Desde hacía tiempo me rondaba la idea de escribir algo sobre seguridad y salud laboral pero cómo hacerlo y de qué hablar exactamente en un ámbito tan amplio y hoy, justo hace un rato, charlando con un compañero de Cáceres la idea me ha venido de remontar el tiempo, tomando prestado el artefacto inventado por HG Wells, para viajar hasta alguno de aquellos lejanos cursos de prevención que durante años impartí…¿por qué no intentarlo?, la máquina parece engrasada y en perfecto estado de uso y solo hay que introducir una fecha, por ejemplo mayo del 2000 y apretar el botón amarillo…
Día primaveral, sopla una suave brisa y el sol borra las últimas sombras de la madrugada…Ponferrada, a las ocho de la mañana y delante de mí un alumnado somnoliento y poco dispuesto a monsergas. Hay que estrujarse las meninges y encontrar un punto de partida que pueda interesarles…y ¿por qué no principiar con un ejemplo real, un sucedido, como decían antaño, de esos que no se olvidan?…
En esa mañana berciana elijo el caso de un empresario de la construcción, un tipo pequeño, vocinglero, “echao pa alante”, que gustaba jactarse de cómo había empezado como simple albañil para terminar dirigiendo una pequeña contrata. Lo había cruzado en los juzgados, casi siempre por impago de alguno de sus subcontratistas que al final tenía que asumir él. Me acuerdo de una vez que al enterarse, antes de entrar a juicio, de quién era el moroso que le obligaba a soltar la pasta me dijo, a voces, mientras se iba corriendo: “espera, espera que voy a buscarlo y te lo traigo agarrado por los…que ese no se me escapa”
Al irme de Bilbao le perdí de vista, a él como a tantos otros, hasta que una tarde, quiero pensar que era una de esas morosas y estivales cuajada de silencio, Javier, el abogado que me había sustituido en el sindicato, me llamó para contarme la visita que le había hecho la mujer del empresario y que éste había sufrido un gravísimo accidente al caer de la tercera planta de un edificio en construcción, empalándose literalmente en una espera (hierro del forjado) no protegida. En la caída se había golpeado las cervicales, quedando tetrapléjico.
Rondando los cincuenta, condenado a una cama de por vida, con dolores indescriptibles, la empresa desaparecida y su misera pensión de autónomo, a su mujer solo le quedaba, como última bala en la recámara para sobrevivir, reclamar al seguro de responsabilidad civil el pago de alguna indemnización, que por ese motivo me llamaba Javier, a lo que la aseguradora respondió que el empresario no estaba cubierto por la póliza patronal y que ni un duro.
Al finalizar de aquella clase primaveral, aproveché el silencio contenido del alumnado, lo hacía siempre, para insistir en que si algún sentido tiene la prevención es el de evitar que el trabajo se convierta en una trampa mortal…Un minuto, ni siquiera, treinta segundos habían bastado a ese hombre, al que la vida había tratado medianamente bien, para finalizarla condenado a la peor de las penas posibles.
Y hace un rato, la llamada de Extremadura me ha vuelto a recordar a ese olvidado constructor con otro accidente, reciente, en el que tres trabajadores han perecido ahogados en el Guadiana cuando recogían el Camalote, planta invasiva que asfixia desde hace décadas diversas cuencas.
Uno de ellos había perdido recientemente a su mujer y ahora, con su muerte, deja completamente solos a cuatro chavales.
Detrás de cada accidente hay nombres, vidas truncadas, existencias que nunca volverán a ser lo que fueron y todo por un momento de inatención, por la ausencia de medidas preventivas, por la inadecuación o la falta total de Equipos de Protección Individual, como lo hemos visto en los meses más duros de la pandemia.
El año 2020 en Euskadi, según un informe provisional, se ha cerrado con veinticuatro muertos en accidentes de trabajo, a los que hay que añadir, los fallecidos por la exposición laboral a la COVID 19 a los que la administración cicateramente ha negado la calificación de accidente de trabajo1. Están luego las enfermedades vinculadas con las condiciones de trabajo2, en muchas ocasiones indetectables durante años quedando fuera de la macabra estadística y luego las lesiones de toda índole…
Cuántas muertes más son necesarias para que sean demasiadas, para actuar sin demora, para hacer de la prevención una prioridad ineludible y urgente…
Cuando en el año 1995 se publicó la ley 31/1995, conocida como ley de prevención de riesgos laborales, uno de los objetivos perseguidos era salvar la inmensa brecha que nos separaba, en esa materia como en tantas otras, de los países de nuestro entorno. Veinticinco años después, seguimos siendo el farolillo rojo de Europa… y si no lo cambiamos nosotros, en nuestro hacer diario, revindicando nuestros derechos, formándonos, exigiendo el cumplimiento íntegro de las normas, reclamando informes a los órganos competentes, no siendo cómplices silenciosos de la inacción empresarial, no supeditando la prevención a ninguna otra cuestión, nadie lo hará por nosotros…Gandhi dejó escrito: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”… está en nuestras manos lograrlo.
1 A principios de febrero el Gobierno ha aprobado la inclusión, únicamente para el personal sanitario, de la COVID como enfermedad profesional…¿y qué pasa con el resto de los colectivos expuestos por su trabajo al contagio?
2 Las consecuencias de la exposición al asbesto (amianto) sigue provocando víctimas, como lo muestra los fallecidos en el metro de Madrid…pero quedan muchos, teniendo en cuenta el uso habitual del amianto en construcción, aislamiento y material rodante…