Cuando yo era pequeña, el futuro del año 2000 (en el que yo tendría nada menos que 31 años) lo veía lleno de coches voladores, pastillitas que sustituían las alubias, casas megainteligentes, llenas de robots y mujeres y hombres vestidos todxs con esos buzos de neopreno blanco ajustados y que sobre todo unificaban los cuerpos. En mi mente de niña, no existía al menos conscientemente , ninguna voluntad de igualar a hombres y mujeres; pero ahora que lo pienso, quizás sí que lo era.
Llegamos al año 2000 y casi nada de lo que yo había imaginado sucedió; nada de pastillas para comer (por suerte), nada de coches voladores, nada de bucitos blancos…aunque la inteligencia artificial sí ha superado con creces mis expectativas; nunca mi dislocada imaginación pudo visualizar lo que serían las pantallas en nuestro día a día de este siglo XXI. Y así como que no quiere la cosa, llegamos hasta el 2022; tampoco mi dislocada imaginación pudo nunca prever (y no voy a ahondar en ello) lo que hemos vivido estos dos últimos años; lo que provocó aquella, ya lejana e innecesaria, manifestación del 8M. Aunque lo de los bucitos blancos no haya prosperado (supongo que las industrias textiles no pueden permitirlo), las mujeres y los hombres ya somos iguales, no hay que ser tan extremosas ni tan pesadas si un presidente de un país tercermundista niega el saludo a una mandataria; ya aprenderá… en fin.
Obviamente, y dejando a un lado la ironía, el 8M sigue siendo tan necesario como el 25N, y quien diga lo contrario, no está en este mundo. En lo que llevamos de año, que es poco más de dos meses, y sin haberlo buscado; podría fingir que he estado haciendo un profundo trabajo de campo pero mentiría; me he encontrado con varias situaciones bastante impactantes por no decir otra cosa. Empecé el año haciendo un taller de pintxos, todas las tardes durante dos semanas, éramos doce personas, tres hombres y nueve mujeres; cada tarde hacíamos varios pintxos que luego nos comíamos y obviamente nosotrxs limpiábamos la cocina antes de irnos. Tras varios días, observo que uno de mis compañeros no hacía absolutamente nada que no fuera comer; creo que la profesora es la que debe decirle algo pero como no lo hace y yo tengo el defecto de la incontinencia, al quinto día le increpo y le digo –¡joder macho! Deja de mandar y hazlo tú- , a lo que me responde que gracias por lo de macho, pero que a mí no me lo va a demostrar. Ante esta repugnante respuesta, poco queda que añadir.
Trabajo en un comedor escolar, con niñxs de entre 6 y 16 años; yo no soy profesora, pero tengo sentido común y creo que es muy importante todo lo que se les dice y como se les dice porque son esponjas, porque lo veo a diario y porque tengo memoria de cuando yo era una esponja. Hace unas semanas dos niñas de 9 años estaban hablando entre ellas y una le pregunta a la otra -¿tu crees que seré una buena madre?- a lo que la otra responde –sí, si dejas de gritar tanto-. Es una conversación inofensiva que puede hasta resultar graciosa, pero a mí me chirría como tantísimas pequeñas cosas inofensivas en sí mismas, pero letales en bloque. No me puedo imaginar esta misma conversación entre dos niños de la misma edad; no es una conversación de niñxs. ¿Que escuchan estas niñas para preocuparse por eso con 9 años?
Pocos días después, una persona que trabaja en ese mismo colegio, un sujeto educativo al fin y al cabo como todas las personas que trabajamos con niñxs, le dice a una niña de 11 años por algo que había hecho mal en el comedor (entiéndase no tirar una servilleta a la basura, por ejemplo) –como sigas así, no te vas a echar novio en la vida-. Yo oigo eso y me saltan alarmas, se me ponen los pelos de punta y me dan escalofríos; pero la vida sigue y no pasa nada. Eso ya está dicho, esa semillita ya queda incrustada en el inconsciente de esa niña que junto con otras semillitas igual de pequeñas e igual de dañinas, crecerán hasta convertirse en una maraña boscosa e infecta, pero casi imperceptible y que harán que esa niña haga o deje de hacer cosas en base a la creencia de si eso será o no aceptado por un futurible novio.
Y esta misma semana, una de mis compañeras de trabajo; que llevaba un vestido verde ajustado y con una gran raja en la pierna, al salir de trabajar coge una lanzadera para ir hasta su casa. Al parecer el conductor de esa lanzadera es siempre el mismo a esa hora y ella le tiene de amigo en Facebook , ( hablo de personas de más de 40 años) por lo que entiendo que son simplemente conocidos, ya que no tiene su teléfono. Al día siguiente, ella me cuenta entre ruborizada y orgullosa, que el tipo le ha mandado un mensaje privado por Facebook en el que le pone – si estás así de verde, me encantaría verte cuando madures-. Según me lo lee, a mí solo me sale decir - ¡que asco!-. Ese comentario me puede parecer gracioso si me lo dice alguien que me quiere porque sé que me lo dice para hacerme sentir bien; pero si eso mismo me lo dice alguien que solo me distingue, sé que está expresando su instinto de machito y me da asco. Esto quizás solo me pase a mí, no lo sé…
Así las cosas, este 2022 se presenta emocionante. Empecemos a multiplicar pequeñas anécdotas de este tipo por mujeres que habitamos el planeta, no hay ceros en mi calculadora mental; pero sobre todo lo que no hay es paciencia ni ganas de seguir aguantando este tipo de actitudes, de seguir intentando educar a hombres que deberían estar ya educados, de seguir temiendo por el futuro de millones de niñas, y de seguir escuchando a muchos cretinos y por desgracia cretinas diciendo que el 8M no es necesario.