Escribo estas palabras la víspera de la investidura de un millonario como presidente, aunque ya lo fue anteriormente, del país que corta el bacalao en el planeta tierra. En este guateque de lujo se darán cita bastantes políticos profesionales de pensamiento cafre para no desentonar con el personaje central del acto. Si cafre es quien llega al trono mundial, si cafres son bastantes de sus invitados cómodamente asentados también en sus respectivas poltronas, no es muy descabellado deducir que el pensamiento cafre, sea moda ideológica o no, disfruta de una presencia notoria nada desdeñable en el día a día.
Durante estos primeros coletazos del año, tras la lectura de varios artículos de opinión escritos por periodistas (considerados por mí como respetables) alertando del ascenso y asunción social de planteamientos autoritarios frente a propuestas democráticas, he llegado a la conclusión inequívoca de que bueno sería si el periodismo decente volviese a la casilla de salida a la hora de darle significado al concepto de democracia. Dicho de otra forma, si la democracia, como sistema político en el que la soberanía reside en el pueblo (a modo de definición simplista), es el objetivo, pero un objetivo final, mientras se recorre el camino que lleva a esa meta más acertado hubiese sido desde el principio utilizar otro término, que no democracia, para definir la organización social existente. Aquí la expresión ganadora fue socialdemocracia y se quedaron tan tranquilos.
La socialdemocracia cumple la función adormidera manteniendo a la población bajo el manto de la protección, hasta donde llegue, a cambio de la paz social y perpetuando la desigualdad, como en las más sanguinarias dictaduras en el caso de que algo se tuerza en exceso, convirtiendo los proyectos de vida de una gran porción de la sociedad en una función de circo donde el equilibrismo es protagonista indiscutible. Y este equilibrio tan endeble es la socialdemocracia que, además de ser un gran invento para vender la moto del maridaje entre democracia y desigualdad, carece de recursos con los que dar una respuesta justa cuando el equilibrio se pierde.
La socialdemocracia no elimina la vulnerabilidad social, tampoco lo hace el discurso cafre, pero este último, basado en el bulo y el sensacionalismo, es abrazado como fácil recurso para el desahogo. El alegato irracional, emocional, cargado de exabruptos no necesita argumentación porque es un sermón militarizado destinado a dar órdenes. Es un método antiguo (a buen seguro que lo utilizó el primer sinvergüenza) cuya característica reside en la facilidad para cautivar y manipular a gran parte de la sociedad afectada por la inestabilidad viendo solo enemigos a los lados o hacia abajo, pero apenas dirige la vista hacia arriba.
La mal llamada democracia o socialdemocracia tiene una responsabilidad directa en el alzamiento del discurso cafre y quienes la defienden como el mejor escenario de los posibles, aún siendo consciente de la complejidad de la estructuración social en la que vivimos, están anclados en peroratas asemejadas a rollos cansinos.
El jefe de los cafres vuelve a su trono y la congregación de cafres será histórica. Todos los medios de comunicación del planeta cubrirán de una u otra forma el evento. Imágenes de sonrisas fascistonas coparán el Capitolio... y la socialdemocracia, con timidez, seguirá pidiendo las cosas por favor. Mal asunto.