Cuando me propusieron escribir los artículos de opinión, la verdad es que pensé, ¿por qué no?
Da igual el tema, algo que me interese, que me preocupe que tengas ganas de comentar y que quizás pueda aportar algo, pero he de reconocer que se me hace muy difícil centrarme y decidirme, elegir algo en lo que enfocar mi atención, porque son tantas cosas…¿sobre que me gustaría opinar? Busco el momento para poder sentarme y escribir unas pocas líneas que puedan interesar.
Pensé que seria mas fácil para mi, pero hoy en día parece que todo el mundo opina de todo tan alegremente…no hace falta más que poner la tele unos segundos para encontrarte a opinadores profesionales al parecer expertos en todo y nada a la vez, hoy de Afganistán mañana de Cataluña y al día siguiente son también expertos vulcanólogos.
Me sonroja y abruma la facilidad de algunos para opinar sobre cualquier tema y aquí estoy yo sintiendo la presión, sentada frente al ordenador intentando ordenar mis pensamientos e intentando ser responsable de lo que escribo y puedo opinar, pero como eso es a lo que me he comprometido pues humildemente ahí va.
Hoy quiero comentar acerca de algo que llevo mucho tiempo dándole vueltas, y que me entristece y me indigna a la vez, que es la desconfianza instalada cada vez más los unos en los otros, partimos siempre desde la desconfianza ,en las relaciones personales, en los negocios o en los acuerdos,(se nota, se siente en el ambiente)
Dónde quedó la manera de relacionarnos basada en el compromiso personal, en la responsabilidad, en el bien común, en el beneficio mutuo y en hacer tratos justos buscando el beneficio mutuo y no solo el de uno mismo a costa de la necesidad de la otra parte.
Donde la firma de los contratos se basaba en un apretón de manos y se confiaba en la palabra dada,o por ejemplo donde si alguien buscaba trabajo y sabía de la necesidad del vecino le facilitaba y mediaba para que pudiera acceder a el a través del boca a boca y de la ayuda mutua, o esa confianza en la tienda de tu barrio donde te fiaban sabiendo que cuando pudieses lo pagarías.
Lo que nuestras abuelas y abuelos practicaban de forma natural se ha perdido, ya no tratamos entre nosotras directamente, los intermediarios se han apoderado de todo deshumanizandonos y obligándonos a tratar con máquinas, reduciéndonos a simples números y algoritmos dejando de lado las circunstancias personales y la humanidad en el rato.
Hoy en día necesitamos intermediarios para todo. para alquilar un piso la inmobiliaria, para encontrar trabajo las ETTs, para comprar, amazon, para unas vacaciones, airbnb y así con todo.
Ahora todo el mundo quiere garantías, por ejemplo para alquilar un piso, que odisea...ingresos demostrables, nómina, contrato fijo, solvencia, aval, seguro de impago por si acaso, porque ya se sabe... los que alquilan a la primera oportunidad solo quieren okupar, meterse en un piso y dejar de pagar, o simplemente destrozarlo por gusto…
Y claro, la cosa ya se pone mas chunga si cabe, si por un casual te llamas Fátima o Mohamed…por ejemplo.
Tenemos tan interiorizada la lógica del Capital que nuestras relaciones se enmarcan dentro de ese marco mental y hasta que no cambiemos esos conceptos poco o nada podremos avanzar hacia un mundo más justo e igualitario.
Dejemos ya de relacionarnos entre nosotras a través de intermediarios, mirémonos a los ojos y confiemos un poco más los unos en los otros.
Empecemos a comprender que en un negocio ya sea grande o el acuerdo más pequeño no lo podemos valorar solo en base al dinero, al beneficio económico, sino en el beneficio común, en lo que aporta a las dos partes en otros sentidos, bienestar, tranquilidad, el saber que el trato al que se ha llegado es bueno y justo para las partes implicadas y que las personas están comprometidas a cumplir por el bien del conjunto y que nadie se quede en el camino sea parte de ese beneficio y que así se valore y se tenga en cuenta.
Se habla de que la pobreza es invisible y que no la vemos pero no creo que sea así, es bien visible,solo que no nos paramos a mirar, solo hace falta darse una vuelta por la gran vía y ver la cantidad de personas en situación de calle, pero como vamos tan atropelladas ni les miramos, pasamos por su lado como si nada porque queremos entrar al primark a comprarnos unos trapos con los 10 eurillos que con suerte nos han sobrado después de sobrevivir otro mes.
Nos hemos vuelto unos “maleducados con prisas” el ser amables, el dar las gracias el pedir por favor, el sonreír a una persona o darle conversación a alguien que solo necesita hablar es la excepción, cuando debería ser la regla, en esta sociedad tan hostil ser amable es un acto de revolución.
En resumen, que parece que hasta que la injusticia no nos toca personalmente no somos conscientes de su existencia, para poder recuperar un poco la humanidad perdida deberíamos concienciarnos de que no solo debe luchar contra la pobreza y la injusticia quien la padece, también el que la comprende, y tener claro que el que la padece no es el culpable de la situación y apuntar y señalar a los verdaderos causantes debería ser el primer paso.
Confiemos pues en ello.