30/12/2020

Yo, con los curas

Escrito por Fernando García Regidor

Sucede periódicamente. En una aldea de Galicia, el párroco se niega a administrar el sacramento de la comunión a un niño porque su madre está divorciada y para más INRI, vive amancebada con un señor, sin el pertinente permiso del Señor. Poco después, un curita con cara de buen tipo se declara abiertamente homosexual y se enfada mucho porque la Santa Madre Iglesia lo echa a patadas de su seno al no aceptar que viva de manera pública su amor con el hombre de su vida, que por cierto, es un encanto.

Cada vez que aparecen estas noticias, la progresía se indigna muchísimo y empieza con la turra de que la iglesia tiene que modernizarse, democratizarse, adaptarse a los nuevos tiempos... etc. Y es en ese momento, cuando yo, en aparente actitud contra natura, me pongo del lado de la Iglesia.

Imaginemos que un negro de Alabama tratara de afiliarse al Ku Klux Klan. Sus miembros -como poco- le cerrarían el paso. Como mucho, le cerrarían un lazo en el pescuezo y lo pondrían de adorno en un arbolito.

Imaginemos que alguien viniera con el discurso de que el Klan es muy racistón y tiene que abrirse a la sociedad, modernizarse, democratizarse y aceptar a los negros como iguales. Pues no toca. Si eres negro, no pintas nada en el Klan, que en sus principios fundacionales deja claro que no eres más que un simio, apto solamente para la recogida del algodón y para bailar claqué.

Lo mismo pasa con la Iglesia, si no te gustan las normas del club, te piras del club, pero si te quedas, apechugas: nada de divorcios, ni sexualidades invertidas, ni igualdad de género, ni onanismo, ni sexo extramatrimonial, ni anticonceptivos, ni aborto... Y eso sí: mucha misa, obediencia, penitencia, vigilia y confesión, que al Señor Cura le interesan mucho tus secretillos.

La diferencia es, que mientras el Klan toma decisiones humanas y por tanto, revisables y discutibles, la Iglesia dicta y actúa a las órdenes directas de Dios, que susurra en el oído de sus ministros cómo debemos organizar nuestras vidas terrenales. ¿Que no te lo crees? Pues aire. Que a Dios no se le replica. Así de fácil.

A la Iglesia le pasa un poco como a la monarquía: que la única forma de modernizarla es mediante su eliminación. Algo que se ve lejano, por culpa -sobre todo- de las irresponsables inercias familiares.

Se siguen bautizando criaturas "por no darle un disgusto a la abuela". Como si fuera lo mismo ponerle al crío esa horripilante chaquetita de angora llena de lacitos que afiliarle a una secta peligrosa.

"La niña hace la comunión porque quiere ella". Interesante argumento. Ya veremos qué pasa cuando quiera un poni. Y así todo, bodorrio con altar y vestido blanco después de hartarse de fornicar -y no arrepentirse en absoluto-, y finalmente, funeral con responso, agua bendita y muñequito atornillado en la tapa del cajón.

He visto meter en iglesias féretros de viejos militantes anarquistas que de resucitar en ese momento y verse en esa tesitura, habrían hecho steak tartar a bayonetazos con el tipo de las faldas y algún que otro familiar. Ya se sabe, hay que respetar los deseos de la famila. Al muerto, que le den.

El problema es que ninguno de estos actos es inocuo. No es inocuo cuando das cobertura a una organización con el historial de la Iglesia Católica. No hace falta echar mano de la inquisición o la conquista de América. Su ferviente apoyo -bien reciente- a dictaduras tan criminales como la española o las sudamericanas, su participación en tramas organizadas para el secuestro de bebés, los incontables casos de abusos sexuales a menores, el robo sistemático del patrimonio público con las famosas inmatriculaciones, el tráfico de obras de arte... No me voy a extender más -que podría-, pero cualquier organización con tantos miembros implicados en estas actividades estaría ilegalizada hace años y con sus principales dirigentes en la cárcel.

Pero seguimos dándoles legitimidad y oxígeno con estas inercias que no son otra cosa que insensata cobardía.

Me horroriza especialmente ver a parejas jóvenes que escolarizan a sus vástagos en colegios religiosos concertados. A mí me tocó pasar por uno. En Deusto. Allí los malos tratos físicos y psicológicos eran algo cotidiano, y los abusos sexuales, ocasionales. El cura de turno lo mismo te hacía formar en el patio y te pasaba revista como si fuera un mariscal de campo, que te sobaba la espalda por debajo de la camiseta, que pasaba a mayores en la intimidad de su despacho o molía a patadas a un niño de ocho años, que hecho un ovillo en el suelo pagaba caro haber olvidado traer un cuaderno a clase por tercera vez. Capítulo aparte merecerían las cantidades industriales de basura intelectual que nos metieron a presión en la cabeza.

"Eran otros tiempos", dirán algunos. Bueno, creo que es lo mismo que decían nuestros incautos padres: "estamos en los ochenta, la Iglesia ya no es como la de la posguerra".

Personas supuestamente buenas y bienintencionadas dejando a sus hijos en manos de una secta infestada de maltratadores y violadores de niños. Tranquilidad, en el revólver sólo hay una bala, en un tambor con seis recámaras. Igual no te toca. Apasionante juego.

Me han dicho alguna vez que soy un resentido. No lo discuto, puede ser. Lo que pasa es que a eso que algunos llaman de manera despectiva "resentimiento", yo lo llamo "memoria".

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