22/10/2022

Malabarista o payaso

Escrito por Kami Casi

El pasado 2 de octubre se celebraron en Brasil las elecciones presidenciales, además de la renovación de diputadores y senadores en sus respectivas cámaras. Como es sabido, el expresidente Luis Inácio Lula da Silva casi se elige en primera vuelta, superando el 48% de los votos válidos emitidos, mientras que el actual presidente Jair Messias Bolsonaro alcanzó algo más que el 43% de votos. En España 10.208 personas fueron a votar a los consulados brasileños de Madrid y Barcelona, las dos únicas zonas electorales del país. En ambos casos, Lula obtuvo la mayor parte de los votos, aunque con diferencias porcentuales significativas. En Madrid, donde Bolsonaro había obtenido el 60% de los votos en 2018, Lula ahora obtiene el 49%, contra un 35% de votos en Bolsonaro. En Barcelona, en cambio, el actual presidente ha reducido a la mitad un porcentual que ya había sido bajo en 2018. Mientras que hace cuatro años obtuvo el 46% de los votos válidos, este año apenas ha llegado al 20%.

Pero todo eso qué importa, ¿verdad? Como viene sucediendo en casi todos los países del atlántico en las últimas décadas, los políticos profesionales ya no solo se preocupan por distraer al pueblo con pan y circo, sino que se han prestado ellos mismos a ocupar puestos en el circo. Trump, un showman de libro, con sus frases de efecto y su lógica barata ha conseguido elegirse presidente de la mayor potencia económica mundial, cerrando su mandato con el mérito de haber sido el quinto presidente de los Estados Unidos que no consigue reelegirse en los últimos cien años. Bolsonaro quizás consiga ser más memorable por ser el primero en alcanzar tal hazaña en la historia de la reciente democracia brasileña (aunque la posibilidad de reelección en el caso brasileño es relativamente reciente).

Y ya que hablamos de Trump y sus hazañas, y cuando parece que la presidencia de Bolsonaro tendrá un destino similar, pensemos en lo que viene después. Cuando Biden se eligió en 2020, medio mundo celebraba que los estadounidenses y el mundo se libraban de la tosquedad trumpista. Biden representaba, en aquellos momentos, el mal menor. Y, aun así, baste con mirar a Ucrania o Haiti en estos momentos para saber que el "mal menor" está en estos momentos más cerca de "mal" que de "menor". Lula no representa semejante peligro para el mundo. No lo podría, aunque quisiera. Pero no es pequeña la militancia que lamenta la sensación de, una vez más, tener que hacer auténticos malabares para conseguir estar "menos peor". Por poner un ejemplo: quien se presenta como vicepresidente de Lula es Geraldo Alckmin, del partido socialista do Brasil. Tiene en su currículo desde formar parte del Opus Dei hasta engorrosos escándalos de corrupción que incluyen desvío de dinero incluso de comedores escolares. Pertenecientes a partidos políticos distintos, Alckmin fue adversario de Lula en las elecciones presidenciales de 2006 y apoyó el golpe contra Dilma Roussef, la sucesora de Lula, en 2016. Pero su posicionamiento político menos a la derecha que Bolsonaro sirve para canalizar votos y ayudar a elegir la opción menos peor, es decir, aquella que al menos no hace guiños públicos al nazismo.

Al final, esto sí que importa. Es precisamente la amenaza fascista la que ha llevado a los más diversos movimientos sociales a hacer campaña para el Partido de los Trabajadores en Brasil, incluyendo no solo sectores liberales y de centro, sino también aquellos que abiertamente reniegan del sistema representativo como forma de organización social. Porque si te encierran en un circo aun contra tu voluntad, más vale ser malabarista que payaso...

 

Imagen:. "Irmão do Jorel", o "El hermano de Jorel" fue premiada la mejor serie de animación en los premios Quirino (Tenerife, 2019)



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