Cuando empecé a menstruar, allá cuando se usaban compresas de usar y tirar (por las que te cobran un IVA del 10%, como si eligieras desangrarte cada mes igual que eliges tomarte un té en el bar de abajo o ir a ver una peli al cine -cosas respetables todas, ¡faltaría más!-) me di cuenta de que al pegarlas en las bragas, NUNCA jamás tenía sentido su ubicación, si respetaba las indicaciones de las costuras que me guiaban sobre dónde ponerlas. Deduje con el tiempo que las bragas las diseña gente que no usa bragas. O directamente gente que no tiene sentido común. Cuando era adolescente, hacía un uso diario del autobús. Tampoco hay que ser muy astuta para saber que la persona que marca las rutas, organiza las paradas, decide los horarios y diseña la disposición de los asientos y escaleras de los autobuses, no viaja en autobús. Cuando estaba en la universidad, iba a la biblioteca a estudiar. Una vez más, no hay que ser Marie Curie para percatarse de que quien diseñó, por ejemplo, la sala de estudio de la Alhóndiga, no ha pisado una biblioteca en su puñetera vida: las luces están puestas de tal manera, que alumbran todo, menos tu libro. Cuando voy a baños comunitarios de edificios públicos, sé con certeza que si dentro de los aseos femeninos tengo la tremenda e impresionante suerte de encontrarme un perchero para colgar la chamarra y el bolso, los ha puesto un tío. Cuando empecé a trabajar en precario en academias donde me trataban como la mierda, con un convenio bochornoso que a nadie le interesa, porque es de enseñanza no-reglada y en ese sector sólo trabajan jóvenes, guiris y mujeres de mediana edad, me di cuenta de que las huelgas, generalmente las decidían personas (poco libres, pero) liberadas sindicales, que ni trabajaban en academias, ni veían a diario el careto de su empleador. Tengo tantos ejemplos, que podría escribir durante horas sobre este tipo de incongruencias. Pero me tengo que centrar.
Hoy que ya tengo la suerte de contar con un curro decente, sin un jefe concreto que me respire en la nuca, sigo pensando que estoy hasta las narices de lo que yo llamo el microdespotismo ilustrado de la cotidianidad: representar a la gente, pero sin la gente. No estudio en la biblioteca, uso la copa menstrual, voy mucho menos en bus y con esto de la pandemia mi vejiga ha aprendido a ser más selectiva con los lugares que elige para mear. Pero hay una cosa que no puedo evitar: y es que cuando se convoca huelga, siempre me uno. Y cuando digo siempre, no exagero: quiero decir SIEMPRE. No me uno a las movilizaciones porque odie mi trabajo, porque sea una borrega o porque me guste vaguear. De hecho, es un esfuerzo descomunal el que se hace cuando se sacan convocatorias de huelga, y además de crear argumentarios, decálogos, pancartas, y preparar con mucho mimo la que se viene, el día concreto en el que no vamos a nuestro puesto de trabajo asalariado, las horas en la calle, el nivel de implicación y el esfuerzo suelen ser muy superiores a lo que hubiera tenido que invertir dando clase a mi chavalería.
Las huelgas son intensas y agotadoras. Pero es que no lo puedo evitar: desde que yo he aparecido en el mundo laboral formal, se han sucedido una serie de crisis que nos han jodido vivas a las personas de mi generación, y para más inri, los diferentes gobiernos han ido implementando medidas a través de las que en vez de ver mejoras en mi calidad de vida, he visto un empeoramiento descarado. Cuando digo que me uno a TODAS las huelgas, lo digo porque en mi región, tenemos la suerte o la desgracia de contar con una ensalada de sindicatos subvencionados a granel, que aunque se dividen por grupos deliberados (y de liberados), no hay hija de madre que comprenda. Hacen alianzas estratégicas, se tiran los trastos, se arreglan y otra vez se vuelven a pelear públicamente. El caso es que a nadie parece sorprenderle que cuando hay huelgas a nivel estatal salen unas siglas, y cuando hay huelgas a nivel regional salen otras. Y yo, si las razones para no ir a mi lugar de trabajo, no cobrar y pasarme el día gritando en la calle, las veo convincentes, voy con quien sea.
