Admito que voy un poco tarde, pero el 14 de abril fue el aniversario de la proclamación de la Segunda República, día en el que generalmente se suceden actos y manifestaciones en su recuerdo, que suelen mencionar la necesidad de una Tercera. No seré yo quien diga que la monarquía parlamentaria deba ser el régimen político que se mantenga en España, pero sí que me suelo preguntar qué espera la gente que signifique una “Tercera” República.
Seamos honestas, la historia de las repúblicas españolas es más la de la omisión que la del levantamiento popular, reyes que optan por irse o… reyes que optan por irse. Y aunque en ambos casos hayan resultado en ciertos avances para el conjunto de la población y específicamente la clase trabajadora, en seguida se han quedado cortas. Ya sea la revolución del petróleo en Alcoi o los sucesos de Casas Viejas, siempre ha habido un impulso popular hacia una profundización en los cambios sociales, siempre parado en seco por el nuevo régimen político, como si hubiera una necesidad de cambiar “pero no mucho”. La Segunda República fue la que tuvo más tiempo en demostrar que nunca fue especialmente amiga del movimiento obrero ni del campesinado, recelando incluso cuando el Ejército de África había dado un golpe en su contra.
Entonces, ¿por qué tanta gente ha llegado a poner sus esperanzas en esto? La romantización de un bando derrotado en el que se confunden los límites de lo obrero y lo burgués tienen mucho que ver, una democracia parlamentaria atacada por los aliados de quienes perderían la Segunda Guerra Mundial, ¿quién no sentiría un cierto grado de empatía? Sabemos de sobra que si no ha habido más consenso al respecto es por un franquismo que hizo una limpieza social y humana, prácticamente indultado por el bloque occidental a lo largo de su existencia.
Tras la crisis del régimen del 78, las clases medias1 que volvían a “proletarizarse” en la crisis financiera del 2008, se intentaron replantear qué estaba mal en la sociedad en que vivían. Este contexto unido a una familia real acostumbrada a la impunidad, facilitó una extensión del republicanismo en el Estado español. El tiempo ha demostrado que el régimen del 78 podía absorber ese descontento y más, pero no nos engañemos, incluso aunque hubiera una “Tercera”, muchos de los problemas de la clase trabajadora no se solventarían. ¿Acaso cambiar la forma de la jefatura del Estado eliminaría el racismo, la lgtbiqfobia, el machismo, los abusos patronales, la destrucción del medio ambiente, la apisonadora de culturas que es el Estado-nación? Creo que la historia nos demuestra que no, que cambiar la forma del Estado es sólo la forma de renovar un sistema socioeconómico y político caduco, que poco tiene que ofrecer a la clase trabajadora, y que a la primera de cambio no tiene problema en reprimir.
Hay quién cree que se puede convertir a este en un sistema más humano, pero en los tiempos de la Europa que se empeña en elevar sus muros, los países invocan a la guerra y al conflicto, mientras el planeta se calienta y se ataca a cualquier tipo de respuesta contra toda la barbarie, sólo cabe luchar. Luchar en los barrios, en los centros de trabajo, en las ciudades y el campo, organizarse para que la clase trabajadora decida por sí misma, con toda su diversidad.
La alternativa ya la conocemos, y en un contexto en el que un intento de renovar el sistema ha fallado, los verdaderos monstruos salen a la luz, aprovechando para anular cualquier posibilidad de cambio, haciendo pagar a los movimientos sociales lo que han avanzado con creces.
Veremos, pero quizás es el momento de dejar atrás la romantización de otros tiempos y ponerse en marcha. Algunas ya estamos en ello.
1. Entiéndase por “clases medias” aquellas capas de la clase trabajadora que pudieron alcanzar estudios superiores y la pequeña burguesía.