Hoy mientras cagaba leí la noticia “Jonhy Rotten votará por Trump”. SÍ, Jonhy Rotten, quien en su día cantó en el Támesis contra la Reina, clamando por la anarquía en U.K. Otro “mito” que cae de manera estrepitosa. No son pocos los ejemplos de “gurús” que por haber vivido más de la cuenta acaban transformándose cual Doctor Jekyll. Me ha recordado a cuando escuché a un tertuliano fascista decir aquello de que ser rebelde se cura con la edad. A mí me pasa todo lo contrario: cada día que pasa debo perder años, porque estoy cada vez más convencido de que quiero acabar con este sistema criminal que devora todo lo que toca. ¿Cómo? Empezando por mí mismo.
Una buena manera de empezar este cambio sería dejar de consumir ciertos productos revisando nuestros hábitos de consumo. ¿Por qué? Porque el monstruo capitalista se nutre de nuestro parné y cuanto más le demos, más grande se hará. Ejemplo simple donde los haya y repetido hasta la saciedad: podemos comprar en la tienda del barrio, promoviendo el comercio local o por el contrario, consumir a través de plataformas digitales aunque salga muy barato y nos lo traigan a la puerta de casa. Todo tiene un precio, y en este caso, sabiendo la explotación que hay detrás de esta compañía monstruosa, pongamos que hablo de Amazon, el ahorro no compensa. Al menos, a mí no.
Profundicemos en los datos: sólo en el segundo trimestre del año, las ventas de esta empresa crecían un 40%, llegando a los escalofriantes 88.900 millones de dólares. Esto es el doble de lo amasado en el mismo periodo del año anterior, 2019. ¡La bestia crece más rápido que el mismísimo Galaktus Devorador de Planetas! Y a ese paso se acabará convirtiendo en él. Además, el fundador de dicha empresa superó recientemente la escandalosa cifra de 200.000 millones de dólares (sí, volved a contar los ceros, habéis leído bien) convirtiéndose de facto en el mamón más rico de la historia. Yo ya sólo por eso, no le compro. Es que ¡¿qué pensarán los pobres Rotchilds y Rockefellers revolviéndose en sus tumbas, viendo cómo después de más de dos siglos expoliando el mundo, llega este homo sapiens y los pasa por la derecha en poco más de dos décadas?! Volvemos a lo mismo: en cosa de cuatro lustros, el monstruo crece muy rápido y nosotros le alimentamos.
Pero esto no es lo más grave: este tipo de empresas monstruosas, pisotean cualquier derecho tanto de personas trabajadoras, precarizando el empleo, vulnerando derechos laborales y sindicales, como de productorxs y comerciantes haciendo competencia desleal y abocándolos en muchos casos a la ruina y a la desaparición. Otra razón muy sencilla por la que yo no les compro.
Este maldito monstruo está decidido a cambiar de un plumazo el sistema de trabajo y consumo. A peor, por supuesto. Está dispuesto a dar otra vuelta de tuerca al modelo esclavista que tanto ansía. El monstruo implanta a su plantilla incluso una orwelliana pulsera que monitoriza la posición de las manos de sus empleadxs en todo momento (sí, pulseras teledirigidas, habéis leído bien). Esta estrategia tiene como único fin espiar a sus trabajadorxs y explotarlos de manera más óptima, tratando de convertirlos en robots humanos, o incluso en otra más de sus múltiples máquinas. Es más, si el sistema detecta baja productividad, es capaz de generar automáticamente advertencias e incluso procesar despidos sin la intervención de los supervisores. Así de fácil, miras tu pulsera y te lo espeta: “está usted despedidx”. Esto, evidentemente, no hace sino aumentar la presión y el estrés sobre lxs trabajadorxs, dándose situaciones de empleadxs que evitan incluso los necesarios descansos, y hasta las pausas para orinar, con el objetivo de mantener su tan preciado empleo.
Pero todo esto va más allá: dicha empresa monstruosa, también quiere controlar hasta nuestro propio ocio. ¿Cómo? Creando una plataforma audiovisual en la cual ofrecernos contenidos a su medida para crearnos nuevas necesidades (que ellos mismos nos facilitarán a golpe de click), claro está, y normalizar conductas y actitudes que beneficien a sus intereses empresariales y de control. No hay más que ver sus “variados” contenidos: películas sobre sus coleguitas Amancio Ortega o Steve Jobs, documentales sobre Rafa Nadal, Fernando Alonso o Sergio Ramos y demás subproductos humanos y patriotas con pulserita rojigualda. También nos ofrece, por supuesto, películas y series de policías y demás gente de mal vivir con el único fin de crear una conciencia: la que a ellos les interesa que tengamos.
Por no hablar de sus altavoces espía. Se venden como inocentes asistentes (im)personales que a golpe de comando de voz te facilitarán tareas tan arduas como reproducir música, ajustar el termostato de la calefacción, pedir la compra por internet y demás trabajos forzosos de un nivel de esfuerzo sobrehumano que nos amarga la existencia. No sé cómo otras generaciones han conseguido sobrevivir sin ello. Es que además, tienen unos nombres de lo más encandiladores, no me digas que no: Alexa y Ec(h)o. Si es que… suenan tan tiernos… ¡¿cómo no vamos a querer uno?! Pero, ¡ojo! bajo esta fachada inocente se esconde un aparato espía que escucha, graba y almacena todo lo que en tu hogar se hable. No hace falta ser Poirot para adivinar que toda esa información recopilada acabará siendo vendida a toda suerte de empresas o ¡¿por qué no?!, a las propias autoridades según el caso. No sólo quieren nuestro dinero, quieren tener monitorizada a toda la sociedad. Curiosamente, mientras escribo estas líneas, pienso que también nuestros dispositivos móviles cumplen la misma monstruosa función. Quizás haya que volver al “busca” y que no te encuentren mientras tiramos los smartphones al río.
Decía una canción que el verdugo tiene mil caras y estas son sólo unas de ellas. Dejemos de alimentar a un monstruo que pretende devorarnos. Tan importantes como los eslóganes “muerte al estado, viva la anarquía”, son las responsabilidades individuales. Así que tronco, te lo digo claro: no compres en Amazon, joder. Pero añado: esto no es un alegato contra Amazon concretamente, sino contra un modelo de consumo insostenible a todos los niveles. Zalando, Wish, Aliexpress e innumerables plataformas cuyos nombres desconozco pero que han surgido de la noche a la mañana cual champiñón después de una tormenta, no son mejores.
Podría seguir hasta la saciedad, pero hoy sólo hemos dado tres pinceladas porque creo que mi úlcera está a punto de explotar. Además acaba de sonar el timbre. Din don. ¿Quién es? Abro y resulta que es el paquete del vecino de arriba que no está en casa. Así que aquí lo deja. Y aquí lo dejo: la lucha está en la calle, pero también en nuestros hábitos. Hagamos la revolución cada día consumiendo responsablemente.