Escrito por Enrique Hoz.
Cada cierto tiempo toca dedicar minutos a lo mismo. Escribo el presente texto el lunes 29 de mayo, un día después de las elecciones municipales y, en algunos casos, también autonómicas. Como consecuencia de los resultados, el Presidente del Gobierno del Estado Bananero Español ha anunciado el adelanto de las elecciones generales al 23 de julio. Menudas semanitas nos esperan por delante.
Leo por ahí que el mapa autonómico y municipal se tiñe de azul. Es lo que tienen los colores, que responden a modas, a momentos, a efectos teledirigidos donde el color decora sin más reflexión que la conveniencia precisa.
No entro demasiado en el análisis del revés sufrido por unas formaciones políticas y el espaldarazo obtenido por otras, para eso ya están los analistas profesionales, pero hay que ser muy, pero que muy, ingenuo para no entender que la desintegración de ese remedo sintético llamado Ciudadanos (sin olvidar los matices que diferencian las elecciones municipales de las autonómicas o de las generales), solo podía engordar a la organización pepera de la que nació y da gracias al dios de los creyentes de que VOX vaya, más o menos, por libre ya que, teniendo en cuenta el trumpismo discursivo sin límite adoptado por el PP, tranquilamente el chiringuito de Abascal podría volver al redil de la por él calificada hasta no hace mucho como derechita cobarde. Este párrafo ha de entenderse desde la lógica que maneja el llamado parlamentarismo.
La lógica que yo manejo, entendida como todo aquello que se opone a lo absurdo, que dicho así posiblemente no se entienda pero parece lógico, va por otros derroteros y fruto de ese caminar que me aleja permanentemente del parlamentarismo no desarrollo la más mínima preocupación cuando se utiliza la simpleza de atribuirme responsabilidad al auge institucional fascistoide por mi abstencionismo ante los circos electorales.
Mi animadversión hacia el parlamentarismo no obedece a un gesto visceral, a una rabieta puntual o a un calentón preciso; es, nada más y nada menos, fruto de mi conciencia de Clase Trabajadora. Pertenezco a esa clase que genera riqueza y nada mejor que organizarme con mis semejantes de clase social para enfrentarme a quienes, amparándose en esa actividad humana que es el trabajo, pretenden exprimirme (exprimirnos) a su antojo. Por eso, porque soy un trabajador, mi espacio natural es el Sindicato y desde ahí proyecto mis inquietudes y luchas políticas.
Un Partido no es una organización de trabajadores/as. ¿Significa esto una especie de odio y desprecio hacia las personas que optan o creen que mediante un Partido y su participación parlamentaria la Clase Trabajadora avanza? No, ni odio ni desprecio. Conozco a muchas personas que están dando lo mejor de sí mismas a través del parlamentarismo con el objetivo de crear una sociedad más justa e igualitaria donde la libertad sea algo más que tomarte una caña. Lo que no llego a asimilar es cómo, a la vista de los estudiados límites que impone la estrechez parlamentaria a los avances sociales, esas personas persisten en ese camino que no conduce a ninguna parte.
Si los seres humanos hemos sido capaces de diseñar artilugios descomunales capaces de navegar y volar, no me jodas que un sistema de gestión social donde se generan con total normalidad mayorías absolutas con pocos votos a favor o donde la victoria puede basarse no en el aumento de esos votos sino en el descalabro del adversario, es lo más que alcanza el cerebro del homo sapiens.
Evidentemente, hay muchos intereses conformando una estrategia para que, parlamento a parlamento, grandes sectores de la población dormiten en el espacio en el que creen avanzar cuando en realidad jamás se han movido del punto de partida.
Tú verás si el próximo 23 de julio vuelves a una nueva función del circo o entiendes lo que es la conciencia de Clase Trabajadora y el Sindicato como herramienta transformadora.