21/02/2024

Me he disfrazado de negrita sexy porque admiro su cultura

Escrito por coralito

El ‘blackface’ hace referencia a una práctica que se origina en el siglo XIX en Estados Unidos, aunque hay datos desde el siglo XV en Europa, y consiste en que una persona blanca se maquille con betún para simular la tez de una persona negra. Se practicaba en los teatros (dirigidos obviamente a público blanco) para exagerar y caricaturizar a las personas esclavas africanas, dotándolas de características bobaliconas, divertidas, bonachonas y torpes. Era una forma de lavarle la cara a la esclavitud y mostrar una manera única de ser negro, feliz e inconsciente de su opresión.

Menos mal que en 1960, tras una campaña de despopularización, el movimiento por los derechos civiles junto a Martin Luther King consiguió que se prohibiera.

Bien, nos movemos hasta el siglo XXI y encontramos en España la marca de Conguitos, ni más ni menos que un cacahuete recubierto de chocolate. Esta marca comercial todavía existe y nos recuerda que el chocolate está negativamente relacionado con la negritud; no será porque eran las personas esclavas las que trabajaron las plantaciones de cacao, no será porque cuando eres racista y te relacionas sexo-afectivamente con una persona negra le dices ‘mi chocolatito’. El chocolate y la piel son una mala comparación que fetichiza y cosifica (de nuevo) la tez oscura. La atribución de características exotizantes en el imaginario, como que su piel tiene un sabor, el miembro masculino tiene un tamaño y las mujeres mucha fogosidad, son de nuevo sustentados por imágenes del consciente colectivo como la que crea la marca Conguitos.

Está muy claro en el personaje de Baltasar de cualquier pueblo o ciudad, pues este se representa tradicionalmente con Blackface. Otro ejemplo son los cientos de personas haciendo Blackface en la cabalgata que realizan en Alcoy (es la más antigua de España y está declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, para flipar). Tenemos muchos ejemplos de campañas de denuncia hacia las personalidades, ayuntamientos y colegios que año tras año perpetúan esta cuestionable tradición, pero seguimos encontrando respuestas como que ‘siempre se ha hecho así’, ‘no encontramos personas negras que puedan ejercer de Baltasar y por eso recurrimos a esta práctica’.

Por supuesto que estos argumentos anteriores están bien razonados, pero son poco originales. Cada vez que una tradición merece revisión usáis el mismo ‘siempre se ha hecho así’.

Ahora lo que nos toca es el Carnaval, y cómo no, de nuevo encontramos una oportunidad maravillosa para lucir nuestro original disfraz. El disfraz de ‘yo no soy racista, pero…’. Yo no soy racista pero admiro a las geishas y por eso las uso como burla carnavalesca. Yo no soy racista pero me hace gracia ponerme dinamita en el pecho y un turbante árabe. Yo no soy racista pero me disfrazo de tribu africana y grito ‘UNGA UNGA’. Yo no soy racista pero América fue un descubrimiento y me encantan las plumas en mi traje de indio.

Admirar una etnia, cultura o religión no te da el derecho de ponerte y quitarte su vestimenta (o lo que Amazon considera que representa serlo por 29,99€ ). Disfrazarse, como hemos visto, no es representativo si no una burla, un momento de diversión, una caricatura.

¿Acaso si viniera un amigo nigeriano o mexicano a tu casa usarías esa misma vestimenta como muestra de respeto a su cultura? La respuesta es no, porque en el fondo todos sabemos que eso está mal, pero hemos crecido con el racismo interiorizado.

Todo lo que es ajeno a lo blanco y occidental parece que está bajo nuestro poder. ¿Acaso no es una forma de poder el decidir ponerse una falda de paja y un betún y decidir ser ‘africano’ por un día para lavarte la cara al día siguiente y volver a ser blanco? Esta práctica no te va a hacer atravesar las opresiones que se pueden llegar a sufrir en el contexto racial. Con lo cual no es ni empático, ni una muestra de admiración ni es lícito que lo practiques.

Esta caricaturización de lo que se considera ser ‘africano’ vuelve a sustentar un pensamiento del africano único (única cultura, únicos atributos físicos como los labios o la piel, única textura de pelo, único acento… ). Es deshumanizador usar estos disfraces, y contribuye a los estigmas que continúan oprimiendo hoy a las personas negras. Sí, estás contribuyendo a que el pelo y peinados se consideren poco profesionales o salvajes. Estás contribuyendo a que a las mujeres se les pregunte en cualquier rincón de la ciudad cúanto cobran. Estás contribuyendo a que se les lea como indocumentados o delincuentes.

Escuchamos las voces de aquellos blancos que se disfrazan (pueden ser los integrantes de una comparsa o la maestra de preescolar de tus peques) apelando a que quien denuncia estas prácticas tiene la piel muy fina, que ya no hay libertad de expresión y que estamos en la cultura de la cancelación. Bien, si has pensado así, déjame decirte que eres una persona racista y que no has pensado en ponerte del otro lado, solo en lucirte bajo un pretexto de libertad que aplasta a las personas con las que se supone que se identifica tu disfraz. Hay muchas opciones originales que no tienen por qué faltar el respeto a nadie, por ejemplo, puedes disfrazarte de Isaac Newton y así parecerás una persona inteligente por un día al año.

Volvemos a la idea de que crecemos con el racismo interiorizado y si analizamos los tres ejemplos expuestos (los Conguitos, Baltasar y los disfraces de Carnaval) veremos que se dirigen a las infancias, haciendo que se interiorice y normalice este tipo de practicas. Está claro que si lo comentamos con niñes afrodescendientes todo esto no les parecerá del todo bien incluso se sentirán insultados. Como dice el libro de Silvia Ayang (Afropoderossa), España no es solo blanca. Basta ya.

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