Decía Buda: "Ayuda un poco a las personas y les harás bien, ayúdalos demasiado y les harás un daño irreparable".
Lo que decimos, para superar las dependencias, la falta de autonomía, de libertad pasan por asumir el control de nuestra vida, tomar nuestras propias decisiones, aunque podamos equivocarnos.
En la lucha por la libertad, la solidaridad es parte de ese camino. Esta sólo será útil si potencia la autonomía de la persona o personas que la necesitan, hasta lograr que no sea necesaria. O sea, hasta que la persona o personas dejen de necesitarla.
Por eso el acto de solidaridad debe tener un principio y un fin. Todo acto de solidaridad que se mantenga en el tiempo, y no produzca ningún cambio a favor de la autonomía de la persona o personas en curso de ese apoyo, se convierte en caridad.
La caridad está hecha para reforzar y mantener el estatus del emisor de la acción; por lo tanto, no puede cambiar nada en el receptor porque esa no es su finalidad. La caridad es un instrumento para que las personas adquieran prestigio y mantengan el status quo.
Por eso, se puede ser caritativo y no solidario, o se puede ser solidario y no caritativo. Dentro de la ética del anarquismo, la caridad y la solidaridad son incompatibles. Si alguien da unas monedas a un mendigo, no supone en sí algo malo, pero sí insuficiente.
La solidaridad debe ser un hecho social y trascendente, para diferenciarse de la caridad, que es un acto individual y restringido. Por eso, las grandes religiones monoteístas pontifican la caridad como un acto positivo, porque no altera su relación con la divinidad.
La solidaridad se convierte en acto trascendente porque va más allá de uno mismo. Cuando empieza a andar se pierde la persona que en su origen lo empezó. La persona solidaria no busca ni el prestigio ni el reconocimiento por parte de un poder superior, sea el Estado o Dios.
Todo acto de solidaridad, para que lo sea, debe buscar el cambio deseado por el receptor, y ese cambio debe ser coherente con el entorno y las circunstancias, porque es el contexto el que nos debe dar el camino de la solidaridad, para que sea real, pragmática.
Para la trascendencia, debe entenderse que el altruismo inherente en la solidaridad, lo que llaman los antropólogos egoísmo indirecto, o sea el auténtico siempre tiene la intención de que se convierta en una cadena, no de favores, sino de actos solidarios de cambio.
El acto de solidaridad puede empezar de forma individual, pero sólo puede funcionar si es a través de un grupo social y cada nuevo acto supone un nuevo grupo social con la misma dinámica, suponiendo nuevas construcciones sociales, en una creciente sociedad de iguales.
El acto solidario debe ser la norma y no la excepción, dentro de la dinámica de una sociedad en construcción con otros valores ajenas al darwinismo social, cuyo fin es la disolución de los lazos de sociabilidad, de comunidad y de alteridad de los individuos.