Para hablar de ti, para hablar contigo, Bilbao, hay que enterrar la añoranza, la nostalgia, la saudade, mirarte a los ojos, e intentar describir, y no es fácil, cada uno de los sentimientos que evocas, aquí, ahora, caminándote, pero también lejos, ¡cuánto Bilbao en la memoria! escribió Blas de Otero, muy alejado de la blanda égloga unamuniana, más lúcido y acorde con tu rostro desapacible de interminable tarde de domingo bajo la lluvia, inhóspita ciudad donde la grúas del puerto escarbando en las entrañas de los barcos acostados, los pocos que iban quedando en mi infancia, trazaban un perfil prehistórico y mineral.
Recuerdo sin nostalgia tu viejo Campo Volantín, que la inundación del 83 barrería completamente, con el firme reventado por los chopos y castaños, la ría a un lado y los chalets y palacetes salpicando el otro, como el del Consulado de Bilbao, institución anciana a la que el derecho marítimo internacional debe tanto, y que recuerda la importancia de tu puerto abierto a todos los océanos, con sus casas de contratación en Brujas, Amberes y otras ciudades del norte de la inalcanzable Europa.
En algún sitio leí que el nombre de Huertas de la Villa, calle muy ligada a mi vida, traía su origen de las huertas arrendadas por el consistorio a la anteiglesia de Begoña, y que sirvieron en su tiempo de “enterrorio de cadáveres de la tropa francesa” trasladados allí hacia 1810. Y más directamente, por testimonio familiar, sé que en el espacio hoy ocupado por la calle Fontecha y Salazar, que enlaza Castaños con el Campo de Volantín, se alzaba un caserío de varias plantas, con un cementerio adosado, y al que la muchachada de la época evitaba acercarse, tan lúgubre era su aspecto…muchos años después el azar me haría nacer, precisamente, en la casa que se edificó sobre sus restos y el cementerio sumergido bajo el firme de Fontecha y Salazar pobló alguno de mis sueños, con la puerta tapiada en la portería, puerta condenada la llamaba la portera, y que daba acceso, según gustaba contarnos, al cementerio sumergido, con su verja oxidada y las cruces todavía en píe…
Bilbao siempre has sido, hasta donde alcanza mi memoria, una ciudad sin gracia, inhóspita, a la que había que hacerse, acomodándose a tu humor cambiante, a la morosidad de tus atardeceres desabridos. Y luego estaba esa febril actividad, ese no parar un instante, vomitando humo y ruido y esa continuidad de fábricas y chimeneas, de inmensos pabellones, más tarde abandonados, con los cristales reventados y los muros cubiertos de grafitis, uno de ellos: “obrero despedido, patrón colgado” lo recuerdo bien, pintado en el muro de una nave industrial, en Lutxana.
Fue tu antipatía y quizá también la necesidad que aquella gente, venida de todas partes, atraída por la soldada y el trabajo, tenía de guarecerse de tus mañanas encharcadas y de las tardes macilentas, oscuras, lo que engendró ese temperamento bilbaíno, forjado en talleres y fábricas, en altos hornos y astilleros o en colegios-cuarteles, para sobrevivir, aclimatarse a tu geografía áspera y apretada, calentarse el alma, que en tu seno todos éramos, sin distinción, extranjeros. Fue ahí, creo, de ese crisol, donde surgiría más tarde el coraje, para oponerse al desmantelamiento, consumado finalmente, de lo que había sido tu corazón industrial y que arrojaría a la calle a centenares de miles…
Hoy, no hay que olvidarlo y no lo olvido al escribir estas líneas, el combate es otro, las trincheras han cambiado y nadie está de más, nadie es demasiado joven o viejo para este nuevo campo de batalla, porque la guerra continúa, con otras armas pero idéntico objetivo: que no nos arrebaten la dignidad…El “skyline” industrial de otro tiempo ha sido borrado, difuminado y aquellas inmensas masas obreras se han disuelto, enmudecidas las sirenas, pero la lucha sigue, incluso es más urgente ahora, en este presente en el que la riqueza se acumula en unas pocas manos, con un control social casi total y de una eficacia nunca antes conocida, un ahora en el que cualquier atisbo de revuelta es metabolizado para convencernos de que vivimos, al fin, en el mejor de los mundos posibles o, parafraseando la vieja consigna eclesiástica “extra ecclesiam nulla salus”…que fuera del sistema no hay salvación.
Pero vuelvo a ti, Bilbao, no te olvido, nunca me lo has permitido, ciudad que nos has hecho y deshecho, presencia nacida de la ausencia, para repetirte, ¿cómo epitafio? “cuánto Bilbao en la memoria, días colegiales, atardeceres grises, lluviosos…”