24/03/2014

Consideraciones en relación a Iñaki Azkuna

Escrito por Enrique Hoz

Pues sí, a mí la muerte de Azkuna me la suda. Por decirlo así ya hay quien me ha tachado de insensible, incluso han interpretado que me alegro. Que me la sude no significa que me alegre, simplemente adopto la misma actitud, la indiferencia, que he tenido hacia él mientras vivía. Su vida me la sudaba, de ahí que me la sude también su muerte.

Mi vinculación con él se limitaba a conocerle por su actividad política, como si fuese una máquina programada que retiran cuando ya no sirve o deja de funcionar. Además, reivindico mi derecho a determinar la escala de prioridades por la que me rijo a la hora de decidir qué muertes me la sudan y cuáles no. Tú tienes tu escala y yo la mía, que no tiene que coincidir con la que tratan de imponerme a través de los medios de comunicación. Para ilustrar estas palabras con un ejemplo, recuerdo que tres días antes del fallecimiento de Azkuna una mujer era asesinada en Mungia por su ex novio. Ese triste suceso tiene cabida en mi escala de prioridades, pero lo de Azkuna ni siquiera lo contemplo.

Pero dado el aluvión de tonterías que estoy escuchando y leyendo elogiando a este individuo, he sentido un irrefrenable impulso por escribir.

MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Era evidente que a raíz de la muerte de Azkuna iba a leer, tanto en prensa como en las redes sociales, algunas perlas periodísticas del calibre de “la ciudad de Bilbao llora a su alcalde” o “cada ladrillo de Bilbao lleva su nombre”. Son estupideces, muy respetables, pero no dejan de ser estupideces que entran dentro del debate político y la apreciación personal. Son frases/majaderías que desdibujan totalmente la realidad. Quizá he tenido la mala suerte de no estar en el lugar y momento apropiados, pero la verdad es que yo no he visto a toda la población llorando desconsoladamente en las calles. Ya sé que los medios de comunicación que ejercen de lameculos de lo políticamente correcto se vienen enseguida arriba y las dosis de sensacionalismo calan fácilmente, pero prefiero aclarar esto por si alguien ajeno a esta zona geográfica se cree que todos llevamos unos días sumidos en el más profundo dolor, revolviéndonos entre clínex.

SU MAYORÍA ABSOLUTA
Hablar de la mayoría absoluta de Azkuna/PNV en el ayuntamiento de Bilbao para sostener que la mayoría de bilbaínos le hemos votado posiblemente sea una de las mentiras más gordas sobre la que se ha sostenido el “mito” de Azkuna. Quiero aclarar que al utilizar el término “bilbaínos” me refiero a todas las personas que formamos parte del Censo Electoral de cara a unas elecciones.

“Iñaki Azkuna es el alcalde y junto con su equipo gozan de una mayoría absoluta porque así lo han decidido los bilbaínos”. Este viene a ser el concepto que se ha vendido desde las elecciones municipales de 2011 y que pesa como una losa en un gran sector de la población que asume vivir en democracia por el hecho de ser convocado borreguilmente a las urnas cada cuatro años para depositar un voto secreto, sin más.

Voy a los números para desmontar la patraña de la mayoría absoluta de Azkuna.

En las Elecciones Municipales de 2011, en Bilbao se contabilizaron 169.960 votos -el 61,14% del Censo Electoral (CE)- y la abstención fue de 108.039, el 38,86% del CE.

PNV obtuvo 74.302 votos y se le asignaron 15 concejales sobre 29.

PP, 29.046 votos, 6/29.

BILDU, 23.933 votos, 4/29.

PSE-EE, 22.680 votos, 4/29.

Como se puede apreciar, la opción ganadora es la abstención, no el PNV. Habrá quien sostenga que la abstención no es homogénea, que ahí tenemos cabida gente de muy diferente pelaje, incluso de polos opuestos... y es verdad. Pero no es menos cierto que todos los que votan al PNV o a otro partido tampoco lo hacen por el mismo motivo. La homogeneidad en el voto o en la abstención sería otro debate que ahí queda, para otra ocasión.

Vuelvo a donde estaba. Gana la abstención y en segundo lugar se encuentra el PNV con Azkuna a la cabeza, obteniendo 74.302 votos, que supone el 26,72% del CE. A partir de aquí se produce la magia de la farsa electoral que transforma mediante la Ley D'Hont un 26,72% de votos en las urnas, en un 51,72% de representatividad en el ayuntamiento, 15 concejales sobre un total de 29.

Azkuna/PNV consiguió una mayoría absoluta con un poco más de la cuarta parte de los votos del CE. A la vista de estos números, no hay lugar a dudas: resulta bastante complicado sostener que la mayoría de bilbaínos ha querido que Azkuna sea su alcalde. Sin embargo, se insiste en sostener tal falsedad y hay que tener la cara muy dura para seguir defendiéndolo. Pero es lo que tiene el Poder, que hace ver mayorías donde no las hay y aceptarlas a los que participan en ese circo.

