Artículo de opinión de Enrique Hoz
Siendo consciente de la llegada del turno de escribir un nuevo artículo de opinión me rondaba la cabeza tratar la caída de Errejón, no para aportar nada nuevo pero sí para centrarme en explicar, a la vista del caso, la desvergüenza en el discurso desde una postura conservadora y el titubeo a la hora de articular argumentos progresistas.
Convencido del río de tinta que el tema Errejón deja pendiente para otro momento, pensé volcarme en la triste noticia del desastre acaecido principalmente en la zona de Valencia, incidiendo en el plano más miserable de la política profesional: la autoexculpación cuando se produce un siniestro de esa magnitud. Y como las imágenes, la crispación hacia las Instituciones, la emocionante y ejemplar respuesta ciudadana, hablan por sí solas, he optado por salirme también de este trágico suceso e ir directo a otro asunto que, aún siendo noticia, ha quedado más o menos eclipsado.
Así que voy a la gala del Balón de Oro. No me interesa el fútbol como adormidera social y mucho menos este tipo de galas tan absurdas para goce del deporte profesional y la embobada afición. Sí me interesa, más bien me preocupa, cómo en este tipo de celebraciones, copia de los Oscar y similares, se promociona el dinero, el lujo, la alfombra roja, el glamour, el egocentrismo, la vanidad, la superficialidad, como ejemplo de triunfo en la vida.
En la gala de este año celebrada en el Teatro Chatelet de París, el orgullo patrio español levitó con el pecho inflado puesto que tanto en categoría femenina como masculina el galardón recayó sobre Aitana Bonmatí y Rodri Hernández respectivamente, colocando el broche de oro Jenni Hermoso con un discurso de agradecimiento que puso en pie a todo el auditorio, tras recibir el trofeo Sócrates por su papel en la lucha por la igualdad y contra la discriminación de género en el fútbol.
Comentó que con sus compañeras “comparto un terreno donde la igualdad no siempre es un hecho”. Recordó que "esta mañana me he despertado recordando las palabras de una niña que me dijo que soñaba con ser una futbolista como yo. Esa niña se merece un fútbol libre de prejuicios y de violencia de género, por eso seguiré siendo valiente, no dejaré de luchar" y finalizó con “como futbolistas y referentes de la sociedad estamos en una posición única para utilizar el deporte para generar un cambio y os pido por favor, a todos y a cada uno de vosotros, que no dejéis de inspirar tanto dentro como fuera del campo y entre todos conseguiremos algo hermosos de lo que sentirnos orgullosos. Ese es el sueño, que en un futuro logremos tener un fútbol que esa niña y todas se merecen, así que esto va por todas y cada una de vosotras”.
Negar la lucha de las mujeres en el deporte rey para que sean reconocidas en esa actividad igual que los hombres sería de un cinismo insultante, ahora bien, la forma de canalización de esa igualdad sí me parece un aspecto más que criticable.
El fútbol, merece la pena repetirlo, hoy sigue siendo cosa de hombres.
Una actividad no esencial (qué rápido se han olvidado las lecciones de la pandemia) endiosada hasta los límites de la enajenación mental, incluso me atrevería a decir que ya sobrepasados. Y digo esto porque el fútbol femenino, además del sentido común, debería haber contribuido a racionalizar el deporte profesional (debate complejo donde los haya). No solo se trata de actitud y/o igualdad de esos, por ejemplo, salarios, por otro lado insultantes para un trabajador del Sector del Metal de Bizkaia como yo (actividad que genera riqueza, no como el deporte), se trata también de anteponer el respeto frente a cualquier triunfo. Dicho de otra forma, el juego limpio.
Habla Jenni Hermoso de ser referentes tanto fuera como dentro del campo. Fuera, lo ignoro, pero dentro provoca tristeza comprobar cómo el fútbol femenino reproduce en el terreno de juego los mismos parámetros instaurados por el fútbol masculino: simulación de faltas; enseguida al suelo; sobreactuación ante un encontronazo; pérdidas de tiempo cuando conviene; malos modos (humillación, insulto) hacia el oponente... buuufff, de verdad, qué asco.
Ojalá el fútbol femenino hubiese contribuido a contrarrestar toda la degeneración del fútbol masculino. En el campo se gana porque se es mejor jugando, no por ser más mentiroso/a. Si se triunfa debería ser por demostración de juego, acompañada por deferencia y cortesía hacia el rival, no por imitar el putrefacto comportamiento del fútbol masculino. No se trata de obtener poltronas o éxitos a cualquier precio emulando fielmente al fútbol masculino que no deja de ser un fútbol de machotes. Desandar la vertiginosa senda marcada por el fútbol masculino sería primordial y alejarse del endiosamiento por el triunfo, de la demencia cerebral por el culto al ganador o ganadora sería la base para que el fútbol femenino introdujese racionalidad en el deporte.
Me temo que ya es tarde y el fútbol femenino simplemente es un referente sin más valores que (y vuelvo al principio) el dinero, el lujo, la alfombra roja, el glamour, el egocentrismo, la vanidad, la superficialidad como sinónimos de triunfo en la vida, por tanto, la niña de la que habla Jenni Hermoso aprenderá antes malos modos para la obtención de la gloria que consciencia de igualdad para racionalizar la locura futbolística. Un verdadera pena.