Me han cazado para…Piiiiiiiiiii… Abreviaremos y evitaremos el molesto pitido del corrector militante si reformulo la presentación con un “Me han fichado” para la sección de opinión de CNT Sindikatua.
No me he podido negar… Piiiiiiiii…. Digo, he aceptado de manera voluntaria, más no exenta de coacción moral. No ha sonado el pitido. Hace años, el corrector hubiera zumbado con el término “coacción”. Desde que leyera La coacción moral de Ricardo Mella, mi corrector militante atribuye a la conjunción de “coacción” y “moral” un valor ético-práctico y me deja expresarlas conjuntamente.
Pónganse en mi lugar. Quien me ha pedido colaborar es un compañero de los que dan sentido a la etimología del término compañero. Uno de esos que sabes que nunca te va a fallar, un inasequible al desaliento. Recuerdo un suelto en el Egin titulado algo así como “Delegado sindical de CNT despedido dos veces en el transcurso de una semana”. Era él. Echen cuentas de los años que han pasado desde el cierre (por las armas) del Egin. El compañero sigue trabajando y haciendo acción sindical en la misma empresa de la que le quisieron echar, con la gerencia refugiada en un blocao artillado y rodeado por un foso lleno de carabelas portuguesas.
¿Cómo negarle algo a un tío así? Me es imposible. Aquello del compromiso de clase y la responsabilidad militante a las que apelaban los abuelos, la coacción moral de la que nos habla Mella son de otro siglo, de otra época. Invocados por el ejemplo de compañeros como el que me ha fichado, cobran más vigencia que cuando los evocan los interlocutores sociales oficialmente validados (por asimilados) y, en nuestro fuero interno, es más difícil hacerlos pasar por chantaje emocional, falta de asertividad o similares.
Decía Mella por la coacción moral que “es aquella otra labor silenciosa, digna de todo hombre de corazón; aquella labor en que las virtudes esenciales, los mejores y más humanos sentimientos y las más espléndidas luces de la inteligencia se ponen al servicio del bien.” Darwin, Spencer, Bakunin, etc. se dan cita en el trabajo de Mella para desentrañar los mecanismos de interrelación que se dan entre el individuo y la sociedad y el modo en el que lo social condiciona lo moral.
La coacción moral, nos explica Mella, modela los sentimientos colectivos a través de un intercambio de influencias personales y colectivas no reglamentado y “su poder de difusión y multiplicación proviene de que se ejerce indistintamente por todo el mundo”. La coacción moral actúa a través de la “presión, que tiene carácter de reciprocidad y … descansa únicamente en el voluntario acatamiento que los individuos prestan a todo aquello que juzgan equitativamente…”. La coacción moral soportada por la conciencia de clase y la consiguiente responsabilidad militante modelan nuevas formas de comportamiento que una vez interiorizadas, ensanchan el background de nuestro corrector militante.
Coacción moral y conciencia de clase van de la mano en el trabajo de Mella, redactado en los albores del siglo XX para un público eminentemente obrero. Cabe preguntarse qué queda de todo esto en el escenario actual en el que la clase perdió su obreros y los obreros perdieron su conciencia de clase. Una reivindicación histórica del movimiento obrero, cual es la representación unitaria basada en la asamblea de trabajadores y las votaciones a mano alzada, garantía antaño de la prevalencia de valores más justos y solidarios, queda desdibujada ante los nuevos escenarios de individualismo exacerbado y búsqueda de certezas a través de identidades fragmentarias.
A pesar de todo, la coacción moral no deja de ser una herramienta válida de transformación social. Aunque a nuestro alrededor queden pocos ejemplos vitales como el de quien me ha reclutado para esta sección, siempre nos quedarán los invisibles, los enterrados por la historia oficial, las víctimas del genocidio que, desde las cunetas nos interpelan con verbo claro y sincero sobre nuestras responsabilidades. Los muertos nos hablan de luchas y compromisos del pasado, nos alertan de riesgos actuales y nos previenen de los futuros, enriquecen nuestro bagaje de clase y nuestro acervo militante.
La memoria histórica, tal y como la entendemos, fomenta la conciencia de clase y nos empodera para las luchas del día a día, porque una vez incorporada a nuestro corrector militante, el compromiso y la ayuda mutua son parte orgánica nuestra y, a la que te descuidas, suena el “simpático” Piiiiiiiiiiiiii…