Este 2020 que acaba de terminar nos ha sorprendido a todxs por muy diversas razones casi todas relacionadas con el coronavirus; nunca imaginé, ni en mis sueños más surrealistas que pasaría dos meses encerrada en mi casa, que tendría horarios para entrar y salir, que me engancharía a ver recetas de cocina por internet y que las caras de las personas se convertirían en una incógnita aun teniéndolas delante porque las mascarillas serían nuestra nueva seña de identidad…, pero lo que menos me hubiera imaginado es que yo iba a ser funcionaria, sí señoras y señores, el pasado 2020 durante ocho días repartidos entre verano y navidad, y con cinco contratos diferentes ¡HE SIDO FUNCIONARIA!. Así que ya puedo hablar del tema con conocimiento de causa. Me llamaron en agosto por unas oposiciones que hice en el 2011 para Operario de Servicios de la Diputación; es decir, limpieza, lavandería y comedores en residencias dependientes de la diputación. Obviamente ni me acordaba de que había hecho tal examen; que por cierto suspendí, y al que me presenté con un par de amigos sin haber estudiado nada, porque nos dijeron que aunque suspendieras te quedabas en bolsa (como así fue).
Ser funcionario es como un sueño de pobres; un sueño que te asegura un trabajo de mierda con un buen sueldo, que es lo que realmente atrae. Y en este punto es donde mi cabeza empieza a echar humo; a mí personalmente no me gusta trabajar (proveniente del latín popular tripalliare, que significa “atormenter, torturar con el tripallium”. En el siglo XII, la palabra designa también un tormento psicológico o un sufrimiento físico), me gusta escribir, restaurar muebles de la basura, hacer pendientes, teatro, cocinar (que no es lo mismo que hacer de comer) y decorar casas con poco dinero; si hubiera algún puesto de funcionaria con estas exigencias me presentaría, porque sería un sueño que me pagasen una pasta por hacer las cosas que me gustan; por eso me parece estupendo que las personas que se encuentren en esa situación opten a un puesto de trabajo fijo y bien remunerado; pero realmente ¿a cuanta gente le pasa eso?, la mayoría de la gente solo busca el buen sueldo y en cuanto lo consiguen se relajan de tal manera que el resto del universo les importa entre poco y nada; y lo digo porque lo he visto y vivido.
Siete horas de jornada laboral, de las que aproximadamente dos se van entre descansos varios y escaqueos; en las cinco restantes tienes trabajo como para ocupar cuatro, haciendo el trabajo con toda calma y minuciosidad, lo cual me parece estupendo; y cuando acabas tu trabajo y vas a decirle a algún compañerx que en qué puedes ayudarle porque ya has terminado, te dicen que no puedes acabar tan rápido porque está “Prohibido Ayudar”, y ahí es cuando a mí se me abren las carnes, me saltan las alarmas y me vuelvo a ver sumergida en el surrealismo del 2020. -¿Prohibido ayudar?-, pregunto irónicamente, - que triste, ¿no?-; pero la compañera que me lo ha dicho ni se inmuta mientras se va, a ella no le salta ninguna alarma.
PROHIBIDO AYUDAR, tiene las connotaciones más terribles que puede haber; prohíbe empatizar, prohíbe solidarizarse, prohíbe hacer grupo, prohíbe todo lo que creo que hay que hacer cuando te relacionas con personas que están en tu misma situación. Pero lo más triste de todo es que esta prohibición no viene impuesta por alguien que está por encima en el escalafón laboral, no; esta prohibición es autoimpuesta porque no quieren ayudarse unxs a otrxs para no deberse nada, porque no quieren que si hoy yo la ayudo, mañana me tenga que ayudar ella a mí, porque no quieren que el “establishment” establecido se mueva por nada del mundo. El engranaje es perfecto; cada cual hace su trabajo lo más despacio posible, nadie dice nada porque el superior inmediato de cada cual está exactamente en la misma situación y a nadie le interesa que ese castillo de naipes se desmorone. Así que cada cual a lo suyo y todxs calladitxs, que a fin de mes nos lo llevamos caliente a consta del contribuyente.
Ayudar sería un préstamo con intereses muy elevados. Lo malo es que yo si hubiera estado más días allí, no hubiese vuelto a ofrecer mi ayuda ni a aceptar la de nadie, porque estaba prohibido.
Conozco a muchxs funcionarixs, personas trabajadoras que se lo han currado (estudiado) mucho para sacar la tan ansiada “plaza”, y me gustaría saber para qué, aunque me temo que la respuesta sería -para tener un buen sueldo fijo- en la mayoría de los casos. No me malinterpreteis, pero es de un incoherente supino luchar por ciertas cosas y luchar contra otras ciertas cosas, mientras en nuestro trabajo prohibimos ayudar. En este mundo en el que vivimos y al que nos adaptamos de forma sorprendente, pero siempre barriendo para casa… sobran miles de funcionarios y faltan motivaciones que no estén relacionadas con el dinero. Es dinero público, que parece que no es de nadie pero es de todxs, por lo que me considero con todo el derecho del mundo a decirlo, aunque sea impopular y aunque yo sea la primera a la que se me presentan muchas contradicciones al respecto; pero a veces pienso que nos tiran mendrugos de pan para que compitamos entre nosotrxs para cogerlos, porque quienes los cogen se quedan muy tranquilitxs, y no somos conscientes de que ese pan lo hemos pagados entre todxs.
No me gustó ese trabajo, reconozco que el dinero es muy goloso, pero volviendo al 2020 y a todo lo malo que nos ha traído, a mí me ha dejado también algunas certezas, y una de ellas es que odio que me prohíban hacer cosas, ya sea salir a la calle o ayudar a una compañera.