18/12/2020

Anticonsumismo

Escrito por Nata

Sábado tarde.Pre y post Covid. Centros Comerciales llenos de gente, que intenta tapar sus inseguridades con ropa nueva que esté a la moda para posteriormente hincarse un MacRata. Mientras, en un campo de fútbol, la masa colérica escupe su odio a unos millonarios que no conoce, tras una frustrante semana de trabajo infrarremunerado. Al mismo tiempo, un joven compra medio pollo, y no me refiero a un ave, porque cree que así aliviará el agobio que le crea esta mierda de sociedad. En ese preciso momento alguien se deja la pensión en la tragaperras en un demoníaco salón de juego. Simultáneamente millones de dedos hacen clic en compra ya. Podría no haber relación entre ellxs, pero algo les une: han basado su ocio y sus ilusiones en el consumo. Consumo monetario, claro.

El Sistema ha conseguido que nuestro ocio se base únicamente en consumir para conseguir estímulos nuevos. Han convertido nuestras vidas en cinco días de relleno y dos de escape. Dos días en los que debemos descargar la frustración de una semana de extenuante y agobiante trabajo. Es una ilusión efímera e irreal. En seguida, el despertador del lunes , te explota en la cara, recordándote que has de volver a producir para volver a consumir. Puede parecer que no,pero hay vida más allá del consumismo y de Netflix. Hay infinidad de actividades que se pueden hacer gratuitamente y son mucho más gratificantes que enriquecer a multinacionales podridas o al camello de turno, valga la redundancia. Multitud de centros y asociaciones ofrecen charlas, teatro, música y un montón de actividades. Sé que no es el mejor momento, pero todo es cuestión de informarse. Tenemos bibliotecas, centros sociales y culturales, ateneos, gaztetxes etc. También podemos retomar el contacto con la naturaleza, hacer de porte, escribir, leer, cocinar, follar… ¡yo qué sé! Lo que quiero evidenciar es que no hace falta gastar, para ser feliz. Estamos siempre buscando ese algo que nos deje definitivamente a gusto por completo. Pero si buscamos en el lugar equivocado, jamás lo estaremos. Sabemos de sobra que la felicidad está en las pequeñas cosas y actos que nos llenan. La felicidad está en hacer el bien, a nuestrxs semejantes o el mal a algún cabrón que se lo merezca. Admito, que yo soy más de lo segundo, pero bueno, esto es cuestión de gustos. La felicidad no puede ser vendida ni comprada, ni viene empaquetada.

Todxs recordamos aquel libro de la biblioteca pública que nos marcó, pero por mucho que pensemos, no nos acordamos de la película de HBO de antes de ayer, porque menuda castaña infumable. Tampoco olvidarás aquel día en el monte, donde te sentiste realmente libre, pero ya no recuerdas el finde anterior cuando fuiste a IKEA con una brújula a pegarte codazos con la marabunta y te dejaste el jornal de toda la semana en mierda que no necesitas.

Ya no hablo de implicarnos en cualquier lucha social o sindical, ni en conseguir alguna victoria, por pequeña que sea: eso no hay dinero que lo pague. Hablo de acciones del día a día que podemos hacer sin el más mínimo esfuerzo.

Ahora nos llega la sacro santa Navidad, época consumista por excelencia. Tenemos cenas de empresa, amigxs invisibles, Olentzero, Reyes y demás excusas para levantar la economía. Cuando por lo que aquí abogamos es por destruirla.

Las empresas gastan ingentes cantidades de dinero para que consumamos sus productos o contratemos sus servicios. Campañas ultra-agresivas, que vienen a recordarnos, que si no consumimos sus productos, seremos unos infelices y unos desgraciados. “¡Adelanta tus compras de Navidad! ¡Aprovéchate de todos los descuentos!”, y mierdas por el estilo. ¿¡Cómorrrll!? “lo que voy a adelantar es mi baja de tu sucia empresa” y si es hoy, mejor que mañana. Grandes estrellas, aunque también pseudofamosos, se prestan a poner sus jetas en anuncios: boikot a lo que anuncien, y a ellos también. Mención especial para a aquellos que se dignan a publicitar casas de apuestas.

Hablamos de explotación infantil en países empobrecidos, pero compramos a Amancio y cambiamos el móvil en cuando podemos, porque ¡qué guapo el iphone 30, colega, que menudas fotazas saca! No queremos que nos suban el alquiler, pero vamos al barrio gentrificado de Londres, a un Air Bnb porque conocer mundo enriquece. Sobre todo, a las empresas que nos echan de nuestros barrios. Y así, infinidad de falsas ilusiones, creadas única y exclusivamente para seguir engrasando la máquina suicida.

El consumismo es un arma del poder para que sigamos sometidos a su dominio. Nos crea falsas ilusiones y necesidades, que sólo pueden ser satisfechas con transacción monetaria, convirtiéndonos en máquinas de producir dinero para satisfacerlas. El consumismo provoca que a la vez que nos convertimos en esclavos del dinero, destruyamos el mundo y todos sus recursos. No podemos obviar que vivimos en un mundo cada vez más masificado y tener a 7000 millones de personas consumiendo al ritmo actual, no hay planeta que lo aguante. Podríamos aquí hablar de abolir el trabajo asalariado, ACABar con el dinero o eliminar todo tipo de tecnología. Pero hoy, no voy a ser ambicioso. Hoy propongo hacer un pequeño ejercicio de autoanálisis sobre si necesitamos toda la chatarra que compramos, más allá de lo necesario. Sobre si tanto objeto, nos hace realmente felices y nos facilita la vida o al contrario, nos hace dependientes de ella y nos la entorpece. No hablo de hacerse primitivista, ni nada similar, que sería lo suyo, sino de no caer en las trampas del poder. Consideramos que el anticonsumismo es tan importante como la militancia y el activismo, pues no se llegarían a producir muchos de los desajustes y atropellos que el consumismo provoca y que tanto tiempo y esfuerzo nos cuesta combatir.

Hagamos del anticonsumismo nuestra militancia. El planeta y sus habitantes lo agradecerán.