Lloran amargamente nuestros aguerridos ertzainas.
Lloran como chiquillos porque unos díscolos jovenzuelos van diciendo por ahí que son unos pegones y además, les han llamados perros. ¡Habrase visto semejante atrevimiento!
Y cuando alguien molesta a su perro, el amo, amoroso y protector, se arranca con fiereza a defender a su mascota, como si fuera sangre de su propia sangre.
Braman enfurecidos Urkullu y Erkoreka contra quienes osan vilipendiar a sus muchachos. Braman de dolor e indignación y prometen venganza. Han puesto tristes a nuestros chavales. Esto no puede quedar así.
Esto es un claro delito de odio y como tal ha de ser castigado. El delito de odio existe para proteger a colectivos vulnerables, tales como minorías étnicas o religiosas, personas atacadas por su orientación sexual, por causa de alguna discapacidad o por su edad. Pero el colectivo más vulnerable de todos es el de los policías armados hasta los dientes, encapuchados y protegidos con armaduras que se dedican a apalear de manera sistemática e incontrolada a obreros protestones, jóvenes ruidosos o inmigrantes respondones. Estos seres de luz son los que merecen nuestra mayor protección. De hecho, por eso les pusimos la vacuna antes que a nuestros ancianos, sanitarios, personal de limpieza y ambulancias, cajeras de supermercado, transportistas y otros muchos colectivos menos importantes que ellos.
Siempre han mostrado una gran eficacia y entrega a la hora de repartir leña y goma. Siempre con una intachable proporcionalidad y profesionalidad que tampoco ha costado tantos ojos extirpados, huesos fracturados o vidas humanas. Así que, no dramaticemos.
Siempre han zurrado con pasión y alegría, pero en estos tiempos de pandemia, revestidos de la autoridad absoluta y el poder infinito que les hemos otorgado, han dado con generosidad lo mejor de sí mismos. A diestro y siniestro. A mansalva. A brazo partido.
Y ahora hay quien pretende que respondan por ello e incluso que dejen de hacer esas cosas para las que han sido tan laboriosamente adiestrados. Que renuncien a su sacrosanta impunidad y se sometan al paralizante yugo del respeto a los derechos civiles y las libertades individuales. Y eso sí que no.
Aceptemos la existencia de gente, más bien gentuza, que discrepe de la forma de actuar de nuestros fornidos chavalotes, pero en ningún caso es tolerable que expresen públicamente su disconformidad con sus exquisitos métodos. Si no son capaces de agradecer unas hostias tan bien dadas, unas hostias de semejante calidad, que además son públicas y gratuitas, que al menos tengan la decencia de guardar un respetuoso silencio y no crear mal ambiente.
Ya es hora de jubilar términos arcaicos y rancios como "abuso", "brutalidad" o "violencia" policial. Actualicemos el obsoleto lema de "verdad, justicia y reparación" con el más fresco y actual "versión oficial, consecuencias penales e impunidad policial". Que estamos en 2021, por favor.