11/03/2022

Colonialismo archivado

Escrito por Kami Casi

Los Estados trafican con la producción de secretos y su diseminación selectiva. […] Los secretos de Estado designaban y generaban conocimiento y lectores privilegiados y, a la vez, recordaban a estos últimos qué conocimientos debía desearse y qué era importante saber”1.

Desde hace siglos sabemos que la transmisión del conocimiento de generación en generación es tan importante como los términos y matices de ese relato colectivo que se transmite. Nuestra forma de contar lo que pasó habla no solo de nuestro pasado, sino de quién somos ahora y qué queremos ser en el futuro. Ante la infinitud de abordajes posibles sobre el pasado, quien transmite ese conocimiento siempre hace una selección de qué hechos considera más importantes, relevantes, decisivos, y qué otros forman una constelación, muchas veces anecdótica, de los anteriores.

Pero desde hace al menos dos siglos, esta labor no se restringe a los obsesionados por un tema que le afecta directamente, o a los privilegiados que, mediante la investigación histórica alimentan árboles genealógicos inagotables que demuestran el mérito de su posición social y la superioridad de sus formas de concebir la sociedad. Hoy en día, además de estos perfiles, muchas personas se dedican profesionalmente a la investigación histórica, frecuentemente tratando de cuestionar los relatos cómodos sobre el pasado para explicitar verdades que a veces siguen incomodando en el presente. Aunque esta descripción parezca atribuirles el simple papel de “molestadores profesionales”, lo cierto es que los esfuerzos de profesionales críticos de la historia están frecuentemente en la base de los más diversos cambios sociales planteados por sectores mucho más amplios de la sociedad (no por casualidad suelen ser profesionales directamente atacados o censurados en gobiernos autoritarios).

Si pensamos en los historiadores como sujetos para los cambios sociales, entonces quizás merezca la pena pensar en quiénes son dichos sujetos, por qué lo son, y cómo hacen ese trabajo. Y ahí, una vez más – como viene siendo habitual en los artículos que escribo para esta sección – voy a hablar del Sur global. En verdad, de una dimensión del sur global en este sur que nos pilla más cerca: Sevilla. El Archivo General de Indias custodia los fondos producidos por las instituciones creadas por la para el gobierno y administración de los territorios ultramarinos españoles, y contiene documentos esenciales para la reconstrucción histórica de la conquista y ocupación de los más diversos territorios del mundo por vasallos de la corona ibérica. Según la presentación de la propia página web oficial del archivo, ahí se conservan “unos ochenta millones de páginas de documentos originales que permiten a diario profundizar en más de tres siglos de historia de todo un continente, desde Tierra de Fuego hasta el sur de Estados Unidos, además del Extremo Oriente español, las Filipinas: la historia política y la historia social, la historia económica y la de las mentalidades, la historia de la Iglesia y la historia del arte…”2.

Lo que no se dice tanto es el rol que este archivo tiene en unos flujos actuales de divisas, de ideas y de personas. Un documento histórico no es una prueba material accesible a golpe de voluntad. Su disponibilidad depende no solo de unos archivos que lo conserven, sino de las posibilidades individuales de acceso a dichos archivos. Y ahí es donde, hablando de historiadores, y no de historia, encontramos otra vez unos sujetos que lo tienen más fácil según si viven en el territorio de la antigua metrópoli o de la antigua colonia.

Para ir al grano, pues hay que ir acabando: el archivo de Indias es uno de los pocos archivos con documentación colonial que no permite fotografiar los documentos3. La lista de espera para la reproducción de los documentos sumaba, cuando tuve última noticia en 2019, más de un año – y no entro aquí a valorar lo que habrá significado la crisis sanitaria para estos plazos. Eso significa que miles de historiadoras, que muchas veces vienen financiadas por sus Estados del sur global (con el enorme esfuerzo que eso supone en materia de cambio de divisas), tienen que sentarse todos los días a transcribir el máximo de documentos posible para poder regresar a sus países a tratar de describir con más detalle, y desde su perspectiva, la historia de la ocupación pasada del territorio en el que viven en el presente. Con esta financiación (raramente abundante) que obtienen, tienen que pagar en Sevilla el alojamiento, comida, visas, transporte, etc, todo ello para poder acceder a un acervo con una extensa documentación referente a su pasado. Y con la expresa salvedad: si transcriben mal, si algo se queda por el camino, no hay posibilidad de revisar una fotografía tomada. Hay que repetir el proceso y volver a encontrar alojamiento y gastar en comida, visas, transporte… Si bien la documentación de Indias, y la historia de la colonización, afectan a varios territorios con un pasado compartido, parece ser que una de las partes sigue sacando un beneficio exponencialmente – o económicamente, si se prefiere – mayor que las otras en este juego de contar la propia historia. Para que luego nos digan que el colonialismo son historias del pasado.


3 Alejandro E. Gómez et Frédérique Langue, « Guía del investigador americanista: Sevilla (Actualización) », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Guide du chercheur américaniste, mis en ligne le 23 mars 2009, consulté le 08 mars 2022. DOI : https://doi.org/10.4000/nuevomundo.55715. Por poner dos ejemplos vecinos que lo permiten: los Archives nacionales d’outre-mer, en Francia, y el Arquivo Histórico Ultramarino portugués, este último habiendo digitalizado y disponibilizado en acceso abierto casi toda la documentación referente a Brasil, en el marco de un proyecto de colaboración con el gobierno de este.

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