Pues nada, esta vez la inspiración me ha llegado viendo una película con mi hijo. Era una película donde unos personajes de lo más variopintos debían destruir un anillo que al parecer les daba un gran poder, pero al mismo tiempo podría destruir su mundo tal y como lo conocían. Hallábame yo en ese momento leyendo el maravilloso manifiesto La sociedad industrial y su futuro de Ted Kaczinsky y elucubrando sobre adónde nos conduce esta sociedad hipertecnológica, así como sus posibles alternativas o soluciones. Ejercicio absolutamente inútil, dicho sea de paso, dada mi insignificancia. Pero algo hay que hacer cuando la peli de tu hijx te aburre. Paternidad, divino tesoro. Y justo en ese momento lo vi: el protagonista de los pies grandes, debía deshacerse del anillo que le daba esa especie de poder. El muy estúpido había padecido lo que no está escrito para llegar hasta allí y en el momento de la verdad no era capaz de tomar una decisión. Es lo que tiene que no haya medias tintas: sí o no, hay que elegir. Es aquí donde las canillas tiemblan y la gente titubea. Toda aquella tensión hizo mella en mi enajenada mente y ya no sabía si estaba en el libro o en la película. Como me decía una persona que conocí “la cabeciña siempre te va para mal”, llegué a la conclusión única y final: debemos acabar con la tecnología y arrojarla al abismo, si no queremos que nos posea como a los sufridores protagonistas de la película.
La tecnología ya controla todos los ámbitos de nuestra vida y nos ha hecho totalmente dependientes de ella hasta el punto de que sin tecnología, el mundo tal y como lo conocemos colapsaría. Sin la tecnología actual, no sería posible cultivar, recolectar o distribuir todos los alimentos de ganaderías y cultivos extensivos existentes. Tampoco sería posible controlar todo el tráfico aéreo o marítimo, con el consecuente caos que ello generaría. Y así un montón de cosas más que cualquier experto, podría exponer. Pero quien aquí junta estas letras no es entendido en la materia. Lo que sí sabemos, es que están creando una sociedad dependiente de la tecnología para poder funcionar, y depender de algo o alguien NUNCA es buena idea.
La automatización de las máquinas también ayuda a dejar en la cuneta a muchos de nosotrxs. Yo mismo, que soy fresador, trabajo con tres máquinas de control numérico programadas simultáneamente. La ecuación es sencilla. Hace no mucho mi trabajo lo realizaban tres personas. Tres artesanos del metal. Con tres sueldos, claro. Ahora, y “gracias” a la tecnología, un precario como yo, ejecuta el mismo trabajo, con menor remuneración que cualquiera de la época. Conclusión lógica: la tecnología no se utiliza en beneficio de la clase trabajadora, sino en beneficio del parásito explotador. La tecnología además demanda un gran soporte logístico para funcionar.Un aparato tan inocente como nuestro móvil depende de toda una red logística para poder operar.Antenas, satélites GPS, servidores de red y todo un entramado difícil de siquiera imaginar para cualquiera de nosotrxs. Megainstalaciones fogueando eternamente para que no pare la máquina.
La tecnología nos devora. Es un hecho. Donde antes había relaciones personales, ahora hay relaciones digitales. Las máquinas nos están robando nuestro espacio. Rápidamente y de manera despiadada, se están haciendo con el control. Ya no nos atienden personas: nos atienden voces enlatadas, restaurantes donde se pide la comanda en una pantalla, robots camareros, suma y sigue. Estas Navidades por ejemplo, la compañía robótica Boston Dinamics nos felicitó el año nuevo con un baile de unos entrañables robots. Y la gente tan contenta. Habrá que ver si siguen tan contentos cuando lleven fusiles en sus garras articuladas. Desarrollo sín control no es desarrollo,es destrucción.
Comprobado está que el HOMBRE sólo ha utilizado la tecnología para someter a otros seres y destruir el planeta a mayor velocidad: bombas nucleares, satélites espía, transportes ultracontaminantes, drones para matar sin ensuciarse y toda clase de artilugios creados para el bien común. Inventores tan reconocidos como Alfred Nobel o Openheimer, padres de inventos tan necesarios como la dinamita o la bomba nuclear no tardaron en echarse las manos a la cabeza trás comprobar el monstruo que habían creado. Es lo que tiene hacer antes de pensar.
Además, la tecnología no pertenece ni está a disposición del pueblo. Está en manos de empresas y gobiernos. Gobiernos reaccionarios, que la usan para controlarnos, reprimirnos y exterminarnos más y mejor. Y empresarios sociópatas con delirios de grandeza como por ejemplo Elon Musk o Jeff Bezos, que quieren usar la tecnología para fines tan acuciantes como hacer viajes privados a Marte, para que sus colegas millonarios puedan darse un paseo por el extrarradio. Estos dos tipos tan majos, dueños de Tesla y Amazon respectivamente, han iniciado una demente carrera espacial con el fin de satisfacer su ego y jugar a ser Dioses. Mas no debe ser fácil gestionar tamañas fortunas en minucias terrenales. Y así se cierra el círculo de la famosa economía circular: nosotros los enriquecemos comprando sus mierdas y ellos se lo gastan en mierdas más grandes.
Toda esta locura, claro está, crea tensiones. En concreto entre empresarios como el propio Musk que ansía el litio latinoamericano para sus juguetitos y las comunidades que allí viven. El propio Musk escribió un tuit en el que decía: “daremos un golpe de Estado a quien queramos, Acéptalo”, en referencia al Golpe de Estado perpetrado en Bolivia, en busca de ese bien tan preciado, en el 2019. Todo un ejemplo de solidaridad y buena praxis empresarial. Se creen tan inmunes e impunes que ya van de frente y sin careta. Nadie los va a parar. Y menos gobiernos que están a su merced.
No huelga decir que toda la materia extractiva para crear toda esta chatarra sale de nuestra pequeña y maltratada Pachamama. Y a ella vuelve en forma de islas de plástico flotantes o vertidos incontrolados. También hemos creado para nuestro bienestar una serie de países vertedero donde va nuestra basura caduca por la maldita obsolescencia programada. Y donde sus pobladores y su ecosistema sufren los efectos de nuestro consumo desmesurado. Minas de litio, cobalto, coltán y demás productos súper-necesarios para la súper-vivencia humana perforan nuestra herida y maltrecha Tierra. Amén de guerras y matanzas provocadas por su control y las condiciones de trabajo infrahumanas a las que se ven sometidas las personas que han de extraerlas.
No seré yo quien incite en este errático texto al sabotaje y destrucción de toda clase de tecnología con nocturnidad y alevosía. No me sean malpensados. Me contento, con que seamos conscientes de adónde nos quieren llevar los que creen ser nuestros dueños y si es ahí donde nosotros queremos ir. Yo para lo que me queda en el convento, igual me da. Pero quisiera que nuestrxs hijxs pudieran vivir en un mundo relativamente libre y no en la distopía hacia la que nos encaminamos.