No puedo evitarlo, me resulta gracioso que a estas alturas de la vida, después de los meses transcurridos con esta situación tan extraña de confinamientos, cierres perimetrales, mascarillas, restricciones concretas y botellones “revolucionarios”, todavía prosiga el debate entre negacionistas y colaboracionistas. A día de hoy, mis limitaciones mentales no han conseguido descifrar donde empieza y acaba el negacionismo o el colaboracionismo en lo relativo al tema covid y, la verdad, me siento insignificante, totalmente desbordado, frente a la irrupción de la epidemiología y la virología como nuevas cátedras populares.
Una de mis inquietudes, mes a mes, ha consistido en no perder la esperanza, ante el escenario distópico que hemos vivido por momentos, de que se entendiese de una vez quién genera la riqueza, quién la disfruta, quién no genera una mierda y cuáles son las actividades esenciales para optar a una vida digna. Por este motivo, ahora mismo, a mí no me importa si niegas, si colaboras, si te has vacunado, si no lo has hecho, si un Unicornio o una Farmacéutica son tus nuevos dioses... no, de verdad, no me importa.
Me interesa más, de entrada, saber si ha sido entendido el vínculo entre generación de riqueza y vida digna, todo ello enfocado desde una perspectiva social. Me interesa conocer si ha germinado la conciencia destinada a discernir lo que es esencial para vivir sin agobios y lo que te hacen creer que es. Me interesa advertir en todos esos aplausos dirigidos al personal que trabaja en el sector sanitario un compromiso para construir y defender una Sanidad Pública de calidad. Me interesa que se entienda cómo sobre todos esos conceptos entremezclados que nos han acompañado durante los meses de medidas anticovid sobrevolaba, nada más y nada menos, la Lucha de Clases.
Suelo decir que soy un tipo muy contaminado refiriéndome siempre a mi forma de entender el sentido político que me rodea. El eje, el epicentro, para mí es la Lucha de Clases y es lo que da sentido a mi visión política. Hablo de mí, de mis reflexiones políticas, asumidas por un individuo, yo, que no vende verdades absolutas y menos siendo un sujeto sumamente imperfecto.
Escucho múltiples tonterías a lo largo de los días, de ahí que me resulte complejo escoger con cuáles me quedo a la hora de escribir sobre ellas, además de decidir si tengo tiempo y ganas de redactar algún texto sobre semejantes majaderías.
Sí, me apetece. He seleccionado un par de ellas de finales de septiembre, inconexas entre sí, en principio, ya que han sido noticia en escenarios diferentes. Ahora bien, he de reconocer que existe un nexo de unión en ambas noticias, más bien declaraciones, en el sentido de la clase social a la que pertenecen ambos imbéciles y la diana hacia la que disparan sus palabras.
Isabel Díaz Ayuso, creo que no hacen falta presentaciones, se dirige a una de sus oponentes políticas durante la celebración de una sesión de control de la Asamblea de Madrid, en el debate sobre un proyecto asignado a un músico, con las siguientes palabras: “ (…) Es uno de los mejores músicos de este país y cuando tenía 25 años ya triplicaba el patrimonio que usted nunca va a conseguir. (…)”. Son palabras que escuecen a la par que clarifican los valores de quien las expresa. No ve seres humanos, ve patrimonio. Su mediocridad no puede entrar a valorar lo humano y su admiración gira hacia lo material porque esa es su vara de medir a las personas. Dicho de otra forma: tiene muy claro la clase social a la que pertenece y a la que siempre va a beneficiar.
Eduardo Zubiaurre, presidente de Confebask, en relación a la conflictividad laboral ha señalado: “ (…) "La pandemia y la crisis ha provocado una necesidad de adaptación de muchas empresas en dificultades y eso ha generado una oposición radical. Es curioso que una misma empresa no haya tenido problemas para hacer esa adaptación en sus factorías de fuera y aquí no sea posible. Es la prueba de que nos falta madurez. Esta sociedad no ha superado del todo algunas cuestiones, como la radicalidad que vivimos con ETA, y se han creado comportamientos colectivos que no ayudan en nada. (...)”. Al margen de una nueva exhibición del comodín de ETA, que lo mismo vale para un roto que para un descosido, en este caso no puedo más que reconocer la elegancia del representante de los explotadores vascos a la hora de expresarse. Cierto, queda más amable hablar de “la necesidad de adaptación de muchas empresas”, incluso desprende una sensación de esfuerzo y sacrificio, en lugar de señalar abiertamente que se trata de forzar a que los trabajadores asumamos con resignación la precariedad y el desempleo como algo inevitable. No ve seres humanos, ve marionetas productivas. Dicho de otra forma: tiene muy claro la clase social a la que pertenece y a la que siempre va a beneficiar.
Díaz Ayuso, quizá más basta; Zubiaurre, como más refinado; pero los dos en su nicho social. Son conocedores de cuál es su lugar y a qué clase social pertenecen. Me da lo mismo una imbécil basta que un imbécil refinado a efectos de agradecerles que sus palabras me reafirman en mi convicción de que mi espacio no es el suyo. Simple y llanamente somos enemigos de Clase.