Escrito por Gonzalo Mañes.
Hace unos meses, en la antesala de un juicio de impugnación de ERTE ETOP (por causas económicas; técnicas, organizativas o productivas), la delegada de la sección sindical de la CNT, con fuerte implantación entre las camareras de piso, de un hotel cuyo nombre omitiré (¿no quiero acordarme?), que ha gozado y goza de gran predicamento, con solera antigua y prestigio de establecimiento serio en nuestra plaza bilbaína, me volvió a desgranar, con detalle, las condiciones insoportables en las que desarrollaban su trabajo diario. Ritmos y cadencias imposibles; instalaciones obsoletas; lesiones musculoesqueléticas a repetición causadas por los muebles con los que tenían que lidiar para hacer las camas o limpiar el polvo; carros de ropa que había que levantar a pulso para “arrastrarlos” hasta la escalera de servicio, puertas sin sistemas de sujeción…y como corolario, bajas médicas sucesivas…un panorama nada acorde con el alto “standing” del establecimiento: una fachada magnífica ocultando unas tripas que dejan, y mucho, que desear.
Las camareras de piso, como tantas otras profesiones, han evolucionado siempre en la sombra, olvidadas: cuando se llega a un hotel, son las que aseguran el orden y limpieza, que todo esté dispuesto, que no falte nada. Una armada de manos invisibles, que pasan desapercibidas en su labor diaria para asegurar que todo esté en su sitio.
Las “Kelly”, “las que limpian”, de las que poco o nada se sabe, más allá de la asociación que crearon en el año 2016, hartas de no ser tomadas en cuenta, de soportar la externalización de su trabajo como algo normal, con salarios de miseria y empresarios empeñados en metamorfosearlas en los tres monos sabios, Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, mudas, sordas y ciegas…y sin el más mínimo atisbo de solidaridad entre ellas.
Al hilo de las palabras de la delegada me iban surgiendo diversas cuestiones: ¿cuántas bajas por accidente laboral tenían que soportar todavía?, ¿por qué se aceptaba normalizar su situación, al punto de que nadie hubiese reclamado hasta la fecha?; ¿es admisible que para aguantar la jornada laboral tengan que atiborrarse de paracetamol o de ibuprofeno?; ¿cuánto más tenía que pasar para decir, con firmeza: ¡basta ya!?
Ha sido su insistencia, su combate diario, su dejarse la piel en el curro, su ejemplo, lo que nos ha llevado, hace unas semanas, a plantear una demanda colectiva: no sabemos cuál será su resultado, sí que vamos a ir hasta el final. No podemos prever el fallo de la sentencia, depende de tantas contingencias, pero sí que nuestra voluntad es la de agotar todas las instancias, todas las vías para que las condiciones de trabajo de este puñado de mujeres, olvidadas, reciban la justa respuesta que merecen: se lo debemos y nos lo debemos.
PD: Días después de terminar este artículo, y celebrado un áspero y tenso, como se debe, acto de conciliación en el PRECO, y tras tres horas perorando, convenciendo o discutiendo cada una de las excusas empresariales, al fin hemos logrado, han logrado, que en este final de julio la empresa se avenga a aceptar todas y cada una de nuestras reclamaciones, incluso arrancando alguna concesión que no se había planteado en nuestra demanda inicial: ya veis que en ocasiones el “happy end” (le “tout va bien qui finit bien” galo) es real…eso sí, no lo olvidemos, gracias a la paciencia, perseverancia, al trabajo y a la confianza depositada en el sindicato de todas esas mujeres de la sección sindical, encabezadas por su delegada… ¡Enhorabuena a todas y feliz verano!