12/02/2021

“Jenga” de objetos

Escrito por Raquel Esteban

¿Os ha pasado alguna vez que cuando recibís una información nueva o aprendéis algo nuevo, esa novedad se repite una y otra vez en a lo largo del mismo día? Es como si fuese un “déjà vu” del aprendizaje. Supongo que será que nuestro cerebro está más atento a ese nuevo estímulo y, por eso, una vez que llega somos más conscientes. Aunque me apasiona cómo funciona esa parte de nuestra anatomía, escribo desde la ignorancia y, lo que hoy quiero contar, nada tiene que ver con la conciencia. ¿O sí?. Sea lo que fuere, ese “déjà vu” me pasó durante el mes de Enero. Os pongo en situación. Todo empezó con la borrasca Filomena, que dejó unas nevadas copiosas en gran parte de la península. Esto provocó que numerosas imágenes del manto blanco llegaran a mi móvil. La mayoría eran graciosas, pero una llamó especialmente mi atención. En ella se veía una calle de Madrid con nieve en el asfalto, algunos coches y unos contenedores que estaban a rebosar de basura. Tanto, que las bolsas formaban una gran torre. Curiosamente, a la vez (y sin borrasca Filomena), los contenedores de mi pueblo estaban desbordados, sin sitio para tirar nuevas bolsas. ¿muchos residuos? ¿mala gestión de la recogida?. Qui lo sa. La cosa es que todo esto me recordó a un artículo científico que había leído esa misma mañana. En él se cuantificaba la “masa antropogénica” (masa de objetos que nosotros construimos). Y ¿sabéis a cuanto equivale toda esa masa?. ¡A 1,1 teratoneladas!. ¿Cómo os quedáis?. A mí me dejó impresionada. Y es que en los últimos 20 años esa masa antropogénica se ha duplicado, superando la biomasa viva global (plantas, animales, microogranismos). Una vez más, el 2020 marca un límite histórico que sin duda tiene que ser un punto de inflexión de nuestro sistema. Parece que estamos jugando al juego de mesa “Jenga”, un juego de habilidad que consiste en quitar bloques de una torre construida, de manera que cada vez esa torre es más inestable. Mi imaginación voló y simuló en mi cabeza una gran torre de objetos y residuos encima del globo terráqueo, como si del juego de mesa se tratara. Le di una vuelta a la información y empecé a analizar todos los objetos que podrían conformar esa masa antropogénica. Pensé en carreteras, edificios, ropa, muebles, botellas, recipientes, ordenadores, coches. La lista empezó a ser infinita. Se me plantearon muchas preguntas. ¿por qué tantos objetos? ¿por qué tantos residuos? ¿son necesarios?. Puedo entender la necesidad imperiosa de asfalto para construir algunas carreteras o la necesidad de materiales imprescindibles para nuestra vida, pero la mayoría de los objetos nos sobran. Y es que mi reflexión me dio un mensaje claro. Hay que cambiar esta tendencia. No podemos seguir rebasando límites biológicos sólo para crecer económicamente, basándolo en el uso excesivo de materiales. Y este cambio va más allá de la propia persona consumidora. Y es que yo, como seguramente muchas personas, cuidadosamente separo en mi casa los envases, los deposito en contenedores de colores, e incluso intento lleva a cabo el lema de “reducir, reciclar, reutilizar”. Esto no es suficiente. Los cambios tienen que ir encaminados a un modelo complejo basado en un sistema circular, garantizando una torre fuerte y sólida, garantizando así el bienestar, tanto social como del planeta. Es un dúo inseparable. Y después de todas estas líneas, ha resultado que sí, que estas palabras sí tenían que ver con la conciencia.