“El trabajo os hará libres”, inscripción que daba la bienvenida en Auschwitz
¡Ay-jo, ay-jo!
Al bosque a trabajar
Los enanitos buenos tenemos que curra-a-ar
¡Ay-jo, ay-jo, ay-jo, ay-jo, ay-jo, ay-jo, ay-jo!
Como hay mucho paro, hijo, tienes que aguantarlo todo
Como está la vida hoy y es que hay que comer
Todo el día reventando y a un cabrón beneficiando
Y encima con cachondeos de amor al trabajo
A La mayoría de nosotr@s nos han inculcado que el trabajo nos realiza, que nuestra productividad debe ser altísima, la motivación constante, y que debemos sentirnos parte de la empresa, vivir por y para ella. Esa maldita frase de “el trabajo te ha de hacer feliz”.
Sin embargo, las dinámicas laborales del presente son exactamente todo lo contrario, eternas y extenuantes jornadas, horas extras no declaradas, y por supuesto la mayoría de ellas no retribuidas, encargados y directivos ejecutivos que presionan, presionan y presionan, siendo, en apariencia al menos, ese su único cometido.
El agotamiento vinculado al trabajo, el estrés, la fatiga constante, las jaquecas, cefaleas y el pesimismo y la tristeza, tienen su origen, en no pocas ocasiones, en nuestra “realidad” laboral. Y también, en la inseguridad de ese mismo mercado laboral, porque trabajar para una empresa de trabajo temporal, o de temporal en una administración pública, donde curras día sí, día no, en trabajos físicos o de responsabilidad, que te dejan hecho polvo y con una inseguridad financiera que hace que no puedas dormir porque no sabes si el mes que viene podrán pagar el alquiler, la calefacción, la alimentación, o, mucho menos, la factura de la luz.
El ‘burnout’ se ha convertido en un silencioso virus que según la Guía del Mercado Laboral 2022, afecta al 43% de los profesionales españoles, y pocos me parecen.
Y esto, con ser cierto, nos muestra la otra cara de esta moneda. No sabemos abordarla. Nos consideramos responsables de haber llegado a esta situación, culpables de nuestros males y de ese “desafecto” al trabajo y a la empresa. No es el sistema, no es la fábrica o la oficina, no es el trabajo, somos nosotr@s, y buscamos “ayuda” en psicólogos, psiquiatras, o, colmo de la imbecilidad, en nuestros propios jefes.
No hace tanto leía en un periódico unas declaraciones de uno de estos profesionales, lucido él, que decía que a quienes acudían a su consulta, buscando solución a los problemas arriba mencionados, les indicaba que lo que necesitaban era un sindicato y no un psicoterapeuta. Desgraciadamente no especificaba qué sindicato, porque estos tampoco aplican las mismas recetas, y algunos, principalmente esos llamados mayoritarios, que han encontrado acomodo en este sistema, no están para nada interesados en la solución colectiva de estas situaciones, que es la única que cabe, sino que medran, mediando individualmente ante ellas.
Cualquier avance social pasa por cambiar las condiciones de trabajo e inexorablemente la abolición total del trabajo. Como cantaba Evaristo, el autor también, de los versos que encabezan este artículo, “No disfrutamos en el paro ni disfrutamos trabajando, no, ¡no!”. Por ahora, aún no he dado con nadie que haya podido explicar de forma más clara y sencilla el sentir de la gran mayoría de trabajadoras y trabajadores.
Afortunadamente, cada vez son más las personas que se niegan a que el trabajo, la empresa, domine sus vidas, y mirando y aprendiendo del pasado, se dan cuenta de que sólo la respuesta colectiva, organizada y transformadora, puede cambiar este estado de cosas. Y, a poquines, se van acercando a este sindicato, que en su momento redujo la jornada laboral a 8 horas diarias, ahora pedimos 28 horas, repartidas en 4 días semanales, este sindicato que pone delante de todo, la salud y la seguridad en el entorno laboral, que exige salarios dignos que garanticen un reparto equitativo de la riqueza, y que nos pone a todas y todos, al mismo nivel de responsabilidad y compromiso en esta tarea transformadora hacia un mundo nuevo, que, con simplemente plantearnos estos cuestionamientos, empezamos a construir en este mismo instante.