10/07/2023

El horror que no cesa

Escrito por H. V. Alonso

Escrito por H. V. Alonso

Isabel vive en Bilbao. Es negra y pobre. Tiene 15 años; acaba de terminar 3º de la ESO. Vive en un piso con su abuela materna, su madre y sus dos hermanos pequeños. No es buena estudiante; está desmotivada, le cuesta muchísimo el euskera, y su carácter arrogante no le permite, en muchas ocasiones, pedir ayuda. No se relaciona con mucha gente y es bastante introvertida. Habla castellano perfectamente ya que su familia es oriunda de Guinea Ecuatorial.

 

Tres años atrás, justo cuando había terminado la educación primaria, su familia le dio la sorpresa de su vida; tras 8 años sin haber visto a su familia, iban a viajar a Guinea, iban, por fin, a poder abrazar a sus seres queridos. El viaje iba a ser muy costoso, pero merecía la pena. Su madre estaba muy emocionada, y el resto de la familia, incluida Isabel, se dejó contagiar.

 

Y llegó el día. Maletas, dos transbordos, horas muertas en los aeropuertos, largas colas para mostrar los pasaportes, aburrimiento, estar tanto tiempo ahí sentada en ese espacio tan reducido… Pero todo fue sobrellevado con mucho ánimo y con la emoción del tan esperado reencuentro. El aterrizaje en las pistas del aeropuerto de Bata fue perfecto, y el recibimiento de la familia en su pueblo, de lo más cálido.

 

Isabel pasó sus seis primeros días allí como en una nube. Apenas recordaba a algunas de aquellas personas con las que ahora estaba compartiendo la vida; comidas, sobremesas, paseos, anécdotas… Sin embargo, no se sentía ajena a ellas, todo era perfecto. El séptimo día su familia había preparado una fiesta para celebrar la reunión, y le anticiparon que para ella había reservada una sorpresa muy especial. Le picaba la curiosidad, pero como no parecía que nadie estuviese dispuesto a hablar, dejó de hacer preguntas.

 

Las mujeres de la familia prepararon un gran banquete, y hubo risas y bailes, y disfrutó mucho, porque allí con su gente, todo se sentía diferente. En un momento de la celebración sus dos abuelas y una de sus tías, se llevaron a Isabel de la mano hasta una casa vecina no muy lejos de donde se encontraban. Su madre la vio marchar con semblante serio. Lo que allí sucedió fue lo más doloroso y traumático que podía imaginar, una auténtica pesadilla. Nunca jamás pensó que algo tan horrible podría sucederle a ella. Sabía de su existencia, sabía que a su madre se lo habían hecho, y a su abuela, y a sus primas… Pero siempre había pensado que a ella ya no le pasaría, porque ahora vivía en otro sitio, en un lugar donde ese tipo de cosas no ocurren, donde estaba segura, además su madre nunca hablaba de eso, ¿cómo era posible? Su cabeza fue incapaz de gestionar tanto sufrimiento, tanta crueldad. Volvió rota. A todos los niveles. De hecho, la niña que regresó a Bilbao no fue la misma que se marchó. La niña que era y la mujer que podría haber llegado a ser murieron aquel día en la casa de la vecina.

 

La mutilación genital femenina es una abominación que se sigue practicando en muchos lugares del planeta, aunque principalmente se da en África. Se calcula que el número de mujeres que serán mutiladas en 2030 será de 4,5 millones. Existen cuatro tipos.

Tipo I, también denominado clitoridectomía: Resección (extirpación) parcial o total del clítoris y/o el prepucio.

Tipo II, también denominado escisión: Resección parcial o total del clítoris y los labios menores, con o sin escisión de los labios mayores. La cantidad de tejido que se extirpa varía en gran medida dependiendo de la comunidad.

Tipo III, también denominado infibulación: Estrechamiento de la abertura vaginal y creación de un sello que la cubre. El sello se forma al cortar y recolocar los labios menores y/o los labios mayores. Puede realizarse con o sin resección del clítoris.

Tipo IV: Todos los demás procedimientos lesivos de los genitales femeninos con fines no médicos, por ejemplo: la perforación, la incisión, el raspado o la cauterización.

 

La infibulación es un tipo de mutilación de los genitales femeninos. Consiste en el estrechamiento de la abertura vaginal mediante sutura, en donde los labios son cortados y recolocados, dejando solo una pequeña abertura para la emisión de orina y otra para la descarga de la sangre menstrual. Como muy bien explica la UNFPA (United Narions Population Fund) “la infibulación crea una barrera física para el coito y el parto. Por tanto, una mujer que se ha sometido a este procedimiento tiene que sufrir una dilatación gradual de la abertura vaginal antes de tener una relación sexual. A menudo, el marido o un practicante de circuncisiones realiza un corte a la mujer infibulada en su noche de bodas para permitir que el marido intime con ella. Durante el parto, también tienen que practicar un corte a muchas mujeres porque la abertura vaginal es demasiado pequeña para que pase el bebé. La infibulación también está relacionada con trastornos menstruales y urinarios, infecciones recurrentes de la vejiga y del tracto urinario, fístulas e infertilidad”.

 

Las funestas consecuencias tanto físicas como emocionales que está práctica lleva consigo son de tal magnitud que nos sobrecoge pensar que esto siga sucediendo hoy en día; las hemorragias y las infecciones pueden ser tan graves que lleguen a causar la muerte, pero las que sobreviven se enfrentan a una vida llena de problemas físicos que tendrán que soportar durante toda su vida. Las secuelas a largo plazo incluyen anemia, formación de quistes y abscesos, formación de tejido queloide, daño a la uretra que produce incontinencia urinaria, dispareunia (coito doloroso), disfunción sexual, hipersensibilidad de la zona genital, mayor riego de transmisión del VIH, complicaciones durante el parto y efectos psicológicos La infibulación puede dar lugar a la formación de un exceso de tejido cicatricial, dificultad para orinar, desórdenes menstruales, vejiga recurrente e infección del tracto urinario, fístulas y esterilidad. Puede producirse una obstrucción vaginal casi completa que da como resultado una acumulación del flujo menstrual en la vejiga y en el útero. De la perversidad de borrar de un plumazo el placer sexual de las mujeres no voy ni a hablar, aunque sepamos que ahí se encuentra la raíz de todo este horror.

 

Aunque muchos de los países donde se realiza la MGF han declarado esta práctica ilegal, la realidad es que se sigue realizando, a veces de manera clandestina, mientras las autoridades miran hacia otro lado. La condenada tradición, el machismo más exacerbado, el total desprecio por la mujer, las depravadas supercherías milenarias y la aceptación por parte de una sociedad cómplice conforman el cóctel mortal donde la inhumanidad y la sinrazón se materializan.