15/02/2021

Galindo

Escrito por Enrique Hoz

Rodríguez Galindo ya es historia. Ha muerto un cabrón de los muchos que habitan el planeta Tierra; sí, muchos, demasiados. Sin embargo, para una gran masa es un héroe porque sus valedores le sitúan en un contexto de guerra y, ya se sabe, por mucho tratado, normas y demás, en una guerra vale todo y, en el terreno del “todo”, un canalla campa a sus anchas.

Galindo contra ETA define un conflicto de honor patrio en el que un salvaje es encumbrado a los altares del Estado. Alrededor de quince años como jefe supremo del Cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo es más que suficiente para que un sádico se crea con licencia para no tener en cuenta límite alguno. Y si con ese proceder uno es glorificado, laureado y condecorado, la acción de reprimir, amedrentar, torturar y asesinar se convierte en algo tan cotidiano como degustar un plato de lentejas.

Que un sujeto de este tipo fuese capaz de declarar en sede judicial algo así como que “con varios de estos hombres (refiriéndose a sus subordinados) podríamos reconquistar América del Sur completa”, da una idea del imperialismo mental de este impresentable. Es una declaración enfermiza de un perturbado por la Una, Grande y Libre que no se circunscribe al castigo contra el independentismo interno sino que su concepción de someter, de aplastar, traspasa el tiempo presente viajando el subconsciente a una época de macabra imposición al otro lado del océano.

Quizá creyó que la exención a la responsabilidad que le otorgaba la impunidad se encontraba al mismo nivel de la que le concede la sacrosanta Constitución al holgazán del Palacio Real y no supo calibrar los márgenes. El caso Lasa y Zabala le estalló en el morro muchos años después de participar en esa tropelía.

Con esa mentalidad de buen miembro de un Cuerpo Represor formuló en el juicio una pregunta que, como tarjeta de presentación, determina el amparo policial del que se goza con placa y pistola: “¿Quién nos ha visto torturar, quién nos ha visto matar?”. Lasa y Zabala lo vieron de cerca pero no lo pueden contar.

Desde que se hizo público el fallecimiento de este carnicero las redes sociales se han inundado de mensajes; por un lado, sus partidarios; por el otro, sus detractores.

Adeptos tendrá a millares porque, no hay que olvidarlo, contaba con el apoyo disimulado, cuando no directo, que siempre se le ha dado al GAL en el Estado y, es más que evidente, que el españolismo colonialista humedece muchas entrepiernas. Y qué mejor para obtener el salvoconducto de persona de bien y demócrata de toda la vida que la lucha contra ETA. Sus métodos se obvian porque al ensalzar su figura se le destaca como un guerrero, un combatiente que derrotó a ETA y con ello salvó la vida a multitud de ciudadanos. En el entorno en el que se movía este tipo, el “TODO POR LA PATRIA” es un cheque en blanco para cometer atropellos contra la población políticamente incorrecta.

Detractores, entre los que me incluyo y por ello ya seré calificado por alguien como “etarra”, también tendrá miles pero no tantos como sus incondicionales que, a buen seguro, influidos por el relato del Ebro para abajo nos sobrepasan en número con creces.

Es aquí, en el terreno de los detractores, donde voy a detenerme un momento. Las redes sociales se han inundado con frases, memes y referencias varias relativas a la defunción del conocido picoleto, mezclándose la mala hostia, la alegría, el humor... y yo, personalmente, me he quedado con un sabor extraño, confuso, agridulce...

¿Por qué? Porque sí, vale, un cabrón menos... pero de 82 años. Con esa edad, si no es el Covid-19 te fulmina cualquier otra dolencia. Leer mensajes como jódete, púdrete y similares puedo entenderlos pero me transmiten una sensación de impotencia ante la mala hostia que produce que matones de esta calaña vivan y mueran entre algodones.

Fue condenado a más de setenta años de prisión, apenas pasó cinco entre rejas, y perdió oficialmente su condición de miembro de la Guardia Civil. Yo no considero que eso sea pagar por sus fechorías.

Rodríguez Galindo representa a la perfección las cloacas del Estado, llenas de mierda, de un tinte verdoso como su uniforme. Se ha ido sin salpicar a los que estaban por encima de él. Guardar silencio ha sido su mejor contribución al Estado policial.

 

Fuente de imagen: Naiz (Jon Urbe)