24/12/2020

Invisibles

Escrito por La prima de Enma

La crisis del Coronavirus ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de las personas sin hogar agravando su situación. En el caso de nuestra comunidad se habilitaron todos los albergues disponibles e incluso los Polideportivos, para dar respuesta a las “necesidades” de este colectivo, pero en realidad el fin prioritario era tener en aislamiento y controlado a este colectivo para evitar contagios masivos. Tras el fin del confinamiento desde el Gobierno Vasco con el plan “Lehen Urratsa” a muchos de ellos se les ha ofrecido una alternativa de alojamiento para poder así iniciar itinerarios y lograr salir de las calles. Pero está claro que estas medidas han sido insuficientes ya que la crisis económica derivada de la sanitaria, está empujando a las calles a miles de personas que ya tenían dificultades para poder llegar a fin de mes.

En plena segunda oleada del virus y los albergues invernales funcionando a pleno rendimiento, todos los recursos están al borde de la saturación, además debido a esta crisis han aparecido nuevos perfiles para los que no hay recurso para darles respuesta; menores no acompañados que tras cumplir 18 años se quedan en la calle, solicitantes de asilo, familias que han sido desahuciadas por no poder hacer frente al alquiler y mujeres que son cada vez más jóvenes, mujeres que antes de la crisis tenían un empleo precario que han perdido durante la pandemia, mujeres que para la mayoría de los recuentos de personas sin hogar son invisibles.

Según las estadísticas sólo entre un 10% y 15% de las personas sin hogar son mujeres pero la realidad es bien diferente, son muchas más pero son invisibles para todas las estadísticas ya que como en algunos casos no pernoctan en la calle, no se las ve, por lo tanto no, existen. Para entender la realidad de estas mujeres tenemos que tener en cuenta que, aunque son términos íntimamente relacionados; no es lo mismo el término “sin hogar” que “sin techo”, y además, como la calle es el punto más extremo; las mujeres intentan agotar todas las opciones antes de llegar a ese extremo, duermen en el “sofá” de un amigo, ocupan habitaciones compartidas, si tienen hijos van por temporadas a sus casas, se dedican al cuidado de mayores y en algunos casos a la prostitución, en definitiva, salen y entran de la situación de calle por lo que sus situaciones son invisibles. La razón por la que evitan la calle es la mera supervivencia ya que la mayoría de ellas sufren más agresiones físicas y sexuales que los hombres, además como muchas de ellas antes de acabar en esta situación ya han vivido sometidas a una situación de violencia, en muchos casos buscan nueva pareja o el apoyo de otro sin techo para sentirse cronificándose así las situaciones de violencia.

A esto hay que unir la falta de recursos para las mujeres, la gran mayoría están diseñados para los hombres, ya desde que se ha abordado este problema se ha hecho teniendo en cuenta la gente que vive en situación de calle donde la mayoría son hombres, por lo que como consecuencia de la falta de la perspectiva de género los recursos están pensados para los hombres y las necesidades básicas de la mujeres no son cubiertas.

Como Educadora Social siempre he estado al corriente de las estadísticas, de los recuentos y de los recursos que están a nuestro alcance. Pero cuando conoces de primera mano la realidad de este colectivo y sobre todo cuando conoces al grupo que es invisible ante todas las estadísticas y conoces de primera mano sus historias, sus experiencias, te das cuenta que no hemos avanzado nada, que todavía queda mucho por hacer. Hay que coordinar recursos, no podemos esperar a que estas mujeres lleguen a una situación de emergencia para intervenir, pero sobre todo; es imprescindible la incorporación de las mujeres a un mercado laboral en igualdad de condiciones, hay que acabar con los trabajos precarios, solo con la autonomía económica lograran su autonomía.