Bajo este título en un guiño al clásico de Kropotkin, pretendo acercaros hoy la historia más dura de la humanidad.
Hace pocos meses nos dejó el último superviviente republicano de los campos de la muerte, Juan Romero, que falleció a los 101 años.
Se calcula que unos 10.000 españoles pasaron por dichos campos, y ahora ya no los tenemos a ellos y ellas para que nos cuenten de primera mano una experiencia tan brutal.
La mayoría fue a parar al campo de concentración de Mauthausen o al campo de exterminio de Gusen, aunque también estuvieron en Sachsenhausen (allí estuvo Largo Caballero) o en Buchenwald (y aquí Jorge Semprún).
Hago estas diferenciaciones porque son importantes: no es lo mismo uno de concentración que uno de exterminio o un stalag de prisioneros militares. Un stalag era más como una cárcel de soldados enemigos, en uno de concentración se moría por extenuación y en los de exterminio se moría o al llegar o en tres meses, como mucho (aunque hay gente que sobrevivió más tiempo).
Entre los de concentración también habían diferencias, Oranienburg era, digamos más “suave” que Mauthausen, y quizás Gusen no fuera tan mortífero como Treblinka.
Llegados a este punto, he de hacer mención a los espeluznantes Sonderkommando. Es el giro más cruel de los campos. Estas unidades de trabajo, generalmente judíos, eran forzados a ayudar en el exterminio en las cámaras de gas y hornos de cremación. Se dedicaban a hacer bajar a las victimas de los trenes, despojarles de su ropa y objetos y mandarles a las cámaras de gas, todo en un tiempo record. Evidentemente, como sabían lo que estaban haciendo estaban aislados y cada tres meses eran eliminados por un nuevo Sonderkommando, que a su vez, los llevaban a las cámaras de gas.
No pocos fueron obligados a llevar a su propia familia a la muerte (Sus familiares no los reconocían ni siquiera, debido a su lamentable estado).
Sin embargo, como tenían acceso a más instalaciones y sabían de su próxima muerte muchos intentaron rebelarse como sucedió en la revuelta de Treblinka, en 1943.
Para visualizar mejor esto, recomiendo el film “El hijo de Saúl” de 2015, dirigida por el húngaro, László Nemes.
Según Theodor Adorno “No se puede escribir poesía después de Auschwitz”, no obstante, se ha escrito abundante literatura por parte de supervivientes. Quizás las más representativas sean la trilogía del partisano comunista italiano Primo Levi, la obra “Sin destino” del judío húngaro Imre Kértész o la bestial “Ninguno de nosotros volverá” de la resistente francesa Charlotte Delbo.
Todas estas obras, ya clásicas, tardaron en publicarse, en los 60, ya que tras la guerra la gente no quería escuchar el sufrimiento máximo, y en los países del Pacto de Varsovia, se fomentaban las historias del triunfo rojo y no las historias de derrota de los/as deportados/as, sin darse cuenta, quizás, que esa derrota fue para toda la humanidad, pues hizo visible que somos capaces de exterminarnos a nivel industrial, eliminando la idea de progreso que nos saltaría a la cara en la postmodernidad.
Tras los campos, la filosofía misma tuvo que ser replanteada, y fueron los existencialistas franceses, con Sartre a la cabeza, los que nos volvieron a plantear cual era el sentido de la vida tras tanta muerte.
Nos llevaron a la insignificancia del ser, o al absurdo del vivir.
También Agamben nos interpelaba sobre Auschwitz entorno a la condición humana, mientras que la judía Hanna Arendt nos hablaba de la banalización del mal, para intentar comprender que nos llevó a esa hecatombe.
Pero volvamos a nuestros muertos.
Y a nuestros olvidados y olvidadas.
Durante años, los libros testimoniales que se editaron sobre republicanos fueron los de los supervivientes de tendencia comunista, como “Los años rojos” de Mariano Constante, donde se ensalzaba la labor de estos como resistentes.
Más tarde, fue el turno de los historiadores con obras más documentadas y completas, como la del historiador Benito Bermejo. Sin embargo, recientemente, han salido a la luz diversas obras donde existe cierto protagonismo libertario.
Por un lado, tenemos al anarquista valenciano César Orquín, el cual fue vilipendiado durante años por los comunistas, acusándolo de Kapo (colaboracionista nazi). Pero ha sido un libro de no muy lejana edición “Cesar Orquin Serra: el anarquista que salvó a 300 españoles en Mauthausen” de Guillem Llin, el que ha vuelto a reivindicar la figura del activista.
Por otro lado tenemos “Bilbao en Mauthausen”, escrito por el sobrino nieto de Marcelino Bilbao, Etxahun Galparsoro. Marcelino fue combatiente del batallón Isaac Puente de la CNT de Euskadi.
Nacido huérfano en Bilbo y afiliado al sindicato en Barakaldo, estuvo en casi todas las batallas importantes de la guerra: en Villarreal, en Teruel y en el Ebro. Tras la guerra civil, y pasando por el campo de Gurs, fue capturado ya en la Segunda Guerra Mundial en la famosa “Línea Maginot” francesa.
A continuación, fue deportado a Mauthausen y luego a Ebensee. Sobrevivió incluso a los experimentos médicos del campo austríaco. En 2006 el sindicato le brindó un homenaje en “La huella” de Artxanda. Falleció en Francia en 2014, ya bastante mayor.
Otra de las cuestiones olvidadas es el tema de las mujeres, las de Ravensbrück, donde no pocas libertarias sufrieron penalidades como, por ejemplo, Elsa Garrido, aquella muchacha que voló una fabrica de armas nazi.
El caso de las mujeres es paradigmático pues su organización para la resistencia no fue tan política como humana. Se organizaban en familias o clanes , donde la mujer más fuerte o con mayor carisma daba nombre al clan, por ejemplo estaba la familia Catalá , por la superviviente comunista Neus Catalá.
Por último, quisiera hacer mención a la música.
Sí, en los campos había música, de tal manera que hasta Dachau o Treblinka tenían sus propios himnos. Cada campo tenía varias orquestas, no en vano, muchos judíos recluídos eran músicos de jazz o swing antes de la contienda. Quizás , la obra musical más bella sobre el holocausto fue compuesta por Mikis Theodorakis para, precisamente Mauthausen. (“La trilogía de Mauthausen”)
Algunas de estas orquestas acompañaban a las pobres masas a las cámaras de gas.
Y hasta aquí, este repaso que espero contribuya a hacer del olvido una advertencia.
Ahora mismo es como si esta pantalla estuviera rota, ajada, como si se destruyera en añicos mientras escribo esto.
En mi cabeza se suceden trajes a rayas acartonados, cadáveres con las bocas abiertas:es la piel de la humanidad destruida como nunca antes.
Y no, no oigo gritos, solo veo la nada.
Nos queda la nada y el silencio: la destrucción de los cuerpos y de las conciencias.
Porque no.
No somos conscientes de que este sufrimiento masivo nos persigue queriendo convertir lo humano otra vez en la nada.
Porque no.
No les vamos a dejar.