factor desestabilizante estaba por llegar. Las necesidades internas de plata en Europa se vieron complicadas por problemas en el suministro de la misma. En primera instancia, las guerras entre Gran Bretaña y España desde mediados del siglo XVIII interrumpieron el suministro en el mercado internacional de plata causando crisis monetarias en Europa. En segunda instancia, la independencia de los Estados Unidos y, sobre todo, de las colonias españolas de México y Perú acabó con el suministro de plata barata mundial. A esto se unió el hecho de que la exportación a China de productos británicos e indios comenzó a declinar y como resultado se produjo el desequilibrio comercial entre Gran Bretaña y China. No había realmente nada que la población china pudiese querer traer de fuera. Los anglosajones necesitaban algo que equilibrase la balanza. Y lo encontraron en el opio.

La mayoría de la fuentes defienden la idea de que el tráfico de opio era ilegal tanto en China como en Gran Bretaña (algunos libros niegan este hecho). A pesar de eso, los dirigentes sin escrúpulos de la Compañía Británica de las Indias Orientales (compañía bendecida por Isabel I en 1600) entendieron lo lucrativo de este ‘negocio’ y comenzaron a producir a gran escala con China como objetivo preferente. La única otra nación que se involucró activamente en el narcotráfico fue los Estados Unidos. A principios del siglo XIX, los mercaderes estadounidenses comenzaron a traficar con opio de Turquía, más barato pero de peor calidad. La competencia entre opio estadounidense y británico abarató el precio del opio en China, lo que a su vez disparó la demanda del mismo. Los traficantes chinos comenzaron a demandar opio en cada vez mayores cantidades, de tal forma que los británicos doblaron la producción del mismo en la India entre 1804 y 1820. El tráfico y el consumo se descontrolaron y la plata salía esta vez de China hacia Gran Bretaña amenazando la estabilidad económica del país. El té les acabó saliendo a buen precio.

Cuentan los libros de historia que el opio no era un producto ajeno a la cultura china. Siempre hubo plantaciones y parte de la población lo consumía. Además había sido utilizado con fines terapéuticos durante siglos. Y también es justo mencionar que hubo muchos ciudadanos chinos, oficiales, mercaderes, bandas y contrabandistas que se hicieron ricos gracias a la compra-venta del opio. Todos querían participar de la fiesta, los autóctonos y los extranjeros. Creo que es relevante mencionar que durante el sigo XVIII (coincidiendo la segunda mitad de este siglo con el inicio de la primera revolución industrial), el consumo de productos adictivos aumentó considerablemente en todo el mundo. Los productores y los comerciantes encontraron maneras de hacer que estos productos fueran más baratos, más atractivos, más fuertes y más asequibles. Al parecer, el consumo de vodka dobló sus cifras en Rusia en ese siglo. Té, café, tabaco, azúcar, alcohol, chocolate y opio fueron los estimulantes más adictivos y los consumidores los demandaban en todos los lugares.

Hubo un debate interno sobre la conveniencia de legalizar la comercialización y cobrar impuestos…Finalmente, China impuso leyes para erradicar el tráfico y el consumo de opio. La incautación de más de 20.000 cofres de opio (63 kg aprox. por cofre) en la primavera de 1839 por parte del gobierno chino y nuevas leyes prohibiendo la comercialización del opio hicieron estallar el conflicto. Los británicos decían sentirse ofendidos y ultrajados por el trato recibido. Si a eso sumamos el anhelo por liberar el comercio con China y la arrogancia británica tenemos el cóctel perfecto. Tras tres días de debates en Londres, el 9 de abril de 1840 el parlamento británico votó por 9 votos de diferencia (262 frente a 272) a favor de la guerra con China. Subsiguientes mociones para tratar de parar el conflicto fracasaron, y el 27 de julio de 1840 el Parlamento aprobó una partida de 173,442 libras esterlinas para cubrir los gastos relacionados con la expedición naval contra China. Para entonces, la guerra con China en aguas chinas ya había comenzado.

En agosto de 1842, la guerra concluyó con la toma de la ciudad de Nanjing por parte de las tropas británicas, hecho que dio nombre al Tratado de Nanjing. En esta capitulación se firmaron los acuerdos por los cuales China pagaría una cantidad equivalente a 21 millones de dólares a los británicos, les cedería Hong Kong y establecerían una tarifa ‘justa y razonable’ en sus acuerdos comerciales. Además, desde ese momento, los mercaderes británicos tendrían libre acceso a los cinco puertos comerciales, no únicamente al puerto de Cantón.

Nunca volvieron a ser iguales las relaciones comerciales de China con el resto del mundo. Fue una derrota que cambió para siempre la naturaleza de sus vínculos con los demás. Se cuenta que si hubiese habido un esfuerzo diplomático real, la guerra se podría haber evitado. Pero la idea que subyace es que las concesiones por parte del gobierno chino no habrían satisfecho al británico, seguramente, y la probabilidad de que el gobierno británico valorase que la violencia no era la opción menos mala parece claramente escasa. Hong Kong fue revertida en 1997.

No soy buenista. No creo que siempre todo se pueda solucionar con buenas palabras y diplomacia. Existen casos en los que la violencia está justificada, porque aunque sea triste decirlo, en ocasiones, hay que combatir el fuego con fuego. Nos puede parecer que estas son batallitas de siglos pasados, pero no lo son, tristemente. Nos indigna la guerra ahora porque creíamos haber llegado a un estadio de democracia y bienestar imperecedero en nuestra Europa globalizada, y de repente todo eso se tambalea… ¿Y si nos llega hasta aquí? ¿Estará este tío tan loco como dicen?

El mundo no es un lugar amable. No lo es para un tanto de la población muy alta. Deberíamos vivir indignados permanentemente porque millones de personas viven y mueren en condiciones de pobreza, esclavitud y violencia en demasiados rincones del mundo. No tenemos sitio para tanta bandera. La morada, la de los refugiados, la del arco-iris, la azul y amarilla… Ahora, lamentablemente, Ucrania es un lugar más donde el padecimiento está presente. Ojalá termine pronto, porque las guerras las han sufrido y las sufren siempre las personas normales, personas que aspiraban a vivir sin tener que morir prematuramente y a disfrutar del tiempo con sus seres queridos. Ojalá termine pronto, porque un sitio menos sin esa violencia salvaje siempre es buena noticia, sea en Ucrania, en Siria, en Yugoslavia, en las grandes llanuras norteamericanas, en Colombia, en México, en República Democrática del Congo o en la China del siglo diecinueve.