Discutir en redes o casi en cualquier lugar común de internet es complicado, atravesado por la inmediatez, y a la vez por las malas formas y el fanatismo. Es un entorno hostil para cualquier tipo de reflexión sosegada, por lo que el “clickbait” y/o las intervenciones tremendistas/conspirativas/simplistas, es decir, estimulantes, se vuelven dominantes.
Mi experiencia en Reddit me ha demostrado que incluso en una plataforma cuyo planteamiento es más parecido al de un foro que al de redes sociales como Twitter, esto se repite. De hecho, me he encontrado casi siempre a los mismos 4-6 individuos (que suelen ser hombres) en determinados “subreddits” publicar siempre noticias con una misma línea de pensamiento, y aunque lo he visto a ambos lados del espectro ideológico, sobretodo lo he visto de forma más sistemática escorado hacia la derecha. Y no, no son bots, aunque sea una de las acusaciones más típicas que se vierten en estos círculos.
Siempre ha habido gente con ideas diversas, negarlo sería faltar a la verdad, pero en ocasiones parece que en redes sociales hay una polarización que en la realidad no se expresa en la misma medida en la calle. Aunque cada día ocurre más fuera, llevado por un ecosistema comunicativo que prioriza el escándalo y simplificación del mensaje. Hace años parecía que las redes sociales iban a ser uno de los mayores puntos fuertes de la “izquierda”, pero el desarrollo de los acontecimientos fuera ha hecho que finalmente sus dueños hayan tomado casi por completo el control.
El caso más paradigmático puede ser Elon Musk, que un buen día se levantó y se compró Twitter. Desde ese día se ha notado cada día más su huella, favoreciendo de forma clara a discursos de ultraderecha. Por si no parecía suficiente, Mark Zuckerberg, propietario de Meta, que incluye Facebook, Instagram y WhatsApp, no tardó muchos años en quitarse de forma definitiva. Ahora, el hombre sobre el que se hacían bromas por “parecer un robot” en su declaración ante el Congreso de EEUU, reclama la necesidad de más “energía masculina” en las empresas y habla de quedar con sus “colegas” para “pegarse”.
La careta de muchos poderosos en EEUU ha terminado de caer a raíz de este segundo mandato de Trump, aprovechando estas plataformas para extender su discurso o al menos no entorpecerlo.
Ante esto, mucha gente ha optado por abandonar estas redes sociales, o al menos plantear hacerlo. ¿Pero hasta qué punto es buena idea? Hay pocas alternativas con una vocación amplia o al menos una capacidad para tener un público amplio. Un ejemplo es Mastodon, que como otras plataformas del denominado Fediverso, a pesar de sus características técnicas que permiten una gestión más directa de la comunidad, su propia mayor complejidad es lo que espanta a ese público más amplio.
Es lógico que cualquier persona sienta la necesidad de abandonar plataformas que le disgustan o en la que siente que hay un ambiente hostil, pero parece que cada vez que hay una oleada de huidas de las grandes se corta en poco tiempo, llegando a volver mucha gente.
Obviamente, quiénes se suelen querer ir son quienes no comparten las ideas reaccionarias de los dueños de las redes, lo que deja a sus apoyos aún más manga ancha. Cada vez que abandonamos un espacio lo dejamos libre a otros discursos e ideas, y en una era en la que la ultraderecha y la reacción acaban usando hasta TikTok, quizás no sea lo más adecuado. Jugaremos siempre en desventaja, sí, pero tampoco tenemos alternativas.
¿Vaya conclusión, no? Bueno, aunque es cierto que personalmente creo que es mejor no abandonar lugares como Twitter, tenemos algo que los propagandistas de la reacción no tienen: una cultura política preparada para el trabajo de calle.
Está claro que es necesario replantear cómo manejamos el discurso en Internet, pero esta situación también debería ser un revulsivo para avanzar en otros frentes.
Nadie dijo que fuera fácil ni que fuera rápido, pero el mundo que queremos se construye cada día, organizándonos y luchando. Quizá hoy no podamos, pero algún día podremos luchar en todos esos frentes.