Afortunadamente para mi salud mental, en las huelgas de hace diez años, me fijé en CNT. Tengo una cabeza complicada y aunque lo he intentado, no me siento representada por absolutamente nadie al cien por cien. También detesto representar a otras personas, dicho sea de paso. Lo que más me gusta del sindicato en el que he decidido estar, CNT, es que nunca se casa con nadie. Desde que les puse el ojo encima, en diferentes épocas, cuando tenía dudas, acercaba la lupa para ver qué andaban haciendo y no decepcionaban: coherencia. Cero paripé. Dignidad intacta. Gente que decide lo que hará, y hace lo que ha decidido. Sin trampa ni cartón. El nivel de autonomía que da, saber que estamos ante un grupo de gente que no debe nada a nadie, que no tiene que andarse con arribismos y que piensa por sí mismo, es tranquilizador y te hace confiar. Pero también es mucho trabajo. Por eso decidí sindicarme y acercarme a militar. Y ahora, después de este ladrillazo de verborrea, te voy a explicar muy brevemente, sin enrevesamientos y de manera absolutamente simple, por qué me uno a la huelga del día 22 de abril, que en realidad para eso era este artículo:
En mi sector, la enseñanza pública, hay centros educativos en los que la única persona con plaza fija es quien está en dirección, mientras el resto de la plantilla está en situación de interinidad. ¿Cómo influye esto en mi trabajo? Teniendo en cuenta que empezamos el curso cada septiembre, y que llegar a un lugar de trabajo nuevo requiere cierto tiempo de adaptación, es importante subrayar que para cuando el profesorado sabe dónde está el baño, cómo se hacen las fotocopias, cuáles son sus contraseñas y nombres de usuario, qué email le han asignado este curso, cuáles son las reglas específicas de ese instituto, cómo se estructuran los libros de texto, qué métodos hay de evaluación, cuáles son las plataformas online que se utilizan, cuáles son las características concretas del alumnado con quien se trabaja, cuáles son sus nombres y dónde se sientan en clase, cuál es su situación académica, cuál es su situación personal y cuáles son sus necesidades, ha pasado, SIN EXAGERAR, un mes y medio. Pero eso, por parte del profesorado, que al fin y al cabo somos gente adulta y que estamos trabajando. Para cuando el alumnado empieza a pillarte el truco, consigues que confíen en ti, recibe las primeras calificaciones pseudo oficiales que hacen que se entere de cómo va la fiesta, nos plantamos LITERALMENTE en vacaciones de Navidad. Y dirás: ¡pues daos vida! ¿Pero, me explica alguien cómo vamos a ofrecer una educación pública de calidad a personas con las que no tenemos vínculo construido y en un entorno en el que no nos sentimos cómodas? Pues con dificultades. Y por eso, yo y solamente yo, creo que si hay una vacante en el Centro en el que estás este curso, deberías poder quedarte a no ser que alguna persona con la oposición sacada, la pida. ¿No? Ya no por ti, que al fin y al cabo, insisto, eres una persona adulta que está cobrando por trabajar, y aceptas ir donde te manden, sino por el alumnado, que merece saber a quién tiene delante y empezar el curso conociendo al máximo a quién y a qué se expone. Piénsalo: si se pasa su vida escolar siendo parte de un pase de modelos de personas interinas y sustitutas, al final están expuestas a personas adultas con las que forjan vínculos inestables y temporales, que dificultan las relaciones, su proceso de socialización y su proceso de aprendizaje y formación. ¿Cómo voy a hacer yo un seguimiento de las destrezas y aprendizajes de mi alumnado si un año doy Lengua en Trápaga, al siguiente año doy Francés en Sestao y al próximo Inglés de Bilbao? ¡Es un sinsentido!
Y esto te lo digo yo, que doy clase de idiomas y no opero a corazón abierto, pero si echamos un vistazo a otros gremios, como el de la sanidad: ¿cómo puede ser que Yo misma lleve tres ginecólogas en seis meses, yendo siempre a la misma consulta? ¿Cómo puede ser que mi enfermera cambie cada dos por tres y nunca me puedan hacer un seguimiento de calidad con cercanía y confianza, porque me tengo que poner a explicarle los matices de mis historial médico a cada trabajadora nueva que llega en consultas en las que sólo tengo 10 minutos antes de que se me pase la cita y le toque al siguiente?
Y todo esto, en una situación de excepción como es la pandemia mundial que nos estamos metiendo entre pecho y espalda: ¿cómo puede ser que ante esta situación de excepción que ya lleva durante un año, se estén tomando las mismas medidas (NINGUNA) que durante la época pre-covid? ¿No te parece raro? A mí sí.
No le voy a dar más vueltas. Estas son las razones que yo me doy en mi cabeza, para salir a las calles el día 22 de abril contra la temporalidad en el sector público. Es evidente que un día de huelga suelto, si no hay una continuidad en las movilizaciones, poco va a solucionar. ¡Pero por algo hay que empezar! Puedes unirte, o puedes no unirte. Puede parecerte bien o puede parecerte mal. Pero como anarcosindicalista no liberada que va a trabajar a su puesto de trabajo cada día, al menos sabes que ese día yo estaré en las calles gritando, sin cobrar un duro, y que mis razones nada tienen que ver con (de)liberaciones enrevesadas y secretas.
¡ESTE 22 DE ABRIL, TODAS A LA CALLE CONTRA LA TEMPORALIDAD EN EL SECTOR PÚBLICO!