¡Que se jodan! escupe una fervorosa diputada con cuyo nombre no quiero mancharme desde uno de los escaños de ese burdel también llamado parlamento ante el anuncio del recorte del subsidio de desempleo.
¡Que se jodan! se escucha entre los aplausos de sus alegres compañeros de bancada que de tan buen talante jalean a ese cruce entre un notario de provincias y un san bernardo que tienen por líder mientras éste pregona, una por una, las medidas impuestas por los amos del mundo para, supuestamente, encarrilar esa economía que corre desbocada hacia el abismo, pero cuya verdadera finalidad no es otra que garantizarse el cobro del desmesurado rescate de esa banca usurera y especuladora que nos ha tocado en suerte y sus correspondientes intereses con el dinero que, uno a uno, nos roban sin el menor descaro, empobreciéndonos un poco más cada día para enriquecer un mucho más cada hora a esa jauría de monstruos voraces, de ladrones y corruptos que se esconden bajo ese grotesco eufemismo que llaman mercado.
¡Que se jodan los parados! Que no trabajan porque no quieren, ya que el estado les garantiza tan suculentos ingresos, que prefieren quedarse en casa viendo Tele 5 en lugar de ir a ganarse el jornal con el sudor de su frente. ¡Que se jodan los funcionarios! Que no son más que una banda de vagos que tampoco trabajan porque no sienten el terror de la cuchilla del paro sobre sus lustrosos cuellos y se pasan el día tomando cafecitos que les pagamos entre todos en el bar de la esquina. ¡Que se jodan los jubilados! Que no hacen más que fastidiar viviendo tantos años de la sopa boba mientras podrían estar trabajando, que sé yo… hasta los 80 años. ¡Que se jodan los mineros! Que además de violentos, son sucios y cobran unos sueldos que ya quisieran para sí muchos miembros de consejos de administración de honradas empresas que honradamente despiden a empleados cada día como quien tira la basura cada noche, gracias a la enésima reforma laboral que ha acabado convirtiendo el trabajo en algo tan escaso que un día tendremos que matarnos unos a otros para poder disfrutar del noble y cada vez más exiguo privilegio de ser explotado. ¡Que se jodan los desahuciados! A quién se le ocurre pedir una hipoteca y no poder pagarla… Y los jóvenes, por serlo… y los enfermos, por enfermar… y los estudiantes, por estudiar… Y los inmigrantes, por no quedarse al otro lado de la alambrada, que es donde deberían estar… Que se jodan todos aquellos que son incapaces de comprender que para salvar un banco o todo un sistema financiero hay que hacer todos los sacrificios imaginables e inimaginables y que si es necesario apretarse un poco más el cinturón, pues se aprieta, aunque ya no queden agujeros…
¡Que se jodan! que maravillosa capacidad de concreción tiene esa distinguida diputada de vomitiva memoria, esa prodigiosa mente que alabarán los siglos venideros: en tres palabras ha resumido todo el pensamiento político de la derecha española. Treinta y cuatro años en ese engendro que llaman España de eso que llaman democracia y que nosotros sabemos que no lo es, para que todo su bagaje teórico, todo su aparato intelectual, todo su mundo especulativo, se condense de forma tan magistral en tres palabras: ¡Que se jodan! Nosotros aquí, vosotros allí, nosotros gobernamos, vosotros os jodéis. He ahí su vademécum, su alfa y omega, su santo grial, su piedra filosofal. Podríamos ser pacientes, podríamos ser comprensivos, incluso magnánimos… a fin de cuentas, no les da para más. Pero la paciencia se nos va acabando, la comprensión no nos alcanza para penetrar ese inmenso agujero sin fondo que es el cerebro de esta gentuza, y la magnanimidad es un lujo que ya ni queremos ni nos podemos permitir.
En este extraño mundo invertido en el que vivimos, en el que un puñado de buitres especuladores importa más que los millones de personas que se encaminan hacia un futuro de miseria y desesperanza, su única alternativa es exprimirnos, recortarnos más y más con esas tijeras prestadas por esos mismos mercados que los dirigen como las marionetas estúpidas que son… y ahora, no contentos con eso, además nos insultan. Nos regurgitan su bilis a la cara mientras se ríen y se frotan las manos. Saben que tienen todo de su parte: una jauría de perros uniformados dispuesta a partirnos el lomo si decimos una palabra más alta que otra; unos medios de comunicación serviles y canallas que trabajan constantemente para lavarnos el cerebro, no sea que nos de por pensar lo que no debemos; unos sindicatos amarillos, cobardes y sumisos, incapaces de hacer algo que ponga en peligro los privilegios conseguidos a lo largo de los años a costa de bajarse los pantalones en tantas y tantas ocasiones; unos políticos despreciables, estúpidos y mezquinos, agarrados con uñas y dientes a sus poltronas y a nuestros bolsillos.
¡Que se jodan! nos gritan con todo su desprecio. ¡Jodeos! ¡Jodeos vosotros, banda de parásitos desalmados! Les gritamos nosotros con toda nuestra rabia, una rabia que va creciendo, poco a poco, lentamente, como un ligero sirimiri que se transforma en una violenta tormenta y anega todo a su paso. ¡Jodeos! Porque quien siembra vientos recoge tempestades y los cielos se van cubriendo de amenazadoras nubes hora a hora y día a día; porque el momento de la sumisión ha pasado y ya no nos engañáis con vuestras mentiras ni nos dais miedo con vuestras porras ¡Jodeos! Porque, tras mucho tiempo enmudecidas, las campanas tañen de nuevo llamando a la rebelión y ahora que os habéis quitado las caretas y hemos visto vuestros nauseabundos rostros, ya no nos engañaréis más ni nos conformaremos con unas migajas. Lo queremos todo, lo queremos todo y no renunciamos a nada.
¡Jodeos! Porque muchas veces hemos caído, muchas hemos sido derrotados, en muchas otras nos hemos hundido en la desesperanza, pero esta vez no será así. El futuro es nuestro, no puede ser de otra manera, porque si no es así, ya no habrá futuro para nosotros.