Hay mucha gente que sigue sintiendo admiración por quienes —nuestros abuelos y abuelas— protagonizaron una revolución libertaria ochenta años atrás. Creo yo que esa admiración algo le debe a una sutil y espontánea combinación de elementos que se hizo valer en el pensamiento, en las emociones y, sobre todo, en la conducta de esas gentes.
El primero de esos elementos, llamativamente olvidado, remite a la condición precapitalista de muchas de las ideas que llevaban dentro de la cabeza. No olvidemos que la mayoría abrumadora de las gentes que me atraen vivían en el medio rural, habían llegado recientemente a las ciudades procedentes de este último, o eran hijos o nietos de campesinos. Me interesa subrayar este hecho para llamar la atención sobre algo importante: conservaban de manera biológica, no ideológica, la memoria, y en ocasiones la realidad cotidiana, de un sinfín de formas de trabajo colectivo que bebían, en un grado u otro, del apoyo mutuo solidario. No tuvieron que aprender en los libros, en otras palabras, lo que este último suponía.
A ese elemento se sumó otro que tenía, ahora sí, una poderosa dimensión ideológica. Hablo, claro es, del influjo del anarquismo, una cosmovisión que vio la luz en la Europa del siglo XIX y que se reclamaba orgullosamente de una propuesta anticapitalista en la que se daban cita lo que hoy llamamos autogestión, la democracia y la acción directas y, de nuevo, vaya por dónde, el apoyo mutuo. En la difusión de la buena nueva ácrata fueron decisivas, naturalmente, muchas décadas de siembra que acabaron por dar sus frutos.
He dicho muchas veces que, a mi entender, muchos de esos abuelos y abuelas no habían tenido la necesidad de leer a Bakunin o a Kropotkin, o de que alguien les leyera a uno y a otro, para captar lo que significaban esos principios enunciados por el anarquismo del siglo XIX. Los conocían al dedillo por cuanto formaban parte de su vida de siempre y porque la ignominia del capital y del Estado no había conseguido arrinconarlos.
Pena es que no podamos decir lo mismo de lo que, hoy, tenemos delante de los ojos. Igual un discreto aprendizaje de lo que proponen gentes como las que luchan en Chiapas y en Rojava, y en tantos otros lugares, nos ayudará en la honrosa tarea que invita a recuperar las prácticas precapitalistas para fundirlas de nuevo con las ideas anticapitalistas.