21/09/2021

Inshalla!!

Escrito por Inma Iglesias Guerra

Había llegado a Tesalónica con la mochila llena de incertidumbre sobre lo que iban a ser esas semanas por aquellas tierras, varias palabras rondaban su cabeza; Refugiados, Guerra, Siria, Idomeni, Polykastro, Fronteras, Europa, Tratados, Acuerdos, Turquía…todas revueltas. Pretendía que cogieran orden, que todo ese avispero que zumbaba en su cabeza se convirtiera en algo ordenado y comprensible y la permitiera dormir tranquila.

“Pero nada más lejos de la realidad, cuando te acercas a algo así, los esquemas sobre el género humano pierden todo su sentido, cuando convives con personas hacinadas en un vertedero humano esperando a que otras personas decidan sobre sus vidas, personas idénticas a las que el dinero ha convertido en una suerte de dioses con poder para decidir sobre las vidas de miles de otras personas que buscan desesperadamente una salida; cuando esa es la realidad… ya no hay nada que ordenar. Están a cuatro horas en avión de nuestras casas, de nuestras calles, de nuestro mundo de color de rosa; están a quince minutos en coche de un pueblo lleno de gente, de bares y tiendas, de niños y niñas que van a la escuela, de adultos que trabajan o por lo menos lo intentan, de familias que sobreviven en un país en crisis…están al lado mismo de la Vida, pero no pueden vivirla porque no les dejamos. Dejar a alguien al margen de la vida, debería ser un delito, sin embargo en este mundo absurdo en el que vivimos, el delito es intentar vivir”.

Ese primer contacto con la realidad de las personas refugiadas le pareció terrible, pero lo peor estaba aún por llegar, a unos diez kilómetros de allí aparecía Hara; Hara también era un asentamiento libre, alrededor de un hotelucho de carretera del que tomaba su nombre y cuyo dueño era un despreciable ser sin escrúpulos, que hacía su agosto gracias a ese horror.

“Cuando llegas a Hara, te das cuenta de porqué es lo peor, en una situación de hacinamiento humano , como son estos asentamientos, es muy importante para el bienestar físico y sobre todo psíquico de las personas que se ven obligadas a estar allí, el que alguien les ayude, el sentir que no están solas. Esto nos pasa a todos los seres humanos en cualquier situación de desamparo; pues esta es la máxima situación de desamparo en la que se puede estar. Hara es un sitio en el que no pasa nada…y el tiempo transcurre muy lento cuando no hay nada que hacer, cuando no hay nadie que te tienda una mano”

Hara era un lugar verde, y si lograba abstraerse de la inmundicia tenía un cierto parecido con los paisajes de la Toscana. Ella lograba hacerlo sólo en el instante en el que se bajaba del coche, antes de que ese olor se le metiera por la nariz y le comunicara a su cerebro donde se encontraba. . Los niños más madrugadores empezaban a revolotear a su alrededor en cuanto aparecían; los más mayorcitos intentaban ayudar con el transporte de todo lo que traían en los coches. “Me encanta verles, a veces me da apuro que se carguen en exceso, no quiero que se hagan daño ; pero les encanta cargarse, hacerse los fuertes y sentirse útiles, así que les dejo, y les animo, y luego les doy las gracias y un fuerte abrazo que les dé mucha energía, que les hace mucha falta. Ellos y ellas son lo importante de este proyecto, y por eso, sólo deben percibir la tranquilidad y el amor; los problemas, los mil problemas que surgen a diario son problemas nuestros, de los adultos.”

“Qué bueno sería poder tener largas conversaciones , con una taza de humeante té entre las manos, con las mujeres y los hombres que habitan Hara; saber de sus sueños, de sus preocupaciones, de sus vidas anteriores y de la nueva vida que esperan encontrar en una Europa que les ha dado con la puerta en las narices. Los gestos y las miradas dicen mucho, sin duda, ver a una madre llorar mientras te agarra la mano con fuerza, es suficiente para saber lo que siente, pero no para saber lo que piensa.”

Varias adolescentes iban a diario al hamman a ayudar, al principio tímidamente , luego iban ganando confianza y como allí todas eran mujeres, enseguida se sentían parte del equipo, eran niñas cariñosas y simpáticas; además ayudaban mucho con el idioma, que era la gran barrera en una situación así. Al final de cada jornada las dejaban solas en el hamman para que se pudieran bañar en la intimidad y se cambiaran de ropa; elegían lo que más les gustaba y se lo reservaban, en una especie de metáfora de ir de tiendas que por unos instantes disfrazaba de normalidad algo tan anormal. ”La adolescencia es una edad muy difícil en cualquier circunstancia, pero en esta es terrible, aún son muy pequeñas para entender la crueldad humana, pero ya son lo suficientemente mayores como para sufrirla. No hay palabras para describir lo que dicen esas miradas, esos cuerpos a medio camino, esas sonrisas rellenas de pena. Solo queda abrazarlas e intentar transmitirles toda la fuerza que diariamente ellas nos dan. A veces las miro atentamente, mientras trabajan afanosamente en el hamman; pienso en cuando yo tenía su edad y en las cosas que me gustaban y me preocupaban, y entonces me entra una gran rabia al ver lo que estamos permitiendo. Las estamos condenando por el hecho de haber nacido en el lugar en el que nacieron, es terrible e incomprensible”.