29/05/2021

¿En serio?

Escrito por Inma Iglesias Guerra

Cuando era pequeña jugaba muy a menudo a un juego que de puro absurdo, me mantenía entretenida durante un buen rato. Se trataba de buscar una palabra de dos sílabas y empezar a repetirla mentalmente hasta ese momento en que la palabra pierde su significado y surge una nueva, que puede o no expresar algo; esto es por ejemplo, melón, melón…melónme…lonme, lonme…, que no quiere decir nada; o amor, amor…amora…mora, mora…que tiene significado de las dos formas.

Han pasado muchos años, pero yo sigo utilizando esa técnica a menudo, no para jugar como cuando era pequeña, pero sí para analizar situaciones de la vida cotidiana que, como palabras bisílabas, pierden su sentido cuando se repiten sistemáticamente y me empieza a parecer que todo es una broma, os cuento…

Empiezan a sonar mucho antes de que salga el sol. Algunos hasta suenan bien, engañando a nuestro cerebro para que asuma como algo agradable, lo desagradable que puede llegar a ser despertar cuando el cuerpo pide a gritos seguir durmiendo. Hordas de personas que se levantan sufriendo, se duchan sin ganas, desayunan malamente y salen corriendo como autómatas hacia trenes, metros, buses o coches que los llevan de lunes a viernes a sus lugares de trabajo, donde pasan siete u ocho horas produciendo algo, o dando algún servicio que en teoría es necesario para vivir. Las personas que conducen todos esos medios de transporte que nos llevan a nuestros trabajos, están ya trabajando, y habrán llegado a sus trabajos en algún medio de transporte…y así hasta el infinito, como una palabra silábica cuando pierde su sentido,

Hombres y mujeres que creyendo que le están haciendo un favor a su cuerpo y a su mente, después o antes de su jornada laboral, van durante una o dos horas a machacarse a un gimnasio con máquinas que inventan y producen otras mujeres y hombres en sus jornadas laborales, y de las que salen con ganas de ir a un gimnasio en el que hay otras máquinas que inventaron otras personas…y así hasta el infinito.

Hombres y mujeres que a menudo, al salir de sus trabajos van a hacer compras a un gran supermercado en el que también mujeres y hombres trabajan colocando todas esas cosas que se pueden comprar para satisfacción de nuestros estómagos y cerebros, porque todos los productos que se venden en los supermercados están colocados estratégicamente para que compremos más y más. De hecho hay personas cuyo trabajo es ese; crear estrategias de venta. Pero ellos y ellas a su vez también caen en otras estrategias de venta porque también tienen que ir al supermercado después de trabajar…y así hasta el infinito.

Llegamos a nuestras casas agotadas después de estas maratones de actividad tan “necesaria” para vivir; con apenas tiempo de charlar un rato con la o las personas que comparten nuestra vida, con apenas tiempo para leer algún párrafo de ese libro que por momentos nos saca de la aciaga realidad, de escuchar algo de música o de ver una buena película ahora que tenemos Netflix, aunque las personas que inventaron Netflix quizás tengan alguna otra plataforma porque estén hartas de la suya…y así hasta el infinito.

Pero enseguida llega el viernes y ya vemos la vida de otro color; con dos días por delante para disfrutar de la vida, ¡qué maravilla!, si es que nos quejamos de vicio… Ese pintxopote del viernes, que nos reconcilia con la humanidad; esa comida familiar o esa quedada con la cuadrilla del sábado que nos hace darnos cuenta de cómo pasa la vida; y esa tarde de domingo amargándonos a la velocidad del reloj, porque se acaba el tan ansiado fin de semana…y así hasta el infinito.

Aunque hay un momento en el año en el que todo esa rutina absurda toma sentido, ¡Las Vacaciones!, quince días en el pueblo, en un camping o si ese año hemos logrado ahorrar algo en un hotelito a mesa puesta, ¡ que para eso estoy todo el año como una esclava!, los otros quince, como no hay presupuesto y además no me dejan cogerlos en verano, me los reparto como buenamente puedo. Y así un año tras otro…hasta el infinito hasta que de nuevo esa palabra silábica que es la VIDA, pierde su sentido.

Pues hay días que me da por jugar a esto, y es entonces cuando toda la realidad en la que nos movemos pierde su sentido, y voy en el tren camino del trabajo y veo, a esas horas en las que el cielo es naranja , un rebaño de cabras tumbadas en la hierba, desperezándose al abrigo de los primeros rayos de sol…y pienso en cuánto me gustaría estar como una cabra.

Y me acuerdo de esa historia en la que un pescador salía a diario a pescar lo necesario para comer él y su familia, y alguien le dijo que por qué no pescaba más horas y así podría vender pescado y con lo que sacara comprarse un barco más grande y pescar más y vender más, incluso contratar ayudantes y montar una pequeña empresa para tener un buen dinero para cuando se jubilase poder disfrutar de la familia y los amigos; a lo que el pescador le contestó que para que iba a esperar a la jubilación, si él ya disfrutaba de su familia y amigos todos los días.