Cuando consideramos que una película o serie es buena, eso se puede deber a distintos factores: porque la fotografía nos agrada, porque la banda sonora nos envuelve, porque los diálogos nos emocionan… En cualquiera de los casos, la clave está en las sensaciones que nos transmite. Y todas esas sensaciones, y las interpretaciones que hacemos de ellas, dependen obviamente de una serie de factores personales que, no por ello, son individuales. A fin de cuentas, vivimos en sociedad y el entorno social condiciona nuestra forma de percibir la belleza, de captar figuras de lenguaje, de reflexionar sobre un tema, pensar soluciones posibles para nuestros problemas, yo qué sé…
Pero quizás no. Quizás existan unas leyes universales sobre lo que es bello y correcto, sobre qué es el bien y el mal, sobre el funcionamiento del mundo. ¡Eso es la ciencia! No tiene género, no tiene sexo, no tiene historia, solo tiene leyes universales aplicables a cualquier área de conocimiento. Bueno, hay que matizarlo. Eso son las ciencias duras, ciencias a secas, solo ciencias. Luego obviamente están las ciencias sociales y jurídicas, que sí dependen mucho de la sociedad y por lo tanto tienen historia. Mucha historia. Pero las ciencias a secas no la tienen. No necesitamos saber su historia para entenderla porque es evidente.
Al menos eso es lo que parece si miramos los planes de estudio de las carreras de “Ciencias” de la Universidad pública del País Vasco. De las diez ofertas de grado agrupadas en esa categoría (la de “ciencias”), ninguna tiene una asignatura específica de historia. Y no hablo ni siquiera de una historia de sí misma, de su ámbito de estudio, como sería el caso de la “historia de la arquitectura” ofertada en el grado de Fundamentos de la Arquitectura, o la “Historia de la Actividad Física y del Deporte” enseñada en el Grado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte – es el caso también de Derecho, Educación, Fiscalidad y Administración Pública, Relaciones Laborales, Arte, o Conservación y Restauración de Bienes Culturales, por poner algunos ejemplos. Hablo de que no se enseña ni siquiera alguna de esas historias aparentemente transversales, si juzgamos por su presencia en diversas ofertas docentes – como la historia económica, que es ofertada en 14 de los 87 grados consultados (85, si excluimos el grado en Historia y el Grado en Historia del Arte, por obvio).
No se trata de que todo el alumnado universitario sea experto en historia o que tenga que saberse de memoria toda la evolución lineal del conocimiento, muchas veces técnico, que pretende adquirir. Se trata de pensar sobre qué alternativas críticas se está ofreciendo a las graduadas universitarias. Porque quizás pueda ser que exista una ciencia atemporal, no tengo recursos para discutirlo ahora mismo. Pero quienes hacen ciencia desde luego no lo son. Quizás las clases de historia por sí solas no tienen la capacidad de hacerles percibir que los salarios reducidos entre los graduados en ciencias experimentales1, por poner un ejemplo, tiene que ver con el ataque continuo al sector público, que es quien mayoritariamente financia estas profesiones. Tampoco creo que una profesora de historia pueda hacerles ver que las empresas del sector privado aprovechan figuras de formación profesional para obtener mano de obra barata e hiperespecializada. Pero quizás, y solo quizás, al menos consiga hacerles ver que las vicisitudes de nuestro tiempo, y también de otros tiempos, son relevantes no solo para entender una novela, un cómic o una película, sino para entender el lugar de la ciencia en este mundo lleno de historia.