Dicen las malas lenguas que en este país sufrimos un exceso considerable de políticos, que siendo menos de la mitad de la población de Alemania, por poner un ejemplo, tenemos más del doble que ellos, con lo que supone no sólo en gastos salariales, y no salen baratos, sino también, en gastos de representación, ayudantes, asesores, choferes, vehículos oficiales,…
Esta demasía de políticos, según los mismos mentideros, se extiende también a los sindicalistas liberados. Además del mismo gusto por el exceso en el gasto, aquí se agrava con la utilización fraudulenta de fondos públicos, procedentes la más de las veces de la Unión Europea, de quienes deberían ejemplarizar con su uso.
No voy a entrar si estos datos son fiables, desde luego son más que creíbles, pero este artículo va por otros derroteros.
Así nos encontramos que quienes deberían velar por una equidad social, se convierten en valedores de, únicamente, una de las partes, y no precisamente de la más vulnerable y desfavorecida.
Esto bastaría para explicar el enorme desafecto de la población, en general, hacia ellos, y eso que cuentan con el “blanqueo” de los medios de comunicación, que minimizan cuanto pueden sus desmesuras, corruptelas y engaños.
Pero no para eximirnos de nuestra responsabilidad de que esto ocurra. Nos hemos acostumbrado a asistir como meros espectadores a la vida política y social, esperando que políticos y “sindicalistas” hagan, aunque constatemos una y otra vez que no hacen o hacen mal, en lugar de coger la responsabilidad en nuestras manos, de asociarnos con nuestros iguales, y resolver, de la mejor manera para todos y todas, y también para cada una y cada uno, las cuestiones colectivas que nos afectan. Tampoco es intención de éste artículo tratar de cuestiones de organización social y colectiva. Lo dejaremos para otro momento.
En lo que queremos incidir es que, pese a ser uno de los países con más políticos y “sindicalistas” per cápita, no encontramos siquiera uno o una, que aborde la cuestión social del lado de las y los trabajadores, de las y los desempleados. De los que menos tienen y constituyen la franja más ancha de la población.
Hoy, se llenan la boca con palabras que hablan de luchar contra los efectos de la pandemia, de cómo salir de la debacle económica y social que ha provocado. Como si esta crisis, que ahonda en el paro y miseria de amplias capas de la sociedad, fuera la primera vez que ocurre y nunca hubiera pasado antes.
Pero sí, las crisis económicas, sociales, políticas y de todo signo, son endémicas al sistema social que padecemos, el capitalismo, y las salidas de las mismas, siempre se pretenden de igual manera, preservando la propiedad de los ricos, y aumentar siempre sus beneficios, a costa, eso sí, de todas nosotras y todos nosotros, clase trabajadora.
Así, aunque se reconoce el aumento desmesurado del paro, de la precariedad, de las familias con cada vez mayores problemas para llegar a fin de mes, de la pobreza y de la exclusión social, no hacen nada para solucionarlo. Hablan de millones de euros, siempre cifras mareantes, en inversiones sociales, en ayudas a la industria, a la inversión, a la innovación, a…, pero a la gente normal, a las trabajadoras y trabajadores de a pie, nunca llega nada, y de hacerlo, migajas que de nada sirven para atajar las situaciones descritas.
Hablan de paro juvenil, de envejecimiento de las plantillas, pero aumentan constantemente la edad de jubilación, penalizando, además, las jubilaciones anticipadas. Facilitan el aumento de las jornadas laborales, las horas extras, las contrataciones abusivas…, dicen perseguirlas, pero ni disponen de medios para hacerlo, ni se preocupan de tenerlos.
Y qué decir de la contención salarial, de la reducción de las pensiones, de la continua pérdida del poder adquisitivo de los salarios, que implica que, a día de hoy, tener un trabajo no garantice escapar de la pobreza, de la exclusión social.
Mientras, en otros países, se plantea, cuando no se establece directamente, la semana laboral de cuatro días, con lo de reducción de jornada que ello conlleva y sin tocar las retribuciones salariales, claro, lo que supone también una mayor equidad en el reparto de la riqueza. Aquí, se aborda como la pérdida de beneficio de las empresas, del peligro para la inversión, la pérdida de competitividad que supondría,…, la parte social, ya si luego,…
Y los grades sindicatos sin nada que decir, más allá de débiles balbuceos de apoyo. Olvidando que la jornada laboral de ocho horas la trajo a este país una huelga laboral de 44 días, en una empresa eléctrica de Barcelona, que paralizó el 70% de la industria, y supuso una victoria absoluta de las y los trabajadores. La huelga, claro, fue impulsada por un sindicato de los de verdad, la CNT.
Igual va siendo hora de recuperar la historia, la memoria y las prácticas sindicales que han demostrado, una y otra vez, servir para mejorar la vida de la clase trabajadora.
Igual va siendo hora de replantearse las mayorías sindicales, y dársela a quien, erre que erre, sigue entendiendo la acción sindical como lo qué es, una confrontación entre clases, entre los que lo tienen todo, sin mayormente haber dado un palo al agua en su vida, y quienes, con su trabajo diario, generan su beneficio, y pese a ello, poco, y precario, poseen.