29/06/2021

Oposición total

Escrito por Itsaso

¿Alguien ha ido a una OPE alguna vez? Os voy a contar mi experiencia para que si os toca ir, nada os pille por sorpresa:

Era domingo. Abrían las puertas del recinto a las ocho menos cuarto. Hordas y hordas de personas temblorosas con folios en la mano salíamos del metro con la mirada perdida. Había que andar poco para llegar al edificio donde tendría lugar la escabechina. Al pasar por la puerta frontal una señora de un sindicato que no es este y de cuyas siglas no quiero acordarme, repartía papelitos con un código QR donde presuntamente encontraríamos respuesta a todas nuestras preguntas. Aunque leer códigos QR me parece un fastidio, cogí el papelito y guardé en el bolso el oráculo en cuestión, porque nunca se sabe. Segunda puerta: “andad de dos en dos, dejad distancia de seguridad” -decía con voz autoritaria un tío que nos había visto llegar a todxs juntxs en el metro cual sardinas enlatadas. ¡Paripé divino tesoro! Primer control. Me viene a la cabeza una escena del Cuento de la criada. Mostramos el documento nacional de identidad y una acreditación con otro código QR. ¿He dicho ya que detesto los códigos QR? Si suena el “pi” de rigor, te dejan pasar a la siguiente pantalla. Yo allí como un flan, mirando a la chica de la maquinita pensando: “verás como el mío no suena porque la hoja está doblada”. Pasan unos segundos que parecen horas y mientras las demás colas siguen, la mía está en pause. Por fin oigo el “pi” de mi papel, así que respiro hondo y sigo andando. Llego a una nave gigante dividida en cuadrados. Cada cuadrado tiene un número enorme. Me voy a mi cuadrado. Cuando estoy entrando en mi recinto alguien me pregunta “¿Este es el tuyo?”. Dudo, ¿¡cómo no!? Miro en el papel y señalo el número con el dedo mientras le digo que sí. Paso. Me siento en el primer sitio libre que veo, siguiendo la fila de personas que van llegando. Prueba superada: estoy aquí.

En la mesa hay una mascarilla rosa fosforita metida en un plástico, un botecito de gel hidroalcóholico, una botella de agua de plástico y un bolígrafo bic azul. “Bueno, por los 20 euros que has pagado, al menos te llevas algo”- me digo. ¿Alguien sabe por qué hay que pagar más de tres mil trescientas de las antiguas pesetas para hacen un examen público que te da acceso a un puesto de trabajo público? A mí me parece horrorosamente mal. 20 euros es medio depósito de gasolina. Habrá gente que con 20 euros coma una semana. ¿Quién no ande desahogada a fin de mes no puede opositar? En fin. No me voy a poner a hablar de esto ahora.

Sigo fisgando: en la mesa está el temario de mi especialidad, papeles en blanco y un par de sobres. La gente va y viene. Hay personas que se ve que son las encargadas de cuidar mi recinto y personas que se ve que harán el examen. Es evidente quién es quién, por la forma de andar y mirar alrededor. Una vez más me vienen escenas del Cuento de la Criada. Cuando todo el mundo por fin se sienta, aparece una señora rubia fosforita con tacones y un tono de lo más estridente diciendo frases aleatorias “el reloj ¡fuera!- ese bolígrafo ¡fuera!- el típex ¡fuera!- ese lápiz ¡fuera!- no se puede tener nada sobre la mesa- no se puede tener nada sobre la mesa”. Lo dice como si fuera un autómata, repitiéndolo casi sin respirar y sin mirarnos, pero acercándose lo suficiente como para que todo el mundo sepa que la que tiene un lápiz y una goma sobre la mesa soy yo, o que la de delante es la del reloj. Ambas nos miramos y ponemos los ojos en blanco. El esperpento rubio con tacones se mueve de un lado a otro del recinto gritando con desdén a todo el mundo y suspirando como si fuera un fastidio estar allí con nosotrxs. Mientras anda, repite como un papagayo una nueva frase: “pronto aparecerá un reloj GI-GAN-TE en la pantalla”. Cuando dice GI-GAN-TE lo enfatiza MUCHO y hace el gesto con las manos como si fuéramos del aula de dos años. La mujer ahora señala y gesticula cada vez que se acerca a la gente y da golpecitos en la mesa para meter prisa. Si no hubiera covid, estoy convencida de que nos cogería ella misma nuestros enseres y los arrojaría al suelo con impaciencia. Nadie le quita los ojos de encima. Es la que corta el bacalao. El que tengo sentado al lado murmura “esto es para empatizar con el alumnado”. Asiento. Pienso que si esa señora nos habla así a adultxs que podemos ser sus compañerxs, no me quiero ni imaginar cómo se relaciona con adolescentes. También pienso que no entiendo por qué no puedo tener un lápiz y una goma sobre la mesa. Nos pasamos el curso escuchando que hay muchas maneras de aprender, que cada estudiante es único e irrepetible, que debemos atender la diversidad. ¿En serio toda la gente que estamos allí sentada escribimos con boli bic azul? Yo personalmente necesito organizar qué quiero decir con un esquema a lápiz. Además voy haciendo comentarios a lo que escribo y luego lo paso a limpio. Detesto los bolis bic porque hay que hacer fuerza al escribir y luego te duele la mano. Con otros bolis no pasa. Por supuesto, de las cientos de personas que estamos allí, habrá quien tenga otros métodos y costumbres. Pero tendremos que jodernos todas, porque Gobierno Vasco ha decidido que hoy toca boli bic y punto en boca. Pregunta sin maldad: ¿quién del PNV tendrá una fábrica de bolis bic?