UN PLANO MÁS PERSONAL
Azkuna representa, a mi entender, lo que es el prototipo actual de cargo del PNV: discurso nacionalista vasco hasta que el nacionalismo español toca el silbato y, entonces, el cargo del PNV se pone firme. Lo resumo de otra manera, con una frase que no recuerdo cómo llegó a mi conocimiento: para conseguir la Independencia el nacionalismo vasco necesita del PNV, pero con el PNV es imposible.

Por supuesto que en el PNV, como en cualquier otra formación, existen diferentes tendencias. Azkuna podría encajar en la tendencia más españolista que en algunos sectores del PNV podría irritar, pero había que aguantarlo ya que su “carisma” le hacía garante para el PNV de una renta fija de votos. Salvando las distancias y con miles de matices diferenciables, me recuerda al ex alcalde de Donosti, Odón Elorza, del PSE-EE, que durante años ocupó la alcaldía de esa ciudad, con su “carisma” todo hay que decirlo, y que ciertas apreciaciones suyas, voy a definirlas como vasquistas, no eran bien acogidas por el sector más españolista del PSE-EE.

La verdad es que Azkuna tuvo habilidad para ganarse a los medios de comunicación, mostrándose muy cercano, campechano (eso vende mucho), disimulando la soberbia y prepotencia de la que hacía gala en otras facetas más ocultas y que en ocasiones le llevaban a soltar polémicas perlas populistas.

Se le ha tachado del artífice de la regeneración urbanística de Bilbao. Qué ingenuidad. El cambio visual en Bilbao no lo decide este señor, ni los bilbaínos. No surge de la nada, ni de la noche a la mañana, ni en beneficio de sus ciudadanos. Tales decisiones, que vienen de arriba, de muy arriba, son anteriores a la irrupción de Azkuna en el ayuntamiento. Todo fue un proceso estudiado de degradación, de reconversión industrial precarizando el sector, de planes urbanísticos promovidos por entidades pseudoinstitucionales, de construcciones espectaculares, todo ello marchando a la par de la precarización del empleo, de la subsistencia de una parte de la población, de la salvaje especulación inmobiliaria, de la degradación y disolución de diferentes movimientos sociales anulando su repercusión y aceptando la caridad institucional. A Azkuna le ha tocado estar ahí como le podía haber tocado a otro.

Ya voy acabando. Aunque esto último que voy a escribir entra dentro de la valoración que cada uno tenemos de la dignidad, voy a exponer cómo lo veo. Sí, voy a hablar de dignidad, de lo que para mí significa en este caso concreto.

Desde hace varios meses (último tercio de 2013), tras una de las estancias de Azkuna ingresado en el hospital, su imagen física estaba notablemente deteriorada. Cuando vas acumulando años, aprendes, más o menos, fruto de ver morir a personas afectivamente cercanas, cuándo el aspecto físico delata que alguien está a las puertas de la muerte.

Al ver la imagen de Azkuna con esa delgadez y llevado casi permanentemente en silla de ruedas, comenté con bastantes amigos que no llegaba a la primavera. Como militante de la CNT, como persona de ideal anarquista, rechazo el Poder y soy consciente de que todos aquellos que pelean por obtenerlo se atontan, y si lo obtienen es como una droga, se enganchan de tal manera que hacen lo posible para no perder la poltrona.

Mi concepto de la dignidad, concepto personal y muy discutible, no entiende cómo una persona que sabe que no le queda mucho, que lo sabemos todos, se pasea durante semanas en silla de ruedas por todos los actos públicos habidos y por haber, ayudándole a incorporarse, manteniéndose en ocasiones de pie con una fragilidad que daba la sensación de que una corriente de aire podía derribarle... es patético. Me causa vergüenza ver esa utilización lastimera suya y de su entorno político, que ha hecho gala de un cinismo pesebrero incluso cuando le preguntaban -periodistas lameculos- si se presentaría a la reelección, contemplando él tal posibilidad. Insisto, patético él y patético su partido.

Has cumplido una función política, el ciclo de tu vida está en su punto final, deja el cargo y pasa lo poco que te queda tranquilo, fuera del ruedo político por el que te están paseando como un muerto viviente. No ha sido así, es lo que tiene el Poder.

Este lunes, funeral en la Catedral De Santiago. Han anunciado que viene el Príncipe. Día en el que se repetirán hasta la saciedad todos los elogios para quien, en definitiva, no era más que otro títere de escala inferior, pero que se lo supo montar muy bien.

Resumiendo, Azkuna, como cualquiera que mantenemos una actividad política pública, despertaba simpatías y antipatías. Las simpatías, cuando se es políticamente correcto, se fabrican y se venden. Otra modalidad del pan y circo para el Pueblo.

Lo dicho, por si no ha quedado claro: el fallecimiento de Azkuna me la suda.