En anteriores capítulos ya dejé entrever que soy padre, de un maravilloso niño de nueve años, al que por suerte o por desgracia le encanta jugar al futbol. Así que gran parte de mis sábados a la mañana he de acudir a ver sus partidos. Nunca había frecuentado mucho estos lugares, así que como primerizo en estos ambientes, intento situarme y ver un poco el percal que se cuece en ellos.
Lo que en principio se planifica como un apacible partido viendo a nuestros retoños, a menudo se torna en un espectáculo digno de un campo de trabajos forzados. Señores bien entrados en canas gritando y azuzando a sus vástagos cual sargento arengando a sus tropas. En ocasiones el graderío se convierte en un gallinero donde la gente más que ir a disfrutar viendo como sus hijxs se divierten, acaban gritando desencajados como si estuvieran poseídos por Camacho.
¡¡¡Corre más!!! ¡No pares!!! ¡¡¡Dale duro, Bartolo!!! Se que en muchos casos no lo hacen con mala intención y solo quieren que su hijx lo haga bien y sea el mejor en lo que hace. Y ahí está el problema, en mi opinión. La búsqueda de la excelencia en niñxs que apenas han empezado a vivir. Exigimos a nuestros hijxs lo que no nos exigimos a nosotrxs mismxs. Obviamos que nosotrxs a su edad éramos iguales o todavía peores, en la mayoría de los casos. Y olvidamos que el fin último es que lxs niñxs se diviertan. No que satisfagan nuestros deseos o nos saquen de pobres.
He visto casos de gente que se ha encarado con el entrenador, llegando incluso a saltar al césped, porque su hijo no jugaba lo que el susodicho creía oportuno. O por no ponerle en la posición que cree que su hijo destacará más. Y el niño, claro está, acojonado y sin poder reaccionar, más que con llanto, viendo a su viejo montar semejante espectáculo. Un espectáculo realmente vergonzante. Sobre todo, para lxs niñxs, que a esas edades lo único que quieren, y deben hacer, es divertirse.
No quiero personalizar ni hablar en exceso de futbol, pues este tema va más allá y lo empapa todo en la vida. En la puerta del colegio, más de lo mismo. Mpadres que increpan a sus hijxs porque se han dejado en clase tal o cual cosa. O que no se han comido el bocata. Hay mil razones. El caso es descargar con un ser inocente que no tiene opción de defensa ninguna y aliviar la frustración de una vida de mierda a base de gritos. Y es que los gritos siempre han estado muy presentes en la crianza. Es más fácil gritar e imponer que explicar tranquilamente el porqué de cualquier enseñanza. En vez de valorar lo que han hecho bien, nos empeñamos en recalcar lo que han hecho mal.
Hoy mismo, un señoro de mi edad, que trabaja a mi lado, se lamentaba porque no puede soltarle una ostia a su hijo pues este podría denunciarle. Y este es el nivel en 2021. Demencial, no hemos aprendido nada.
Y así es como se perpetúan conductas de mierda que en nada ayudan al desarrollo emocional de nuestrxs pequeñxs y en consecuencia a un cambio de mentalidad colectiva. Eduquemos a gritos y golpes y así conseguiremos que nuestrxs hijxs sean personas de provecho, educadas y empáticas, y que se relacionen de manera sana en su etapa adulta. Si queremos que la sociedad cambie, empecemos en nuestra casa.
Paralelamente a todo lo expuesto, y en relación con el tema de la escuela, está la sobrecarga de actividades a la que sometemos a lxs niñxs. Después de siete horas de colegio, en mi opinión una autentica locura, los torturamos con academias, actividades extraescolares, colonias y demás lugares para que no nos molesten y de paso sea el mas avanzado de su quinta.
Deberes, estudiar, repasar, reforzar el inglés que se me queda retrasado, que haga algún deporte que es bueno para la salud y demás quehaceres que no dejan espacio al juego ni al divertimento. Y es que divertirse es malo, lo que hay que hacer es ser alguien de provecho.
Jornadas extenuantes para unos cuerpecitos y unas mentes que lo que necesitan es jugar y divertirse, no memorizar y repetir lecciones como si fuesen cotorras. Total, que, en la mayoría de los casos, se despiertan a las ocho y hasta la hora de cenar no han terminado con los quehaceres.
Que sobresalga sobre todxs lxs demás y consiga labrarse un futuro digno es la premisa. En mi insignificante opinión, un futuro digno es no arrastrar los traumas que la gran mayoría de nosotrxs arrastramos debido a la educación de mierda recibida. Desde mi humilde parecer es más importante proporcionarles las herramientas necesarias para aprender a gestionar sus emociones que todas las lecciones que salen en los libros de texto.
Perpetuamos roles con conductas aprendidas que en nada ayudan al desarrollo emocional de nuestrxs hijxs. Nuestra educación fue nefasta y así está el mundo, donde solo prima el individualismo y el pisar al de al lado para ascender nosotrxs.
Y es que esta sociedad hipercompetitiva nos lleva al delirio. La meritocracia ha calado y nos ha hecho pensar que, porque atosiguemos a nustrxs hijxs con obligaciones y autoridad, estxs llegarán más lejos. Y realmente lo harán, en concreto a la consulta del psiquiatra en la edad adulta.
Creo que es hora de empezar a educar a nuestrxs hijxs con responsabilidad afectiva, romper el ciclo de autoritarismo mpaterno y empezar a tratar a nuestrxs hijxs como lo que son, niñxs.