Sigo mirando a la señora rubia que tiene demasiado garbo para mi gusto y me pregunto si yo he hecho sentir así a alguien. Desde aquí pido perdón y me cago en mi estampa, si así ha sido. También me pregunto si hacer un examen estándar con un temario cerrado es la mejor manera de saber quién es buena profesora y quién no. Una vez más, nos pasamos todo el curso escuchando que los métodos de evaluación son diversos, porque el alumnado no es uniforme y que los exámenes son herramientas obsoletas para medir conocimientos porque sólo demuestras lo que no sabes. Por supuesto, escuchamos hasta la saciedad que un día no puede determinar la calificación final de una persona. ¿Por qué no se aplica esto al profesorado? ¿Por qué seguimos con métodos arcaicos que no demuestran nada?

Por fin todo el mundo ha obedecido escrupulosamente las órdenes, y parece que empieza la marcha. En los exámenes de oposición para docentes, los temarios tienen alrededor de 68-72 temas (uno arriba, uno abajo). La típica mano inocente se levanta y participa en una especie de bingo del que elige cinco bolas con números que serán los temas de los que debemos elegir uno para desarrollar durante dos horas. Aparece el reloj GIGANTE en la pantalla y empieza la rifa. Dan ganas de ponerse a comer uvas. Van diciendo los números. ¡Han cantado bingo, señora! Miro el temario y parece que hay un par de números que no me son totalmente ajenos. ¿Me tocará el perrito piloto o la muñeca chochona? Me pongo a escribir como una condenada durante 120 minutos con ese maldito boli bic azul. ¡Que las diosas nos asistan! No miro a mí alrededor, así que no sé qué hace el resto, pero me parece ridículo que si ha tocado el tema seis y tú justo te sabes el siete, Gobierno Vasco decida que no eres apta para dar esa asignatura el curso que viene en un puesto fijo PERO (ojo al dato) vayas a trabajar dando JUSTAMENTE asignatura como sustituta interina. ¿Alguien me lo explica?

Acaba la primera parte del examen y siguiendo un orden aleatorio, se va saliendo a una especie de patio por recintos. Nuestro recinto es el último, porque la señora rubia nos retiene allí. No nos toca, no nos amenaza, pero tiene ese tono de mierda que hace que sepas que si no cumples sus deseos, te va a pasar algo malo. Así que allí estábamos todxs esperando a ver qué nos deparaba la vida. Pensar en el Cuento de la criada ha sido algo muy recurrente en esta experiencia. Por fin una chica súper valiente se ha quejado de que las filas para ir al baño eran larguísimas y que si salíamos lxs últimxs no era justo que tuviéramos menos tiempo de descanso que el resto de los recintos. Una cuidadora que no era la señora rubia, balbuceó algo parecido a “pues tienes razón” y de repente salimos todxs en estampida. Curioso cuando menos el efecto de las palabras mágicas. Yo me fui a mirar en internet el tema que me había entrado, para ver cómo de bien o de mal me había salido. Mientras tanto, una de las compañeras de mi recinto, a la que conocía de hace tiempo por haber estudiado conmigo, me cuenta que se va pitando a dar de mamar a su bebé, que por lo visto estaba por allí en alguna parte metido con alguien que le cuidaba. Parece que si el bebé lloraba, alguien vendría a avisar a la madre para que fuera a darle pecho. Pero ese tiempo en el que la buena mujer no estaba haciendo el examen, sino atendiendo a su bebé lactante, no se le permitiría que lo recuperara. ¿Cómo puede ser que esto siga pasando en el mismísimo siglo XXI? Lo voy a reformular para que se entienda mejor haciendo una comparación que seguro que lo ilustra más: ¿es por la gente conocido que Gobierno Vasco penaliza a las madres de bebés lactantes que deciden hacer un examen de oposición, y no a los padres, porque la biología ha decidido que ellas dan pecho y ellos no? ¿Me he explicado ahora? ¿Esto nos parece justo? ¿Por qué no arde Troya?

La segunda parte del examen es una lotería sin números. Yo escribí durante las tres horas que duraba el sarao, pero no tengo claro ni si lo que puse es lo que se esperaba que pusiera, ni si hay un criterio unitario que decida qué respuesta está bien y cuál mal. Me produce mucha curiosidad saber cómo se corrige este berenjenal. Por lo pronto, mientras en Selectividad se nos daban tres días para corregir un porrón de exámenes, en las oposiciones la señora rubia con tacones se ve que tiene todo el mes de julio. Más de 30 días. Una vez más: raro- raro-raro.

No sé cómo habré hecho el examen. Lo que sí sé es que como suspenda con un cero patatero, puede suceder que en septiembre vaya a dar ESTA MISMA asignatura con la autómata rubia como compañera de departamento en una relación horizontal de iguales. Aquí, obviamente, cuando lo diga en alto, el sinsentido va a ser bastante más evidente. Con este artículo quiero transmitir mi OPOSICIÓN TOTAL a este circo que organiza Gobierno Vasco, donde lo único que se mide es nuestro nivel de obediencia, de pasar por el aro y de estar total y absolutamente asimiladas por un sistema que nos evalúa como si esto fuera el franquismo. Ser un grupo de trabajadoras homogéneas y sumisas, cortadas todas por el mismo patrón, choca frontalmente con los innovadores métodos y las técnicas nórdicas-futuristas que pretenden que implantemos en las aulas de los Centros Educativos de La Comunidad Autónoma Vasca.

Conclusión: las oposiciones son un paripé GI-GAN-TE (imaginadme moviendo mucho los brazos).

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